Hace un mes, inicié el acometimiento de ensayar un “perfil personal” del presidente Andrés Manuel López Obrador, (LJA.MX. “De frente y de perfil”. Viernes 16 de Abril, 2021), asumiendo la hipótesis de que la explicación de una buena parte de la realidad actual de los mexicanos, tiene conexión y a lo mejor origen precisamente en ese modo particular de ser, sentir, pensar y sobre todo de hablar de quien hoy ostenta la personificación del Poder Ejecutivo.
Quedaría por extraer algunas inferencias relacionadas con la designación del primer referente, asumido como modelo de construcción de este objetivo particular; que corresponde al filme The Silence of the Lambs (El silencio de los corderos en España, y El silencio de los inocentes en Hispanoamérica), (1991), del género thriller y terror. Dirigida por Jonathan Demme, y la actuación de Jodie Foster (Clarice Starling, joven detective en formación del FBI, sustituida en el filme Hannibal, por Julianne Moore. Este, sin los alcances y logros de aquel original), Anthony Hopkins (Hannibal Lecter, un brillante psiquiatra y a la vez asesino en serie y caníbal), y Scott Glenn (Jack Crawford, encargado de la Unidad de Ciencias del Comportamiento, FBI), en los papeles principales. Con base en la novela homónima de Thomas Harris, escrita en 1988 como secuela de El dragón rojo (1981).
De la Escolástica, como escuela de pensamiento, recibimos un saludable y práctico consejo, definir de inicio aquello de lo que no trata el estudio a emprender. Y en mi caso debo decir que no intento emular la hechura de un dictamen forense –materia de la que no soy perito–, ni mucho menos elaborar un perfil psiquiátrico, como es evidente en el modelo fílmico que estoy seleccionando, acerca del personaje del que he venido reseñando. Me limito a emitir una opinión analítica, desde el análisis social y/o si usted gusta con base en el análisis del discurso que emite el presidente Andrés Manuel López Obrador. Asunto del que sí he venido dando cuenta en mis anteriores colaboraciones, y que en la presente intento adelantar algunas inferencias derivadas de la observación participante y gracias a la lógica semántica que encuentro en cadenas lingüísticas y actanciales de nuestro sujeto de estudio. Obviamente, sí me inspira y me aporta sugerentes objetos significativos, el modelo fílmico elegido para elaborar un “perfil personal”. Indaguemos, pues, algunos puntos útiles de interpretación.
Primero. El sitio desde el que habla nuestro emisor. Por elección propia, ha sido el Palacio Nacional. Centro neurálgico de la CDMX, adjunto al Zócalo de la Capital del país, colindante con la Catedral Basílica Metropolitana y del edificio sede del Antiguo Palacio del Ayuntamiento, otrora Departamento del Distrito Federal, hoy Secretaría de Gobierno de esta entidad federal; edificio histórico emblemático no tan solo por su belleza arquitectónica sino por su significación política, síntesis estética de las tres históricas transformaciones de la Nación. Entonces, sitio que comporta el máximo significado político de autoridad para todo el país. Es desde aquí, de su honorable recinto, donde se emiten los discursos, peroratas y diatribas del presidente. De lo que podemos inferir que sus pronunciamientos, a ciencia y conciencia, los reviste con el ropaje solemne de su investidura. Comportamiento cuya locución simple y llana no siempre va aparejada con esa distinción de autoridad; miente profusamente por sistema, calla lo que a su interés conviene, exonera de crímenes, pecados y pecadillos (misdemeanors/pequeños mal comportamientos) a su feligresía y más conspicuos pajes de palacio; más notable aún le importa un comino la coherencia de ideas ya no digamos de pensamiento –lo que hoy niega, ayer lo afirmó- lo que trae aparejado una cauda magna de contradicciones que forman un amasijo de argumentos en conflicto, digamos que su aparente genio comunicativo es efecto de la discordancia tanto sintética como analítica (lo que Cantinflas fue para el lenguaje popular, Andrés Manuel lo es para el lenguaje político vulgar); en general, desde la asunción al poder entabló una riña contra la ciencia y los intelectuales que son sus portadores, y toma como madriguera los dichos, proverbios y adagios populares (les ditons, Francés)… Me canso, ganso.
Segundo. Los Topos o lugares retóricos desde los cuales se pronuncia López Obrador. Para fortuna y facilidad de nuestra tarea de interpretación, el presidente AMLO ha elegido como anclaje de su argumentación un tipo preferente casi exclusivo para armar sus argumentos, que es la generalización de la oposición dicotómica excluyente: “liberales/conservadores” (a la usanza decimonónica); hoy, los conservadores neoliberales vs “transformistas” de la 4ª generación; los “corruptos” vs los “honestos”/que encarnamos nosotros; la oligarquía explotadora y ladrona que expolia los recursos públicos del pueblo, que además exhibe su impunidad. De manera que el país se alinea en sólo dos contingentes: aquellos adherentes a su proyecto nacional de desarrollo Tetratransformista (a vulgo dicto: “chairos”) y el resto de “conservadores y Fi-fís” que se le oponen, con un fuerte carga de la Intelligentia mexicana.
En materia de Seguridad Pública y Ciudadana, y para acabar con la violencia –que hoy asuela el suelo patrio- en ausencia de Estado de Derecho, la receta oratoria dicotómica es: “abrazos, no balazos”… Aunque la sangre siga corriendo por todo el territorio nacional, y las víctimas sean periodistas, candidatos a puestos públicos, y ciudadanos comunes, en derrumbes y desplomes de infraestructura pública obsoleta, fruto de corruptelas e incompetente mantenimiento.
