La clase media y la movilidad social/ El peso de las razones - LJA Aguascalientes
23/11/2024

El presidente arremetió la semana pasada en contra de la clase media educada y de la movilidad social. Esto, cuando menos, resulta sorprendente del líder de un proyecto político que llegó al poder ondeando la bandera de la izquierda y externando su preocupación por la pobreza y la desigualdad. En otro sentido, no debería asombrarnos: López Obrador, tanto en el fondo como en la superficie, ha exhibido durante casi tres años un rancio conservadurismo y un populismo frívolo y electorero.

En primer lugar, al presidente le molestan las élites de cualquier tipo. En particular, ha desdeñado de manera consistente a las y los expertos, quienes no encuentran su lugar en un gobierno presto a la improvisación y atento sólo a su popularidad. La tecnocracia, ese mal “neoliberal”, se ve con sospecha y se le considera ajena al pueblo y a sus intereses. 

Para el presidente, la experticia es cosa de élites intelectuales que estudian en el extranjero y regresan a saquear al país. En ello López Obrador parece hacer eco de actitudes anticientíficas que claman por extirpar a quienes poseen credenciales académicas y técnicas de los centros vitales de la sociedad mexicana.

Su desdén hacia el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) es sólo una consecuencia que se sigue de un principio más general: para el presidente la política no es más que la lucha más o menos reglamentada por el poder (digo “más o menos” porque tampoco es que sea un ejemplo en cuanto al respeto de las reglas democráticas). El Gobierno Federal vive en una constante campaña política: el presidente gobierna a través de un paradigma adversarial y no cooperativo. ¿Cuántas veces, todas las mañanas, López Obrador dice “mis adversarios”? En este sentido, las y los expertos carecen de un papel público distinguible y relevante. Por el contrario, quienes son leales a la verdad serán vistos como oponentes de quien sólo es leal a quienes le brindan su voto. Por ello, el Conacyt y el SNI son piedras en el zapato de una prolongada campaña política. No lo serían si al presidente, además de la política, le interesara lo político: el ámbito donde se resuelven los problemas públicos con miras al bien común. En lo político las y los expertos juegan un papel determinante: la resolución de muchos problemas públicos requiere de conocimiento relevante que poseen sólo unas cuantas y cuantos.

Así, en un clima de populismo electoral persistente y de un gobierno al que no le gusta gobernar, no dejará de desconfiarse de quienes se dedican a la generación de conocimiento. Que el SNI haya admitido, después de 11 años de rechazos por una producción científica insuficiente y de poca calidad, al fiscal Alejandro Gertz Manero, y en su nivel III, es un reflejo de un desdén hacia la comunidad científica nacional a la que se le atribuyen, en una de las típicas defensas bizantinas de los adeptos al gobierno, procedimientos de compadrazgo y amiguismo no demostrados y que reflejan una ignorancia supina del diseño institucional del Conacyt y el SNI.

En segundo y último lugar, al presidente le incomoda la clase media y la movilidad social. La clase media educada le parece “difícil de convencer”, pues su proyecto político carece de cualquier profundidad y contenido. A López Obrador le encantan los aplausos y le enfurecen las dudas y los cuestionamientos. Su democracia es agregativa en el peor de los sentidos: quiere hacer que sólo se escuche la voz de la mayoría, porque piensa que esa mayoría estará siempre de su lado (aunque el resultado de las últimas elecciones parece desmentir esta creencia). La deliberación democrática, por el contrario, le resulta molesta. ¿Para qué deliberar si “el pueblo” ya le legitimó?

Así como la alternancia es un signo de la salud de una democracia, la movilidad social es un signo de una buena economía. Un gobierno de izquierda buscaría un cierto igualitarismo hacia arriba: un estado de bienestar en la que todas y todos tuviéramos los medios para perseguir nuestro particular proyecto de vida. Ese igualitarismo de izquierda es uno en el que buscamos generar mucha más riqueza para redistribuirla de manera justa entre la población: hacer dinero como capitalistas para repartirlo como socialistas. Pero a López Obrador todo esto le es ajeno: él es un igualitarista hacia abajo. La movilidad social le parece “aspiracionista” [sic], a lo que opone la virtud de la pobreza franciscana. Su ideal de país es uno en el que todas y todos seamos pobres: y claro, ¡fáciles de convencer!

 

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