AMLO luce como quieren sus adversarios, ¡ACORRALADO! - LJA Aguascalientes
21/11/2024

En Palacio Nacional cuentan que López Obrador se siente acorralado, irritable, sin una estrategia clara. ¿La razón? Los cálculos no pintan nada bien para la Cámara de Diputados en estas elecciones, pero también la pandemia, el Metro, las renuncias…

A pesar de que la característica principal del presidente Andrés Manuel López Obrador es la de tener un perfil sumamente explosivo, sobre todo con sus adversarios políticos y con los que han “traicionado” su movimiento, son contadas las ocasiones que al tabasqueño se le ha visto con la irritación con la que se le ha observado en los últimos días.

Por increíble que parezca, desde su desafuero en 2005 como jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, López Obrador había tenido ese estado de ánimo –en el que pareciera que no le sale nada y entonces saca a relucir su vena más autoritaria– en los días del “empate técnico” en las encuestas con el panista Felipe Calderón, entre marzo y abril de 2006, durante la campaña presidencial de ese año.

En esas semanas, el hoy primer mandatario prácticamente sepultó su camino a la Presidencia de la República con la ya famosa consigna del “¡cállate chachalaca!” al entonces presidente panista Vicente Fox Quesada, quien estaba interviniendo de manera grotesca en las campañas electorales para favorecer a Calderón Hinojosa.

De ahí, de esa frase y de esa imagen de AMLO –que se dio el 16 de marzo de 2006 en Salina Cruz, Oaxaca, y que utilizaron panistas y empresarios para emprender la llamada “guerra sucia” contra el tabasqueño– derivó el eslogan que ha cargado el tabasqueño hasta estos días, ya como inquilino de Palacio Nacional, el del “peligro para México”.

Y aunque López Obrador trató de enderezar la ruta en los meses siguientes, en la elección de julio de ese año el temperamento del hoy jefe del Ejecutivo federal jugó en su contra. Y lo mismo ocurrió de julio a octubre, en los días del llamado “plantón del Zócalo-Paseo de la Reforma”.

En esas semanas, al menos en dos ocasiones se dejó ver al mismo AMLO que se observa en estos días, específicamente cuando lanzó la frase “¡al diablo las instituciones!” y cuando –a pesar de que muchos de su círculo más cercano en ese entonces estuvieron en desacuerdo y advirtieron las consecuencias políticas– el candidato de la alianza “Por el Bien de Todos” (PRD-PT-Convergencia) determinó, casi unilateralmente, instalar el “plantón” y, para mediados de septiembre, declararse “presidente legítimo”.

LAS CUENTAS NO SALEN… 

Ahora, como en aquellos días –nos cuentan a EMEEQUIS fuentes cercanas al presidente–, López Obrador se siente acorralado, irritable, sin una estrategia clara para salir de la actual crisis de gobierno.


La razón, dicen, es que las cuentas en Palacio Nacional ya no salen para alcanzar mayoría en la Cámara de Diputados en las próximas elecciones, y ya ni hablar de las contiendas para la renovación de 15 gubernaturas, en donde Morena –reconocen– “va en caída libre”.

Pero, hasta el momento, el escudo de defensa de AMLO ha sido el mismo de siempre: echar la culpa de todos los males del país a la “minoría rapaz”, a “los potentados”, a la “mafia del poder”, a los “medios de comunicación conservadores”, a los “intelectuales orgánicos”, a los “periodistas del viejo régimen”, a las “injerencias externas”.

VÁLVULA DE ESCAPE

Así ocurrió en 2012, en su segundo intento para alcanzar la Presidencia de la República. Luego de contenerse durante casi toda la contienda, López Obrador volvió a sacar su lado más explosivo cuando se reveló que, en una reunión privada, el cineasta Luis Mandoki, del primer círculo de AMLO, “pasó charola” a empresarios para la campaña del tabasqueño.

“Tengo autoridad moral para enfrentar cualquier calumnia. Que hablé de complot, me ponen en la nota cosas que no dije”, señaló AMLO en aquella ocasión.

