Hace ya diez años que la Unesco instituyó el 30 de abril como Día Internacional del Jazz, esta celebración, que definitivamente es el evento anual de jazz más grande del mundo, está presidida por la directora general de la Unesco, Audrey Azoulay, y por una de las más grandes luminarias en la historia del jazz, el pianista y compositor Herbie Hancock, una verdadera leyenda de la música en todo el siglo XX y lo que va del XXI.
Imprescindible resulta celebrar al jazz, sobre todo si consideramos que en sus poco más de cien años que tiene de existir se ha ganado un lugar en la siempre inconclusa historia de la música, y se ha consolidado como uno de los lenguajes de música popular más dominantes en la escena internacional y a lo largo de toda la historia.
No olvidemos que en sus orígenes el jazz era la música de los desfavorecidos, de los desheredados, de las oscuras y humeantes tabernas de la pantanosa Nueva Orleans. El jazz era la música de la calle, de los prostíbulos en donde se tocaba, se bebía y se vivía de manera clandestina, y en ese ambiente lúgubre, amparados por el manto protector de la oscuridad, la sufriente comunidad afroamericana del sur de los Estados Unidos sobrellevaba una existencia indigna de su condición humana, trabajaban en los campos de algodón de sol a sol y la música, esa de los ritmos sincopados y escala pentatónica, era, no solamente su más fiel compañía, sino su refugio más seguro. Los capataces blancos decían que “un negro que canta es un buen negro”, porque acompañaban con sus cantos, que deberíamos entender como lamentos, sus extenuantes jornadas laborales de sol a sol. Impensable entonces que esta música pudiera en algún momento interesar a un público blanco que nada entendía de lo que era vivir en los guetos.
Improbable era que el jazz pudiera adquirir cierto estatus y sin embargo, ya ves, lo impredecible de esta vida, lo que se originó siendo la música folclórica de los Estados Unidos terminaría por ser patrimonio cultural de la humanidad.
Actualmente el jazz se hace, sin deformar su perfil, en todas las geografías del globo terráqueo, y digo sin deformar su perfil porque si bien es verdad que el jazz es como el agua, es decir, toma la forma del recipiente que lo contiene, no violenta su esencia ni atenta contra sus orígenes. Estoy seguro que habrá algunos puristas que con sobrada razón me digan que sí, que el jazz ha sido infiel a su esencia y ya no queda nada de esa deliciosa negritud de sus orígenes, finalmente ese sonido es lo que dio forma a esta identidad musical, pero con el tiempo se ha ido, más que modificando, adaptando a situaciones deferentes, muchas veces ajenas que seguramente se consideraban incompatibles en otros tiempos.
Por ejemplo, sabemos que estaba prohibida la difusión del jazz en los medios de comunicación en Estados Unidos durante las primeras dos décadas del siglo XX por considerar esta expresión musical como pervertida y que atentaba contra las buenas costumbres de la sociedad estadounidense. Sin embargo hoy ya no nos extraña que el jazz haya entrado como cuchillo en mantequilla en las más importantes salas de concierto de todo el mundo tocando con algunas de las orquestas sinfónicas de mayor prestigio y mucho menos nos sorprende que el resultado final sea verdaderamente satisfactorio, y no quiero que se malinterprete mi comentario, no estoy hablando del smooth jazz o música de centro comercial, sino de verdaderas obras de arte, por ejemplo, aquella maravillosa grabación realizada entre tres entidades musicales diferentes que al final resultaron perfectamente compatibles: el grupo de jazz The Crusaders, el guitarrista de Blues B.B. King y la Orquesta Filarmónica Real de Londres, concierto realizado en el Royal Festival Hall de la ciudad de Londres el 1 de enero de 1981.
Por otro lado vemos con profunda admiración el trabajo realizado por algunos músicos que ubicamos sin temor al error, en el amplio y ecléctico mundo del jazz, pero abordando un repertorio propio de la gran música de concierto, tal es el caso de músicos como Chick Corea o Keith Jarret entre muchos más, que con la misma solvencia resuelven las dificultades que presenta el jazz, definiéndose además como grandes improvisadores, exigencia connatural con este lenguaje musical, y que puntualmente se encargan también de llevar a buen fin la ejecución de una obra musical de Bach, Mozart, Bartok o Stravinsky. Viendo todo este panorama por el espejo retrovisor, no deja de sorprendernos cómo dos entidades musicales que no solo eran diferentes en sus orígenes, sino incluso antagónicas, terminan por darse la mano en una relación fraternal y perfectamente compatible, me refiero al jazz y a la música académica.
Cada 30 de abril desde el año 2011 se celebra el Día Internacional del Jazz, no sé cuál sea la razón de marcar este día para dicha celebración, se me ocurre pensar, tal vez, que se debe al hecho de que el 29 de abril recordamos natalicio del gran Duke Ellington en la ciudad de Washington D.C. en 1899, pero la verdad lo veo poco probable. Lo importante es que para celebrar estos primeros diez años se ha organizado un concierto virtual con músicos como Herbie Hancock, Marcus Miller, John McLaughlin, Diane Reeves y otros más que estará disponible en jazzday.com en Facebook y YouTube. Lo que sí nos queda perfectamente claro es que el jazz ha contribuido al intercambio cultural, al diálogo y cooperación entre los pueblos de todo el mundo.