Triste y previsible final de las campañas electorales, con más ruido que nueces, no ha importado que esta haya sido considerada la Madre de Todas las Elecciones por el número de cargos en disputa y la cantidad de personas que vamos a participar en la decisión del 6 de junio, la historia de otras elecciones se repitió, sin importar lo que está en juego.
Triste porque con un número casi infinito de herramientas para difundir su mensaje, los actores políticos decidieron evadir la responsabilidad de comunicarse con los electores y se dedicaron a promocionar su persona, antes que las ideas que defienden o las acciones que realizarán al llegar a un cargo, prefirieron destacar las características físicas o los valores morales que creen que los distinguen, de nueva cuenta escuchamos discursos donde se alardeaba de cualidades que no tienen nada que ver con el ejercicio del poder y sí con la vanidad, donde se ponderaba la gallardía, el coraje y el valor para hacer las cosas, sin indicar qué es lo que se va a hacer.
Triste porque los candidatos optaron por mostrar su familia y propiedades antes que los conocimientos que los hacen merecedores de representarnos, de gobernar; y si a algo se comprometieron fue a lo que todos estamos obligados, al cumplimiento estricto de la ley, como si ser honesto o profesional con un encargo no fueran condiciones obligatorias para ser contratado.
Previsible porque los partidos políticos, ante la evidente fractura del sistema que los coloca en la punta de la pirámide, eligieron contar una historia en blanco y negro, sin matices, en la que el futuro es la consolidación del paraíso o el paso decisivo hacia el apocalipsis; sin atender al electorado, sin preocuparse por formar cuadros ni convencer a los indecisos, las organizaciones se sacudieron la responsabilidad del estado de la nación para plantear que será culpa de los electores si votamos a favor o en contra de ellos.
En este mar de equívocos, no han faltado los grupos que se sumen a esta visión catastrofista y hemos intentado convertido nuestras filias y fobias personales en argumentos de peso político, para ello hemos firmado desplegados a favor o en contra, hemos acusado al otro de todas las desgracias, convocamos a unirse en la batalla contra el dictador o el mesías, dependiendo de quién lo describa; subidos en el huacal de la superioridad moral que otorga la capacidad de opinar de cualquier cosa porque todos somos iguales en el territorio de las redes sociales y valemos lo mismo, dictamos el sentido del voto antes que invitar a una reflexión sobre la acción de votar.
En la mayoría de las entidades federativas recibiremos tres boletas el 6 de junio, cada una merece una reflexión sobre el sentido de nuestro voto, quienes convocan a cruzar en esas boletas a un mismo partido, no importa cuál, desestiman la necesaria deliberación acerca de lo que elegimos, reducen el poder de la participación a un simple cruzar de líneas en espera de que alguien más decida por ellos.
Estos días de veda electoral en que lo que se prohíbe la propaganda política ojalá se entendiera que no es un silencio para todos, impuesto por la autoridad electoral, sino la oportunidad de que, sin encuestas manipuladas, sin spots mentirosos, sin lemas engañosos impresos en souvenirs, se desarrolle una conversación ciudadana, que responda con razones y argumentos acerca de quién y por qué votar, un diálogo entre nosotros, ya sin la intromisión de quienes sólo nos buscan para hacerles el favor el día de las elecciones.
Este periodo de reflexión es una oportunidad de oro para responder como colectivo a la pregunta de por quién debemos votar. Mi respuesta es: por quien creas que mejor te representa.
Coda. De nuevo Lichtenberg: “Una regla de oro: no hay que juzgar a los hombres por sus opiniones sino por aquello en lo que sus opiniones los convierten”.
@aldan