Cada vez me da más pena escuchar las propuestas simplonas de los candidatos a la alcaldía de Aguascalientes, en el último tramo de la campaña, los nueve se han comprometido tanto con el personaje que les inventaron que ya no se fijan en lo discriminador que puede ser su discurso, como exhiben su clasismo, su incapacidad para mostrar empatía, ser incluyentes y fomentar la participación ciudadana.
Todos los candidatos se quejan de los formatos de los debates, que sólo son foros para exponer ideas, que el tiempo no les alcanza para desarrollar sus estupendas propuestas, así justifican el ridículo que hacen ante su incapacidad de síntesis. Con el pretexto de que los problemas que enfrentarán en el gobierno son complejos, invariablemente, deciden reducir a lo simplón sus propuestas, frases espectaculares sin contenido.
No importa si la problemática sobre la que se les cuestiona se relaciona con el desarrollo económico, cultural o social, se sienten obligados a separar a la población entre ricos y pobres, entre privilegiados y vulnerables, para así colocarse del lado correcto de la historia, invisibilizando las verdaderas causas de la desigualdad.
Tienden a dramatizar la desigualdad, antes que exponer las causas y las posibles soluciones, eligen ejemplificar con historias sobre la falta de oportunidades, los estragos de la meritocracia sin piso parejo, la discriminación no desde sus orígenes sino sobre las consecuencias.
Si se les pregunta sobre la economía informal, siempre hablan de aquellos que no tienen la capacidad económica para emprender un negocio, los que se encuentran en pobreza laboral y sufren por llevar alimento a su familia. Si tienen que hablar sobre el dañado tejido social, jamás refieren los excesos de las clases privilegiadas, prefieren destacar las condiciones deplorables en que viven los más necesitados y, a la distancia, subrayan que la pobreza genera delincuencia, drogadicción, violencia intrafamiliar.
Lo más lamentable de su discurso es cuando se refieren a problemáticas sociales multifactoriales, como la violencia feminicida o el suicidio, dramatizan, se conduelen y, siempre, terminan separándose de esos grupos con problemas. La violencia machista la enmarcan en condiciones de hacinamiento y desintegración familiar, fomentando la idea de que sólo un modelo de familia fuera el que pudiera terminar con las agresiones que sufren las mujeres, todas. Lo mismo con el suicidio, incapaces de considerarlo un problema de salud mental y los enfoques múltiples desde los que podría intervenir el gobierno, reducen al suicida a una persona víctima de la delincuencia, la drogadicción y, otra vez, el modelo familiar equivocado.
Todos los candidatos, los nueve, hablan desde la distancia, con una varita mágica que es promover los valores, pero siempre desde su privilegio, no importa cuántas veces repitan que conocen y entienden, terminan señalando que lo han visto, han sido testigos, por eso entienden lo que hay que llevarle a los pobres, a los necesitados, a esos que necesitan ser redimidos.
Se critica a un candidato por señalar que los campos de golf requieren agua, pero no se menciona que todos suelen hablar de la desigualdad como si fuera un problema de los malos hábitos y costumbres de los pobres, ligando sus decisiones a la delincuencia y la drogadicción, y ellos, la “gente bien”, tienen la solución para sacarlos de ese infierno inmoral.
La desigualdad no es un problema moral, ni se resuelve desde la estigmatización.
Coda. “contra la Palabra el intranquilo mundo aún giraba/alrededor del centro de la Palabra callada./ ¿Pueblo mío ¿qué te he hecho”, de Miércoles de Ceniza, de T.S. Eliot.
@aldan