Paradigmas sin derechos/ Sobre hombros de gigantes  - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Una persona había olvidado su pasado, de dónde venía, por qué estaba aquí; por qué hacía lo que hacía y decía lo que decía y no otra cosa; por qué se vestía de una manera, por qué pensaba de una forma, por qué atendía las órdenes de los demás y por qué daba un tipo de órdenes similares.

Algunos le dijeron que eso se debía a un fenómeno llamado “paradigma”, o la creación de una idea o historia de comportamiento para generar un tipo de cultura específica que se requería para un interés particular.

Para que esa persona entendiera este fenómeno, le explicaron que unos científicos hicieron un experimento con cinco simios, los cuales pusieron en una jaula, donde había una escalera que en su parte más alta tenía plátanos, y cuando uno de los simios subía para tomar un plátano, los de abajo recibían un baño de agua fría. Esto provocó que cuando uno de los simios quería subir por un plátano, los demás lo bajaban en tremenda golpiza, hasta que ninguno de los simios subió a pesar de la tentación de los plátanos. Lo importante del experimento es que los científicos sustituyeron uno de los simios por otro nuevo, el cual inmediatamente comenzó a subir por los plátanos, pero los demás lo recibieron con una golpiza por esa conducta. Luego se sustituye otro simio por uno nuevo, y cuando quiso subir por la fruta, los demás simios, incluyendo el que previamente habían sustituido, participaron con entusiasmo en la golpiza al recién llegado. Llega un punto en el cual, todos los simios viejos son sustituidos por nuevos, los cuales, sin haber recibido un baño de agua fría, se golpeaban cuando alguien quería ir por los plátanos. Así se creaba el paradigma, pues si preguntáramos a los simios por qué hacían eso, y pudieran respondernos, probablemente nos dirían: “no lo se, pero esto siempre se ha hecho así aquí”. 

La persona trataba de asimilar la narración, pero el emisor del discurso de ese interés particular llamado paradigma, le decía que a pesar de lo que estaba ocurriendo, de lo malo, lo dañino, el hambre, la injusticia, la violencia, las pérdidas, el sacrificio de unos, era necesario continuar con el paradigma, con la lucha para mantener el orden adecuado, la armonía en sociedad, aunque la persona se diera cuenta que en realidad no existía esa armonía.

A esta persona cualquiera le contaban que había enemigos de ese orden, que son enemigos de ella y su familia, puesto que ese enemigo sólo quiere dañarlo y alterar su tranquilidad. A ese enemigo todos le temen, pero no tiene identidad, y a pesar de eso, era necesario mantener torres de vigilancia y demás instrumentos indispensables para controlar al enemigo. El enemigo no era humano, era una bestia, un animal, un delincuente que incumple normas sociales, y, como no era humano, no podía tener derechos. Gracias a ese discurso el miedo crecía, alimentado con la real violencia que aparecía frente a los ojos de esta persona. En el cuento, la persona se había olvidado que el hombre siempre le teme a lo que no conoce, lo cual es un mecanismo primordial para crear un paradigma.

En el cuento, el emisor del discurso interesado decía que hay quienes nacen para guiar a los que sólo nacen para ser guiados; que hay lugares a los que no se puede entrar y situaciones que no se deben cuestionar, por lo que no conviene saber, sino seguir existiendo, dando la confianza necesaria al que dirige y emite el discurso, pues la mayor ignorancia siempre triunfa sobre el menor o nulo conocimiento.

En el cuento, el paradigma atendía a la militarización, a llenar de policías y militares las ciudades sin control de sus actuaciones; a la intromisión de domicilios sin orden judicial, a las detenciones por mera sospecha, a la suspensión de derechos y garantías, a la vigilancia total y constante de la sociedad, pues esto era necesario para volver a la tranquilidad querida, lo cual sólo se lograría con las personas encerradas en sus casas o en lugares de reclusión. En el cuento los que tenían poder económico avalaban estas acciones, pues sabían que a ellos nunca los tocarían.

En el cuento, en vez de atender las necesidades básicas de la población, de generar condiciones de vida digna, trato humanitario, evitar la desigualdad y la discriminación, terminar con la acumulación del capital y del poder de unos cuantos, eliminar el hambre, otorgar servicios de salud, educar en valores, igualar y dar mejores salarios a iguales necesidades, crear empleos, y ayudar al libre desarrollo de la personalidad, se atendía a incrementar los instrumentos de represión, restringir derechos y modificar leyes que al final eran inaplicables.

Ese cuento no tenía fin, ni feliz, ni triste, era una historia inacabada. Pero no hay porque asustarse: esa historia, es sólo eso, una historia, un cuento que se narra en la película La Aldea (The Village, 2004), del escritor y director M. Night Shyamalan.


Nada de esto ocurre en la realidad, pues la realidad no es así, es distinta, de otra manera, en donde olvidar implica repetir…


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