Faltaba menos de un mes para los comicios presidenciales, pero ese nuevo exabrupto de López Obrador con los medios de comunicación detuvo su crecimiento en las preferencias electorales. 

Meses más tarde, el tabasqueño reconoció que esa elección le había dolido más que la de 2006, ya que en los comicios de 2012 “se jugó con la pobreza de la gente y se aprovecharon de esa situación para la compra masiva del voto en las regiones más pobres del país”.

A pesar de todo ello, AMLO no reaccionó como seis años atrás.

Denunció las irregularidades de la elección; presentó pruebas de la compra del voto para favorecer al priista Enrique Peña Nieto; realizó algunos mítines en el Zócalo capitalino (en uno de ellos, el 10 de septiembre de 2012, renunció a sus 23 años de militancia en el PRD), y anunció sus planes para conseguir el registro del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) como partido político. 

Esa fue la válvula de escape.

EL INFARTO…

Luego de un año de tensión acumulada, el cuerpo le cobró factura a Andrés Manuel López Obrador el 4 de diciembre de 2013.

En lo que sería el inicio de un “cerco humano” a la sede del Senado de la República y el inicio de las protestas por la inminente aprobación de la reforma constitucional en materia energética del presidente Enrique Peña Nieto, a primeras horas de ese día se informó que el tabasqueño había sufrido un infarto al miocardio.

La contención del enojo por los resultados de la elección presidencial de un año atrás; su separación del PRD por la decisión de sus dirigentes de firmar el Pacto por México; el desgaste habitual por sus diversos recorridos por el territorio nacional; las reformas negociadas en el Pacto por México, específicamente la laboral, la educativa y la energética, así como el estrés acumulado en esos meses, llevaron a AMLO al colapso de su salud.

Por prescripción médica, el tabasqueño tuvo que dejar el cigarro, bajar sus niveles de estrés, realizar ejercicio y tomar medicamento prescrito de por vida, entre ellos el calmante Amlodipino, que recetó en varias ocasiones a sus adversarios políticos en la campaña presidencial de 2018.

Pero esa es otra historia.

Ya recuperado y bajo observación médica, López Obrador continuó con su línea de lanzar severas críticas a los gobiernos del PRI, del PAN y del PRD; a la “mafia del poder” y a los medios de comunicación que no le eran afines, pero también logró el registro de Morena como partido político y eso lo alentó a construir su tercer intento por conseguir la Presidencia de la República.

Nada lo alteró en esos años. López Obrador entendió (dicen que lo hizo entender su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller) que si quería llegar a Palacio Nacional tenía que dejar a un lado su rijosidad, su talante autoritario, sus desplantes de explosividad.

Y sí. A partir del 2016 comenzó el discurso del “no voy a caer en provocaciones”, del “amor y paz”, del “abrazos, no balazos”. La prueba de fuego para su estado anímico fueron los comicios del Estado de México de 2017,  en los que perdió Delfina Gómez. AMLO dejó pasar el agravio.

Sabía –nos cuentan a EMEEQUIS—que le iban a “tender una trampa” en esos comicios para que estallara contra todos y de ahí exhibirlo de que “no había cambiado, que seguía siendo el mismo personaje que no aceptaba derrotas electorales y mandaba ‘al diablo las instituciones’”. Pero no lo hizo. Los comicios presidenciales estaban a menos de un año y un exabrupto significaba despedirse prácticamente de su sueño de llegar a la Presidencia.

“Aunque tengamos el corazón caliente, siempre vamos a tener la cabeza fría. Nos están cucando. Nos están queriendo picar la cresta, pero no vamos a responder, aunque haya una campaña de desprestigio”, lanzaba el tabasqueño para salir al paso, no engancharse y no caer en los terrenos en los que, por su temperamento, siempre le ha ido mal, como ocurre en estos días ya como presidente de México.

“LA CAMPAÑA SOY YO”

Hubo otras tres ocasiones donde AMLO se salió de sus casillas. Dos se dieron en la campaña presidencial de 2006.

