Siempre me parecieron alucinantes los urinarios públicos por la forma en que la gente se apropia de ellos, en sus paredes es posible encontrar de todo, desde la invitación sexual hasta la obra de arte, de ahí salió El Gallito Inglés que encontró Armando Jiménez para ponerlo en su Picardía Mexicana, en ellos he visto trazos similares a la perfecta simplicidad de los dibujos de un solo trazo de Cocteau, y sí, por supuesto, la inmensa vulgaridad de los chistes machistas y la ofensa, el albur desvestido de ingenio. Eso es Twitter para mí.
Entrar a un baño público y observar sus paredes es la oportunidad de encontrar el grafito ingenioso compartiendo espacio con la difusión de un número telefónico a manera de venganza; en un mismo panel el desahogo lírico que uno se lleva cuando sale de ese lugar hasta la agresión directa; lo mismo en Twitter, hay hilos sorprendentes que uno guarda en el navegador para después acudir a las referencias en medio de miles y miles de frases que no tienen ningún sentido para uno, que se refieren a personas que desconoce o prácticas que no se permitiría. Las tendencias, regularmente, me parecen el concurso al que se somete el adicto a la aprobación, que publica cualquier cosa con tal de seguir la línea que alguien le marca.
Nunca he entablado una conversación con el muro de un urinario, no encuentro la forma de convertir mi interrogante en un diálogo, sufro la misma incapacidad con las tendencias de Twitter, las veo, las leo, descarto la mayoría y apunto un puño que creo me servirán después.
Recientemente me encontré un rayón en la pared de Twitter de alguien a quien no conozco, que no me importa y no despertó el suficiente interés como para investigar quién era, pero llamó mi atención porque empleó una artimaña simplona para llamar la atención: colgarse del nombre de otro que tiene más seguidores, retarlo y, en un solo tuit, establecer su superioridad:
“Yo soy más mexicano que López Dóriga, porque aunque los dos nacimos en Madrid, yo no me hice multimillonario mintiéndole al país que me acogió”, decía el tuit, al que seguían miles de reacciones que le daban la razón e injuriaban al periodista que la Cuarta Transformación considera un adversario, entendí que debía ser por eso la popularidad de la frase y, por esa misma razón, perdí interés de inmediato, sin embargo, más allá de los personajes me quedé pensando en la idea de mexicanidad que propone la frase.
Yo nací aquí, en México, aunque reniegue, este país es mi patria, mi identidad está ligada a esta nación, ¿qué es lo que me haría menos mexicano?, según el tuit mentir para hacerme multimillonario, no necesariamente la mentira, sólo el embuste cuando tiene el propósito de adquirir millones de pesos. La idea me pareció tan absurda que tuve que regresar al mensaje y buscarle contexto, descubrí sin sorpresa que su notoriedad la había conseguido porque quien escribió la frase es alguien que caracteriza al presidente Andrés Manuel López Obrador como un defensor de la libertad de expresión y el periodismo libre.
A eso ha llegado la polarización, certificar la nacionalidad mexicana ya no consiste en hablar español, acreditar la residencia, haber prestado servicios o realizado obras en materia cultural, social, científica, técnica, artística, deportiva o empresarial que beneficien a la nación… No, ya sólo se tiene que estar integrado a la cultura nacional tetratransformista de apoyar al presidente, sin restricciones, incondicionalmente.
Como en los baños públicos, una vez finalizada la tarea que te lleva ahí y leer lo que pintan en esas paredes, simplemente se le da la espalda y se olvida.
Coda. La idea medular de Novedad de la Patria de Ramón López Velarde es la aspiración a “concebir una patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa”; le he dado muchas vueltas a esa frase, para mí consiste en un acto modesto: transformarse en ciudadano, eso y nada más, es decir, algo más precioso.
@aldan