En los últimos años he tenido un acercamiento a Francisco Díaz de León, Gabriel Fernández Ledesma y Antonio Acevedo Escobedo a través de la historia del libro. Esta propuesta metodológica e historiográfica se centra en las relaciones y procesos que suceden en torno a la creación del objeto libro, vinculado a un entorno social, cultural y político como un ente generador de discursos, memoria, historias, cultura, etc.
Desde esta perspectiva reconocí en ellos, particularmente los dos primeros, a dos de los artífices del diseño editorial mexicano, reconocidos a nivel nacional como artistas visuales sí, pero también como hacedores de libros y promotores de las artes gráficas y su enseñanza. Entre los tres se entrecruza la relación de artistas plásticos, gráficos, escritores y editores en el proyecto del nacionalismo cultural y la institucionalización de la cultura revolucionaria que caracterizó al arte del siglo XX.
Reconociendo el papel que jugaron estos tres aguascalentenses en el ámbito nacional, Víctor Sandoval y los subsecuentes directores y directoras del Instituto Cultural de Aguascalientes dieron alguna visibilidad a su trabajo pero no en la magnitud que se le ha dado siempre a Herrán, Posada y Contreras.
El tiempo de mayor atención institucional se dio naturalmente a la muerte de cada uno y entre los años ochenta y los noventa del siglo pasado por medio de exposiciones, nuevas ediciones de sus obras, libros conmemorativos y una singular colección para niños hecha por la maestra Carolina Castro Padilla en la que no sólo estaban Gabriel y Francisco, sino aquellos otros artistas locales de trascendencia nacional.
A partir del nuevo siglo se ha ido desdibujando un poco su imagen pese a que se han hecho exposiciones y reediciones de libros y no deja de ser interesante preguntarse ¿por qué?
Una primera respuesta pudiera ser que la Institución no se ha enfocado en reflexionar y promover la figura de Gabriel, Francisco y Antonio, pero esa respuesta sería demasiado fácil a la luz de un nuevo tiempo. Me refiero a que, si bien se han hecho conmemoraciones, tal vez menos en las últimas décadas, los espacios, las salas de museo, libros están ahí pero no han generado un impacto en la comunidad cultural y menos en la sociedad en general.
En este sentido podríamos pensar grandes conmemoraciones como lo fue la de José Guadalupe Posada a cien años de su fallecimiento que nos ha legado un libro muy bien documentado, escrito y de gran manufactura editorial, un Catálogo Razonado de su obra, fotografías monumentales, exposiciones internacionales y más; y sin embargo, a los pocos años, un autodenominado grupo independiente llamado “Autodefensa Artística de Aguascatlán”, conformada principalmente por artistas visuales egresados de la Universidad de las Artes, cuestionaron a través de diferentes intervenciones artísticas y charlas, el papel que le han impuesto al afamado grabador y a su vez, la exigencia que representa para los artistas actuales la exaltación de la imagen y obra del artista.
Este cuestionamiento me hace pensar en los diferentes tiempos que atraviesan a un artista y cómo lo conceptualizamos. Primero debemos ubicar al artista en su tiempo histórico, después desde el uso político o discursivo que se hace de él o ella para un fin determinado y finalmente, el artista en el momento actual, exaltado o no, pero visibilizado desde nuestros propios conceptos. De esta manera podemos pensar también el patrimonio artístico y cultural, que está constituido precisamente por los objetos culturales e intelectuales de nuestra comunidad.
Si es así, pensando en lo anterior, es comprensible que personajes como Gabriel Fernández Ledesma, Francisco Díaz de León y Antonio Acevedo Escobedo, no hayan sido parte de esa construcción cultural e ideológica de los artistas locales que hacen a la patria chica o la matria cultural, pero también, porque esa patria chica tal vez, necesita reflexionarse desde una perspectiva cultural novedosa más acorde a nuestro tiempo.
Sería un error atribuir a una falta de perspectiva el que no exista visibilidad para muchos artistas más -además de los que menciono-, porque existe mucha visibilidad para algunos y aun así los jóvenes que están en el ámbito cultural desconocen la repetición de un discurso e incluso buscan romperlo. Por no hablar de la sociedad en general, que muchas veces no reconoce a los artistas nacionales y patrimoniales.
Gabriel, Francisco y Antonio fueron hacedores de libros, tipógrafos, grabadores, litógrafos, serigrafistas, escritores, formadores de nuevas generaciones de artistas y hacedores de libros y junto con ellos estaba en Aguascalientes uno de los principales promotores del libro y la lectura que era Francisco Antúnez Madrigal, otro gran actor cultural que se ha desdibujado con el tiempo pero que por fortuna está siendo investigado actualmente.
Y tal vez es por ahí que vaya la propuesta: necesitamos crear nuevos discursos del arte local a través de la investigación. Necesitamos perspectiva, nuevas preguntas y respuestas más adecuadas para la sociedad actual y también, otras curadurías. También, la visión de los museos desde una perspectiva más comunitaria, menos colonizadora (me refiero a la idea de la “alta cultura” que enseña al que no sabe lo que es el arte, qué es el arte y porqué es importante).
Es lo que creo personalmente de la obra de Gabriel, Francisco y Antonio, necesitamos nuevos discursos sobre su obra, dimensionarlos como diseñadores, pero también como escritores, artistas gráficos y hacedores de libros, quitándoles el halo del artista genio o genial tan de la modernidad decimonónica, mostrándolos simplemente como creadores con el talento suficiente para generar nuevas propuestas en torno al arte y la cultura más allá de los espacios cerrados, como lo propusieron en las escuelas al aire libre y la enseñanza de las artes para obreros y niños.