A todos los actores políticos con los que he platicado les he hecho la misma pregunta: ¿En qué se basa la gran popularidad de Martín Orozco en las encuestas?
“A que se enfrentó tres años con Luis Armando”, me dicen algunos. “Al cabildeo que ha hecho con la prensa, directamente, y a través de Adriana Jurado”, señalan otros. “A que la gente está desesperada porque ningún político de primera línea los visita”, añaden.
Lo que es evidente es que, al día de hoy, no he conocido una encuesta, o sondeo de opinión, que no lo coloque en primer lugar de preferencias electorales. Pero tampoco conozco obras, políticas públicas, ni ideas que lo identifiquen como un político excepcional.
Quizás la más representativa de las obras de su administración sea el remozamiento de la calle Venustiano Carranza. Pero su calidad ha sido deficiente, y para una administración que erogó alrededor de 5,000 millones de pesos parece que es muy poco como para presumir.
Orozco no se parece a ninguno de los otros políticos de “primer nivel” con los que uno convive en Aguascalientes. Su origen, su forma de conducirse, su estrategia y sus limitaciones académicas me recuerdan, más bien, a los políticos panistas de Jalisco, de donde Martín es originario.
Recuerdo a Emilio González, hoy gobernador de dicha entidad, y una ocasión en la que, siendo presidente municipal de Guadalajara, recibió a unos enardecidos locatarios del mercado de San Juan de Dios, que reclamaban su atención para darle seguridad y mantenimiento a sus comercios. “Los reto a una carrerita”, les dijo Emilio, y se echó a correr rumbo al mercado. Desconcertados, y alegres, los locatarios lo siguieron, y su percepción sobre ese alcalde cambiaría de forma positiva para siempre.
Así es Martín Orozco. También viene de organizaciones sociales de origen religioso y conservador; el discurso de su agrupación se limita a los temas más católicamente correctos que existen: educación sexual, lucha contra las adicciones y soporte psicológico. Aún así, eso le da para mantener una gran presencia entre la gente.
Él mismo reconoce el simplismo de su estrategia: “La gente ya ni siquiera exige que le soluciones los problemas, simplemente que los atiendas”, y tal vez, por ello recurra a temas en los que el discurso religioso suplanta la capacidad gubernamental para diseñar políticas públicas.
Cuando se le pregunta si su estrategia, de hacer campaña de “a pie” será suficiente en un partido con un padrón tan cerrado como el de Acción Nacional, no duda; tampoco se inmuta cuando se le cuestiona por su escasa relación con liderazgos nacionales “de peso” en el Comité Ejecutivo Nacional panista. Le ha apostado a la popularidad, y a que el razonamiento de la cúpula del PAN y de los militantes de Aguascalientes sea votar por el candidato que pueda ganar.
Cree que ni Felipe Calderón, ni los dirigentes panistas se arriesgarán a perder una de las pocas gubernaturas que pueden ganarle al PRI de Peña Nieto en el 2010. Cree que la reacción de la militancia panista será parecida a la que encumbró a Luis Armando Reynoso Femat como candidato, pese al rechazo de Felipe González.
En realidad, y sin que él mismo se dé cuenta, en su candidatura se juega si el PAN vuelve a sus orígenes sociales, o si se acuerpa en una estructura de partido-gobierno. La película de Aguascalientes es la misma que se protagonizó hace unos meses en Jalisco, en la que un grupo de políticos con alta capacidad de operación (el grupo de Francisco Ramírez Acuña y Jorge Salinas) aplastaron a un grupo de políticos de corte populista y con tufo religioso (Emilio González y Alberto Cárdenas) en las elecciones internas.
El resultado de Jalisco lo conocemos todos: perdieron todos los municipios de relevancia, incluyendo algunos de tradición ultra-conservadora como Ciudad Guzmán y Lagos de Moreno, y todos los de la Zona Metropolitana. El futuro del PAN en Aguascalientes lo conoceremos, a más tardar, en marzo, según el propio Orozco.