Justicia e igualdad/ El peso de las razones - LJA Aguascalientes
28/11/2024

Libertad e igualdad han sido los dos ideales que han moldeado nuestras sociedades modernas. El liberalismo, la ideología de la libertad, piensa en la configuración de las sociedades como una que debe proteger a los individuos de los posibles y comunes abusos del poder del Estado: debemos ser libres de creer y de expresar nuestras creencias, de movernos libremente por el territorio, de reunirnos con quien nos parezca adecuado y, de manera principal, de perseguir nuestro proyecto personal de vida. Los límites a la libertad suelen expresarse de muchas maneras, y la más común es decir que el ejercicio de mi libertad no debe afectar a terceras personas. Como tal, este es un límite vago, y admite demasiada interpretación cuando atendemos a los casos concretos.

Muchas personas, a las que no suele gustarles la libertad de los demás, se amparan en su particular interpretación de que ciertas libertades de los demás les afectan. Hasta aquí con el torpe y grueso mapa del primer ideal y sus no pocos problemas.

El segundo ideal, el de la igualdad, es más complejo mapearlo de manera apresurada. El boceto más simple nos deja en tierra de nadie: no parece justo que ciertas personas dispongan de medios de los que no disponen otras. Sin embargo, la igualdad por sí misma no necesariamente es algo deseable siempre. Así, podríamos igualar hacia abajo: un país donde todas las personas vivieran en pobreza sería uno igualitario, pero ¿es ése un ideal que valga la pena buscar? Además, ¿acaso no los proyectos personales de vida de cada persona requieren de medios distintos y de cantidades distintas de los mismos?

Debería quedar claro que existen ciertas distribuciones de la riqueza (y, en general, de los medios para llevar a cabo nuestros proyectos personales de vida) que son injustas. Piensa por un momento en una sociedad mayoritariamente pobre en la que la riqueza la concentran sólo unas cuantas familias. ¿Te parece justa esa distribución? Piénsalo a menor escala: piensa en una familia en la que se da todo a uno sólo de los hijos (buena atención médica, buena educación, esparcimiento) y a los demás se les da menos, incluso que se les da lo mismo, pero de menor calidad. ¿Te parecería justo?

No obstante, no toda distribución no igualitaria tiene porqué resultar injusta. Piensa que uno de los hijos de una familia quiere estudiar física, y esa carrera sólo puede estudiarla en la universidad pública de la ciudad, mientras que los demás piensan estudiar otras carreras que se ofrecen en universidades privadas. ¿Resultaría injusto que unos estudien una carrera que tendrá un costo mucho más alto que la de otro de los hijos? Sin detalles adicionales, no parece un escenario injusto. Aquí las preguntas importantes son: ¿cuándo resulta injusta una distribución no igualitaria?, y ¿cuándo resulta justa?

John Rawls, el famoso teórico político de Harvard, trató de dar una respuesta a la pregunta que nos importa en este momento. En su Teoría de la justicia, quizá el libro de teoría política más importante del siglo pasado, Rawls aventuró una respuesta que puede intuirse a partir de los ejemplos que propuse. El “principio de la diferencia”, así lo llamó Rawls, señala que sólo las desigualdades que benefician a los menos favorecidos estarían justificadas. Pero pensemos, ¿acaso no estarían justificadas desigualdades que simplemente no perjudican a los menos favorecidos? Si no salen perjudicados, ¿qué habría de malo en dichas desigualdades? Rawls las piensa injustas, pero hacen falta más detalles.

Julian Baggini explica una de las consecuencias del principio de la diferencia de la siguiente manera: “una razón para combatir la desigualdad es precisamente el efecto que ésta produce en la cohesión social y en el amor propio de los pobres. Como han señalado los psicólogos sociales, aun cuando alguien no empeore en términos materiales si su vecino se enriquece sin coste económico alguno para él, psicológicamente puede verse dañado al cobrar conciencia de que crece la diferencia de riqueza entre ambos. Así pues, interpretar la igualdad y la desigualdad en términos exclusivamente materiales podría suponer un terrible error, tanto en la política como en las familias”.

A muchas personas el argumento anterior no les parece nada convincente. Incluso piensan que entra en conflicto con el ideal de la libertad. ¿Por qué yo no tendría libertad de enriquecerme a un nivel desaforado si esto no afecta el patrimonio de nadie más? No obstante, existen estudios empíricos que demuestran que el enriquecimiento desmedido de unos cuantos sí afecta a los demás, aunque no se perciba a simple vista ni de manera directa. La desigualdad, a muchas personas parece olvidárseles o parecen simplemente ignorarlo, suele ser una variable que explica la pobreza. Adicionalmente, ¿te resultaría agradable ser rico en una sociedad mayoritariamente pobre? Nada hay de malo en que los proyectos de vida de algunas personas consistan en acumular riqueza, pero resulta complicado ver cómo esto no afectaría de múltiples maneras a la vida de otras personas.

Aunque un igualitarismo hacia abajo, en el que todas y todos somos pobres, es el peor escenario de distribución posible; siempre es posible pensar en uno hacia arriba, en el que todas y todos tenemos los medios que necesitamos para vivir la vida que buscamos. Para ello, pienso, no sólo se requieren los ideales de libertad e igualdad, sino también el de fraternidad, tan olvidado en nuestras sociedades.


 

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