Tenochtitlan, 500 años. Homenaje de González Orozco a la medicina prehispánica - LJA Aguascalientes
22/11/2024

APRO/Antonio González Orozco

 

El siguiente texto inédito explica a grandes rasgos el mural ‘La medicina en México’ (etapa prehispánica), “muy relevante para ilustrar esta etapa tan importante para nuestra nación en el marco de los 500 años de la caída de la gran Tenochtitlan y el nacimiento del México colonial”, según explica Antonio González Arriaga, hijo del muralista chihuahuense, al entregarlo a Proceso. Se adjunta otro breve texto, con el cual el artista dio a conocer el boceto original de la obra para su aprobación a la Junta Directiva del Hospital de Jesús –donde fue realizado en 1993–, que “por su concisión y claridad resultan un elemento clave de investigación que merece ser dado a conocer para explicar la importancia histórica del 13 de agosto de 1521”.

La visión cosmogónica de los antiguos mexicanos contemplaba cada 52 años su fin de siglo o “Atadura de Años”, como la posibilidad real, inminente, de que el mundo llegara a su fin, por lo que se preparaban con temor y reverencia a afrontar el refrendo cíclico de la permanencia del hombre sobre la Tierra, por concesión divina, de la misma manera que era potestad de los dioses conceder salud y bienestar o calamidades, padecimientos y muerte a las criaturas humanas.

Los Tlaciuhquis o adivinadores mexicanos procuraban sondear en lo insondable a través de algo tan casual como las repentinas voces o presencia de los más diversos animales, como un melancólico graznido cerca de un enfermo, lo cual era funesto, al grado que hasta la fecha la conciencia colectiva de nuestro pueblo recuerda que “cuando el tecolote canta el indio muere”.

Observaban con terror eclipses y cometas, y vigilaban atentamente la marcha del Sol en su cotidiana carrera, queriendo develar a cada instante el misterio de la fragilidad del hombre.

Imaginaron a los naguales como invisibles genios tutelares y a los temidos tzitzimimes, extrañas criaturas descarnadas que aparecían los finales de siglo, causando daños a la gente y particularmente a las mujeres embarazadas, quienes para protegerse se cubrían el rostro con máscaras de pencas de maguey. Es por eso que en esa noche tan extraordinaria las familias subían a las azoteas en busca de refugio; pellizcaban a los niños para que no se durmieran, y después de romper sus vasijas y utensilios caseros, apagar el fuego y lanzar los idolillos a la acequia, se disponían a presenciar o a acompañar de lejos la fantástica y deslumbrante procesión de sacerdotes revestidos de ricas galas e ínfulas de dioses, quienes partían a medianoche rumbo al Cerro de la Estrella, entonces conocido como Cerro del Huizache, y cuyo glifo en papel amate, sostenido por un niño, puede verse en el mural.

Una vez llegados a su destino, los sacerdotes encendían el nuevo fuego sobre el pecho de un cautivo cuyo corazón era luego consumido por la hoguera.

Cumplido este ritual, el Sol cobraba nueva vida y aparecería tras de los volcanes cotidianamente durante todo el nuevo siglo. A partir de ese momento, todos los habitantes del valle se apresuraban a recoger fuego para encender sus hogares.


Los dioses representados en el mural son, de derecha a izquierda, Tezcatlipoca, el del espejo humeante; Xiuhtecuhtli, dios del fuego; Tonatiuh, dios solar; Cintéotl, dios del maíz; Mictlantecuhtli, dios del mundo inferior, y Xochipilli, dios de las flores y la procreación.

Enmarcada por un árbol, concluye esta etapa y empieza un “tianguis” de plantas medicinales, mercado popular de quienes buscan y ofrecen remedios a través de la herbolaria.

Observadores meticulosos, los médicos nahuas pronto descubrieron o atribuyeron virtudes medicinales a ciertos vegetales, que fueron clasificados posteriormente por hombres de ciencia europeos. Muchas de esas plantas fueron dadas a conocer en el Herbario de Martín de la Cruz, conocido como Códice Badiano, obra que por cierto permanecía hasta hace poco en la Biblioteca del Vaticano, y fue regresada a México recientemente por el Papa Juan Pablo II, varias plantas de las cuales se reproducen en el mural.

Es el momento en que los médicos indígenas sintiéndose auxiliares de la voluntad divina desarrollan y practican su arte sirviéndose de elementos de los tres reinos: animal, vegetal y mineral, y establecen procedimientos para prevenir, aliviar y curar las diversas enfermedades con las que tuvieron contacto.