El 21 de abril de ese año, durante una gira por Tabasco, la comitiva de López Obrador se detuvo en el Puente Frontera, exactamente en un punto donde se observa toda la majestuosidad del Río Grijalva.

Los reporteros que cubrían su campaña no olvidaban que el tabasqueño se había comprometido que, para esos días, iba a presentar pruebas de que el banquero Roberto Hernández, director general de Banamex, estaba financiando la campaña de Felipe Calderón y la “guerra sucia” en su contra.

López Obrador hablaba de la historia y la importancia de ese afluente, pero los representantes de los medios de comunicación pedían esas pruebas. Luego de unos minutos, AMLO abordó visiblemente molesto el vehículo que lo transportaba para continuar con la gira de campaña.

Un mes más tarde, en el aeropuerto de Zacatecas, César Yáñez, su jefe de prensa en las tres campañas presidenciales, le hizo llegar un ejemplar de la nueva edición semanal de la revista Proceso, que traía en portada y como reportaje principal un texto que se tituló “La campaña soy yo”. El entonces candidato presidencial no pronunció una sola palabra en el vuelo de regreso a la Ciudad de México, su rostro estaba desencajado. A partir de ese momento tomó distancia de esa publicación fundada por el periodista Julio Scherer.

“¡SALUDEN AL PRESIDENTE!”

La tercera se dio el 24 de agosto de 2014, en un retén militar en Valle de Bravo, Estado de México. En aquella ocasión, varios soldados hicieron bajar al tabasqueño y a sus acompañantes del vehículo en el que viajaban para una “inspección de rutina”.

En un video, que luego difundió en sus redes sociales, se observa a López Obrador reclamar airadamente al responsable del retén, a quien le dice que “el jefe de la mafia está en Los Pinos; el cártel que más daña es el de Los Pinos. No se les vaya a olvidar”.

Lejos estaba ese día en que soldados del Ejército, también en un retén militar, dejaron boquiabierto a más de uno en la campaña presidencial de 2006. El soldado responsable del retén militar en una carretera de la región de la Huasteca, en San Luis Potosí, marca el alto a la camioneta que viene a la vanguardia de la caravana.

En el vehículo viajan Nicolás Mollinedo, al volante; el general Audomaro Martínez Zapata, encargado de la seguridad del candidato de la coalición Por el Bien de Todos (PRD-PT-Convergencia); César Yáñez Centeno, jefe de prensa de la campaña del tabasqueño, y Andrés Manuel López Obrador.

Detrás del vehículo blanco frenan intempestivamente las dos camionetas Suburban en las que se transportan los reporteros que cubren la campaña, bautizadas por los propios comunicadores como “La Machuchona” y “La Camajana”, dos palabras comunes en el arraigado vocabulario tabasqueño de López Obrador.

El militar se acerca a la ventanilla e inmediatamente da dos pasos hacia atrás. Con singular aire marcial y, sin más, lanza la orden: “¡Formación! ¡Formación!”

Corre el mes de mayo de 2006 y las encuestas ya marcan un “empate técnico” entre el candidato de las izquierdas y el derechista Felipe Calderón Hinojosa.

La “guerra sucia”, las “campañas negras” y el “peligro para México” están a tope. En esa carretera potosina sólo están esos elementos castrenses y unas 40 personas que integran la caravana.

López Obrador baja del vehículo. Se observa estupefacto cuando el soldado responsable del retén ordena a sus compañeros: “¡Saluden al Presidente!”

Los militares se yerguen. Hacen sonar sus pesadas botas en los talones y se llevan la mano derecha a la frente.

El tabasqueño hace lo mismo y el responsable del retén grita la orden: “¡Abran paso! ¡Puede seguir adelante, señor Presidente!”

TODO SE LE RESBALABA

En 2018 llegó la tercera y la última oportunidad para llegar a Palacio Nacional. El carácter explosivo y rijoso tenía que quedar a un lado. Había que aprovechar y administrar los diez puntos de ventaja en las encuestas con los que inició la contienda.

