Desde hace unas semanas revivió en el debate público un asunto de relevancia nacional: el regreso a clases, luego de que el 16 de abril el Gobierno Federal anunciara el plan de vacunación que llevaría a cabo con los trabajadores de la educación, y cuyo objetivo central es la reactivación del sector, es decir, el retorno a las aulas.
Sin embargo, para profundizar en el debate del regreso presencial a las aulas, es importante hacer memoria y observar la realidad social en México, cuestión por la cual se comprende la urgencia por la reactivación de las actividades educativas.
Desde finales de marzo del 2020 más de 30 millones de personas, entre estudiantes y docentes de distintos niveles educativos, comenzaron a trabajar con la llamada “educación a distancia” en sus distintas modalidades. La conexión a internet, el uso de plataformas, la mensajería virtual, el correo electrónico, la computadora, los teléfonos inteligentes, las tabletas e incluso el teléfono fijo y la televisión se volvieron herramientas fundamentales en los hogares mexicanos y cuyo propósito principal era ayudar a que los más jóvenes continuaran con su proceso educativo.
No pasó mucho tiempo para que el modelo de educación a distancia comenzara a manifestar las grandes desigualdades en el país, sólo para esbozar este punto expondré a dos actores activos:
- a) Desde la posición de los maestros se enfrentaron a desafíos monumentales para poner en marcha el modelo y cumplir con las exigencias de la sociedad y la autoridad educativa en momentos de crisis. No es desconocido que la mayoría de los trabajadores de la educación cuentan con salarios modestos y, en algunos casos, es un privilegio contar con una computadora y conexión a internet. Por otro lado, un amplio sector desconocía y/o no usaba medios digitales como plataformas, mensajería, redes sociales, aulas virtuales, entre otras. Asimismo, la brecha generacional entre docentes se manifestó como un problema ya que la adaptación fue menos compleja entre los jóvenes que entre los más longevos.
- b) Los estudiantes también experimentaron un proceso de adaptación al modelo de educación a distancia, sin embargo, el grado de asimilación estuvo asociado a su contexto social y económico. Por ejemplo, en un punto se encontraban los estudiantes con acceso a internet, tecnologías digitales, cuyos padres trabajaban en casa y gozaban estabilidad económica para cubrir sus necesidades. En el extremo opuesto, se encuentran los alumnos con carencia de recursos tecnológicos y cuyos padres de familia viven del comercio informal o desempeñaban labores seriamente afectadas por la pandemia.
Es importante señalar que la desigualdad no sólo se manifestó entre los actores participantes, también se manifestó entre niveles educativos (básica, media superior y superior), el tipo de educación (pública y privada), el contexto (rural y urbano), accesibilidad (digital y analógico), entre otros.
Sabedora de la situación, la Secretaría de Educación Pública (SEP) ha tratado de ir sorteando las críticas sociales implementando herramientas y medios para brindar el servicio. Por ejemplo, desde el inicio del ciclo escolar 2020 -2021 se incorporó a la televisión como instrumento educativo. De igual forma, se generalizó en la educación básica y media superior el uso de cuadernillos realizados por los docentes para que los estudiantes que no cuentan con conexión a internet pudieran acceder a los aprendizajes esperados.
A pesar de las estrategias emprendidas, las cuales han tratado de aminorar el impacto negativo de más de un año de educación a distancia, se observan señales desalentadoras como:
1) Rezago educativo. Aunque se han realizado procesos de simplificación en los contenidos educativos, se manifiesta en la entrega de actividades o trabajos un proceso de deterioro en la comprensión y apropiación de conocimientos, cuestión que es más evidente en la educación pública.
2) Deserción. A pesar de la existencia de becas como la “Benito Juárez” en la educación media superior, los estudiantes en una situación económica menos privilegiada han tenido que salir a trabajar con el objetivo de contribuir al ingreso familiar, dejando de lado sus estudios.
3) El agotamiento del modelo. El “compromiso” de las autoridades, estudiantes y docentes por mantener activo el proceso educativo se ha difuminado. Existe cansancio y crítica, por parte de los estudiantes, a los aprendizajes que se llevan y al tiempo que dedican a sus actividades. Por parte de los docente, observan dramáticamente la disminución en la calidad y entrega de trabajos de los alumnos. Ambos aspectos evidencian el rápido deterioro del modelo, el cual no cubre las expectativas y motiva al estudiante.
4) El desgaste y preocupación de los actores. A un año de distancia se manifiesta el cansancio de padres de familia, estudiantes y estructuras educativas los cuales requieren de las escuelas para aminorar el rezago que se observa.
Se sabe que la pandemia causada por el virus SARS-CoV-2 ha sido un desafío para la sociedad en general y las autoridades, pero a más de un año de distancia en que se cerraron las escuelas con el objetivo de proteger la salud, disminuir los contagios y evitar movilidad de un amplio sector de población, es evidente que mantener este modelo aceleraría los niveles de rezago y deserción escolar, aspectos que en el mediano y largo plazo ampliarían las desigualdades sociales en el país.
Si bien, el regreso presencial a las aulas es debatible y se puede observar desde varias aristas, no podemos cerrar los ojos ante la realidad, ya que el modelo de educación a distancia esta acentuando las desigualdades sociales.