¿Crees que te lo mereces todo?, le pregunté a mi hijo y se quedó callado un largo rato, con esa mirada con la que me pide que cambie la pregunta o vaya al grano y le explique lo que le quiero decir. Acepté: te hago la pregunta al revés, ¿piensas que yo creo que te lo mereces todo?, se volvió a quedar en silencio un largo rato. Dime lo que crees, porque le atinaste, le dije y asintió. Sí, yo sí creo que te lo mereces todo, mi amor por ti es incondicional, a eso es a lo que se refería tu madre cuando lo dijo, pero eso no significa que te lo merezcas todo, lo que obtengas, a lo que se te dé, debes de corresponder.
Para enseñarnos a valorar lo que tenemos, lo que recibimos, hay quien cree que se debe experimentar la carencia, comer mal para aquilatar un buen plato, sufrir la carencia de dinero para otorgarle la importancia debida a la posibilidad de comprar lo que necesitamos o deseamos. A veces se lleva al extremo, como si sólo fuera posible reconocer la dicha cuando se viene de la infelicidad, gozar el placer en su máxima expresión con la condición de haber sido devastado por el dolor, justo por esos dos ejemplos es que no creo que sea la comparación la forma adecuada de enseñar a valorar, porque jamás desearía a alguien que amo el aprendizaje a través del sufrimiento.
Creo en el desarrollo de la empatía, de la enseñanza a partir de contemplar el mundo, a los otros y reconocernos en ellos, corresponderles.
No te lo mereces todo, pero yo sí lo creo, y haré cualquier cosa para proporcionártelo, le dije a mi hijo, no sólo cosas materiales, el afecto, los abrazos, atenderte, eso significa que mi amor sea incondicional, que aunque tú no hagas nada ante lo que yo pueda darte, lo seguiré haciendo, más allá de la forma en que tú lo recibas, por que el amor es mío. Nos quedamos un rato sentados en el sillón, no se distrajo con algún juguete ni me invitó a una lucha titánica, él ya sabe que a declaraciones como esa, invariablemente, le sigue un giro, yo le llamo el giro tío Ben, ese instante en que declaras: “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. No lo alargó y preguntó que qué le tocaba hacer, ¿siempre tengo que dar las gracias?
Le respondí que no, que no bastaba ser agradecido, que lo que nos toca es corresponder, aceptar lo que los otros nos dan y desde ellos buscar la forma de hacernos merecedores de lo que nos dan, sea lo que sea. Corresponsabilidad, se llama. Mi hijo estalló en risas, ¿ves como si eres Don Palabras Raras? No es una palabra rara, quiere decir que nos hacemos responsables de los otros y nosotros mismos, entender que no basta decir gracias o pedir por favor, además estamos obligados a reconocer desde dónde se nos otorga algo y por qué, para buscar la forma de devolver esa acción pensando en el otro.
Entre las manos, mi hijo traía un juguete que era mío, un muñeco del Duende Verde que me compré hace 20 años, cuando lo descubrió en el estudio se lo apropió. Está su-per-ar-ti-cu-la-do papá, me dijo y preguntó que si se lo podía quedar; le dije que sí, por supuesto. Tomé la figura de acción, este juguete lo compré para mí, para jugar con él, ahora lo tengo en mi casa y me gusta cómo se ve, no pensaba en ti cuando lo adquirí, me gusta mucho, lo cuido y todavía tiene todas sus piezas, lo siento como algo mío, pero si me lo pides, te lo regalo; ¿qué crees que me debas dar a cambio? No dudo un instante, se abalanzó en un abrazo. Exacto, eso es lo que yo merezco.
Coda. “Quiero escribir, pero me sale espuma, quiero decir muchísimo y me atollo”, lamentaba César Vallejo, al igual que yo el día de hoy, quería escribir de la ausencia de empatía de los candidatos que nos dicen que quieren llegar a un cargo porque, en campaña, después de ver tantas carencias de la gente, se sienten obligados a hacer algo por “esa gente”, así, en despectivo… y proponen que cuando ganen, se van a bajar el sueldo, porque eso es lo que necesitamos, gestionar la pobreza. Miserables, y yo sin duendes verdes para regalarles.
@aldan