Característicamente “terco”, “necio”, como el mismo se auto describió en diversos mítines de campaña, López Obrador esta vez sí escuchó los consejos de sus más cercanos y dejó de lado ese temperamento explosivo. Para ello jugó un papel fundamental su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, pero también su coordinadora nacional de campaña, Tatiana Clouthier, y su coordinador regional en los estados del noreste del país y hoy canciller, Marcelo Ebrard.

Y AMLO se tomó esa campaña con calma e, incluso, en distintas ocasiones con buen humor. Ahora los ataques de sus adversarios y los intentos para engancharlo en la “guerra sucia” los enfrentó con frases chuscas.

En ese contexto surgió lo del “Andresmanuelovich”; lo del “Oro de Moscú”, por aquello de que supuestamente lo estaba financiando el presidente ruso, Vladimir Putin; lo de recetar “Amlodipino” a sus adversarios políticos para “serenarse”; lo del “¡me canso, ganso!”; lo de la cartera en el tercer debate, en Mérida, Yucatán; lo del “Ricky Riquín Canallín”, que le endilgó al panista Ricardo Anaya también en ese debate.

Así llegó López Obrador a la Presidencia: con un estado de ánimo desbordado de entusiasmo y alegría, en donde incluso en sus conferencias de prensa “mañaneras” en Palacio Nacional, de diciembre de 2018 a diciembre de 2019, se tomó las cosas con calma, con el buen humor que lo caracterizó en su tercera campaña presidencial.

Pero todo cambió con la pandemia.

COMO LEÓN ENJAULADO

Lo de Andrés Manuel López Obrador, donde se siente a sus anchas, es en el mitin, en la plaza, en el Zócalo lleno, en medio de las consignas, del griterío de apoyo, del respaldo incondicional y sin cuestionamientos. Eso terminó o al menos se pospuso con la pandemia de Covid-19.

Hoy –nos dicen– el presidente de la República no puede “mostrar el músculo” ante las adversidades, movilizar a sus más leales, denunciar a los que supuestamente han boicoteado la Cuarta Transformación frente a la muchedumbre. Peor. Hoy AMLO se siente como “león enjaulado”, “acorralado”, “molesto porque las cosas no salen”.

El controvertido manejo de la pandemia, que ya contabilizaba más de 220 mil muertos; la  guerra sin cuartel contra el presidente consejero del Instituto Nacional Electoral (INE), Lorenzo Córdova. Los casos de corrupción sin castigo o que no avanzan en la Fiscalía General de la República (FGR). El pleito un día sí y el otro también con periodistas, empresarios, adversarios políticos, intelectuales.

La protección a ultranza de personajes sumamente polémicos como Ricardo Salinas Pliego, Sanjuana Martínez Montemayor, Manuel Bartlett Díaz, Rosario Piedra Ibarra, Ana Gabriela Guevara, o su hermano Pío López Obrador. La tragedia en la Línea 12 del Metro.

La economía estancada. La inseguridad sin control en todo el territorio nacional. Los amparos judiciales a sus reformas y a los megaproyectos. Las desapariciones forzadas. Las madres de víctimas exigiendo justicia.

Las y los candidatos de Morena que renuncian a su militancia, que se deslindan del gobierno, que se ven envueltos en escándalos de toda índole. El riesgo de perder la mayoría parlamentaria en la Cámara de Diputados. La controvertida decisión de proponer el alargue del ministro Arturo Zaldívar al frente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).

AHÍ LO QUIEREN VER SUS ADVERSARIOS

Todo ello, nos dicen, tiene a López Obrador malhumorado, irritable, de vuelta a esos tiempos donde no escuchaba a nadie, donde la estrategia era él, él y él.

Y es precisamente en ese terreno donde lo quieren ver sus más acérrimos adversarios políticos, en el del “¡cállate chachalaca!” y en del “¡al diablo las instituciones!”, porque saben que en ese espacio es donde el tabasqueño siempre sale perdiendo.

Así está la cosa por Palacio Nacional a menos de un mes de los comicios, según nos cuentan.

@emeequis


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