Amigos aficionados al arte en el que se funden las baquetas, los ixtles y los metales, al principio fue el campo ilimitado; un pequeño cosmos rudo el escenario del encuentro y primeras relaciones, cuantas veces brutales, de los primeros jinetes del Nuevo Mundo con las bestias. Hombre, caballo y reses. Luego, con el objeto de ejercer control sobre los ungulados, y a modo de recurso, fueron las cercas, ya de breñas, ramas o palos y, más útiles, las de piedras amorfas las que dieron frontera a los enormes rebaños que, por naturaleza, amenazaban siempre por librarse de cualquier alcance humano y que, a la vez, no dejaban de crecer.
Posteriormente, en el momento que se iba construyendo, modelando y moldeando el extraño jinete mexicano, su mente e ímpetus descubrió que ciertas labores ganaderiles también podrían ser grandemente lúdicas. Entonces aquellas cercas fueron utilizadas no solo para contener y limitar al ganado sino para “travesear” con él; lazos de múltiples modos, coleos, peales, manganas y otros ejercicios aparecieron alegremente.
Los corrales de las primeras explotaciones ganaderas y las enormes e imponentes mangas de las haciendas fueron los posteriores sitios en donde normalmente se hacían los herraderos. También ahí tuvieron espacio y pista aquellas primigenias traveseadas y divertimentos. Pero había ya cierto público que espontáneamente aplaudía mientras veía, sentado en los gigantescos muros, unos ejercicios admirables, ya a pie, ya a caballo. Fue entonces que se comenzaron a improvisar tarimas con sombras para que este público incipiente disfrutara con mayor comodidad las diligencias, no exentas de peligro, de vaqueros y caporales. Era el embrión de lo que en las primeras décadas del siglo pasado se comenzó a llamar “lienzo charro”.
Y fueron cobrando forma y normas las primeras suertes de la charrería; sí, aquella charrería que hubo de pedir albergue en las plazas de toros, sobre todo cuando iba galopando sobre la parte ecuatorial el siglo XVII. Gracias da la charrería a Bernardo Gaviño, el coletudo gaditano que le ayudó a pasar a una nueva dimensión.
El primero que presentó un proyecto formal de “lienzo charro”, expresado propiamente sea, fue todo un personaje: Don Carlos Rincón Gallardo.
La capital aguascalentense tuvo varios sitios, más o menos adecuados, en donde se practicó la charrería. Iniciando en lo que hoy es “La Alameda”; siguiendo con algunos edificios temporales construidos en distintos predios, pasando por el “lienzo charro viejo”, titulado “Rancho del Charro”, llegando a la “Villa Charra Prf. Refugio Esparza Reyes”, recinto de estilo más bien colonial y/o tradicional e inspirado en la “Villa Charra de Toluca”, hasta tener “hoy mismo el futuro” en las manos con el modernísimo “Poliforum Charro” que recibirá sobre su corteza arenosa al Congreso y Campeonato Nacional Charro Aguascalientes 2021.
Con melancolía y nostalgia insoportables, los aficionados vimos como una mañana varios monstruos automotores pesados derribaban parte de la blanca “Villa Charra”. Entre acero retorcido y muros que iban cayendo al suelo derrotados, se adherían más de tres décadas de la historia de la charrería organizada, no solo de la entidad, sino de lo que nos queda de patria.
Poco después se comenzó a izar un “pequeño” lienzo en la Isla San Marcos para, de algún modo, compensar el petardo administrativo de “La Villa Charra” y para que los “quijotes” hidrocálidos no quedaran huérfanos de espacio en donde continuar el legendario ejercicio de la charrería.
Hoy, ahí, en donde fue por pocos años el lienzo de la acotada Isla, se alza imponente el “Poliforum Charro” que será, al dar el postrer cucharazo, el más moderno de México. Está aún en proceso de edificación, empero ya asombra, ya se ve, ya es parte del paisaje urbano de la capital aguascalentense.
Es un amigable dragón que obliga a ser admirado. De muy lejos se observa. Su apocalíptico cuerpo de hierro y mampostería transporta al futuro. La humanidad cruza el tercer milenio.
Es el ultramoderno lienzo sede del Congreso y Campeonato Nacional Charro Aguascalientes 2021.