En síntesis, el lenguaje dicotómico excluyente se representa en Lógica Simbólica con una flechita vertical hacia abajo y se lee: rechazo; o el signo (≠): no igual a; o el signo vs. = contra. En estricto sentido es el lenguaje de la polarización ya sea de conceptos, personas, instituciones, colectivos, conjuntos, sistemas que engloban una matriz disyuntiva. Esto en obvia distinción de otros tipos de discurso más dialógicos, más dialécticos, más sintéticos y, como diría Kant, más analíticos a posteriori; aquí se ubican los tipos de enlace por conjunción, bajo condicionales, causales (si esto, entonces aquello), y en general todo aquel entramado de argumentos construido desde la lógica de la contradicción, como relación lógico-temática-ontológica que no confronta u opone absolutos (buenos/malos; corruptos/honestos; impunes/juzgados), sino siempre contrasta términos relativos (perfectos/algo imperfectos). Es el lenguaje de la inclusión. De manera que el análisis dialéctico usa la distinción bajo matices; en cambio, la polarización instrumenta la diferencia irresoluble e impracticable, allí donde no hay coexistencia, sino exclusión absoluta de un elemento. En esto estriba el lenguaje polarizador de López Obrador, idéntico al lenguaje del populismo tan en boga, del que tenemos en Donald Trump un perfecto ejemplo. Y del que ya sabemos qué fin tiene.
Tercero, del lenguaje como medio simbólico a los actos de poder. Quien gobierna no necesariamente es un ciudadano virtuoso, prudente, sabio y bien intencionado, si bien ese ha sido el ideal del gobernante, desde el eximio tratado de La República, en Platón y Aristóteles, y significó el sacrificio ético último del gran sabio Sócrates.
De las palabras pasamos a los hechos. En López Obrador, este punto de quiebra queda perfectamente señalado al inicio del proceso electoral 2021, en que estamos. Vimos, no sin cierta perplejidad, su defensa a ultranza de candidatos impresentables para gobernadores de Guerrero y Michoacán, el asedio desbocado contra instituciones de Ley, como el INE, el TEPJF, el INAI, indiciando nombres personales y puestos públicos, a los que tiene en la mira presidencial, para defenestrar en cuanto le sean allegados los recursos pseudo-legislativos y judiciales, que le hagan ver como impartidor de Justicia. Hoy mismo, ha llevado al cadalso público al gobernador en funciones del estado de Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca, con destino incierto para los ciudadanos de dicha entidad.
En este ejercicio del poder presidencial, vemos en plena acción los mecanismos del actual Bloque en el Poder. Y son a todas luces la instrumentación de la fuerza coactiva del Estado al servicio expreso de sus fines políticos. El recurso a la ingeniería legislativa para emitir decretos Ley que convienen a su interés de “grupo en el poder”, está manifiesto. Esto en desdoro de las cámaras del Congreso de la Unión, bajo su fracción mayoritaria, y desvergüenza de “legisladores” a modo, que no mueven “ni una coma” de sus plenipotenciarios documentos.
La instrumentación, ésta sí cada vez más preocupante y peligrosa para la salud del pacto federal, de la mediación que está instrumentalizando de la Procuración de Justicia, corporeizada en las nuevas Fiscalías ya sean del ramo Administrativo, Fiscal o Penal, que encauza de manera implacable e inequívoca contra aquel, aquellos o corporativos enteros que se oponen a su regencia unipersonal, autoritaria y voluntarista a la que quiere acceder sin contrapeso alguno ya sea del orden Jurídico o Constitucional, propiamente dicho.
Ese desmedido fervor que profesa por la cooptación de “lo legal”, para ejercer y ejecutar sus decisiones unilaterales son prueba evidente de que ha tumbado máscaras, comenzando simbólicamente por la suya propia, cuyo tapabocas nunca quiso aceptar, y que hoy a cara lavada ostenta en sus desplantes propagandísticos de cada mañana. Sí, dice intervenir en el proceso electoral, porque no acepta ni la corrupción ni la impunidad, aunque los miembros de su partido-movimiento transformista las practiquen con cínica ostentación y suficiencia probatoria.
Esta identidad y circunstancia –que remite a la definición existencial de Ortega y Gasset– están dando cuenta, y bien clara del modo real de cómo chirrían las amarras de su constructo de bloque en el poder, por un lado; por otro lado, aun con este dispositivo de la fuerza del estado, queda incierto el producto real de esta dinámica del poder; porque también coexiste y se hace presente una oposición ciudadana progresivamente en ascenso. De un sistema político modalizado al estilo populista de gobernar, que experimentamos los mexicanos en piel viva con el expresidente Donald Trump, fuimos testigos de cómo invocó con gran fervor la patética mentira de que las elecciones presidenciales de los E.U.A estaban “amarradas”/rigged/fraudulentas decía él; y lo dijo al cansancio, en todos los tonos y todos sus foros; pero, las autoridades calificadoras al final desecharon por insostenible tal pretensión. Y así él quedó fuera de lo llamó con desdén: el pantano de Washington.
Mutatis mutandis, en conclusión, este ensayo de perfil personal, no difiere en el fondo de aquel otro de tipo forense o psiquiátrico. Ya que la base de todos es nada menos que el método científico del conocimiento: observar, contrastar, probar y aplicar. Pasos ineludibles en el proceso de conocer la realidad. Espero haber satisfecho mi cometido.