El mural muestra un grupo de médicos practicando sus conocimientos en diversos pacientes. Muestra también la manera de cómo se atribuía influencia a los 20 signos astrológicos correspondientes a los días del mes, para obrar sobre cada uno de los órganos del cuerpo humano.

Al final del grupo de enfermos puede verse, por contrapartida, un guerrero sano con sus armas y su emblema.

Apreciando en mucho la conservación y multiplicación de su raza en vistas al engrandecimiento de la nación mexicana, regularon y estimularon la formación de familias, haciendo obligatorio el enlace matrimonial para los jóvenes varones a temprana edad.

Vemos en el mural una boda que se celebraba en casa del novio. La doncella y el mancebo, sentados en una estera, con las ropas atadas y ante un sahumerio. Una vieja y un viejo sentados a los lados les dan consejos sobre su vida futura, tal como lo señala el Códice Mendocino.

Sigue la escena de un nacimiento, donde la Tícitl o partera sostiene en sus manos al niño, mientras la madre yace recostada y una vieja adivina le hace felices y hermosos pronósticos.

Sobre ellos la figura de Xochiquetzal, la diosa de las embarazadas. A continuación un baño de vapor o temazcalli donde atienden a la parturienta, y arriba de éste, para cerrar el círculo de la vida, un cadáver amortajado. El siguiente paño, dividido por una arcada, muestra al maguey, que tanta importancia tuvo en la vida de México; la diosa Mayahuel, la mítica princesa Xóchitl y algunas variedades de la familia del maguey.

 

Primer encuentro 

(etapa prehispánica)

Diez años antes de la conquista, dicen los “informantes de Sahagún”, los habitantes de México-Tenochtitlan vieron atónitos extraños signos que tomaron como premonición o advertencia nefasta de graves calamidades que muy pronto habrían de sobrevenirles.

Por eso es que la primera parte del mural es de “presagios”: un cometa que surcó los cielos; un árbol de fuego; extraños seres de dos cabezas en un solo cuerpo, que llamaron Tlacantzolli, y un pájaro semejante a la grulla, con una diadema de espejo en la que podían verse –a manera de pantalla– la constelación de Géminis, y un grupo de extraños hombres montados en unos “como venados”.

Tales acontecimientos causaron estupor entre la población; pero a Moctezuma le quebrantaron el espíritu a tal grado, que fue incapaz de adoptar una actitud coherente. La divergente opinión de sus magos y consejeros lo sumieron en la indecisión y en la desesperanza y, al fin, hubo de aceptar la llegada de Cortés hasta la Ciudad de México a cuyos linderos salió a recibirlo. El primer encuentro tuvo lugar en Huitzilan, el mismo sitio en donde cinco años más tarde habría de fundarse el primer hospital de América: el actual Hospital de Jesús.

En el mural, el séquito de Moctezuma se compone de gente principal, flanqueándolo los reyes de Texcoco y Azcapotzalco que por ser sus parientes eran los únicos que podían tocarlo, dado su carácter divino.

Los macehuales y gente del pueblo, inclinada la cabeza en señal de acatamiento y sumisión, alfombran con tapices y pieles el suelo bajo los pies del emperador, quien calza sandalias de oro. Se ven varios escudos y un caballero águila. También pueden verse instrumentos musicales, el huehuetl y el teponaxtle, y a los tañedores de flauta y caracol marino, así como al portador del sahumerio.

Al centro están los dones del lago y el Templo Mayor con las escalinatas ensangrentadas y coronado por dos astros en conjunción, que simbolizan los dos mundos que en ese preciso momento se ponen en contacto.

Cortés, bajo el hálito de Quetzalcóatl, conversa a través de doña Marina, su consejera e intérprete, y tiene detrás de sí la Cruz, en manos de Fray Bartolomé de Olmedo, y el estandarte de la virgen.

El poderío de las armas se representa por una bombarda articulada y el caballo, que definieron la superioridad militar del conquistador. Otros personajes españoles consignados en el mural son, Pedro de Alvarado, Cristóbal de Olid y los artilleros Meza y Antón de Arriaga, y aparecen también los aliados indígenas y la garza blanca, símbolo de los tlaxcaltecas.

Al extremo derecho está, sentado en un equipal, Bernal Díaz del Castillo, cuando ya anciano y casi ciego escribe, desde su retiro en la Capitanía de Guatemala, la relación de los hechos de los que fue testigo veraz y actor relevante: La verdadera historia de la conquista de la Nueva España.


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