Gesta y gestión/ Bajo presión  - LJA Aguascalientes
24/11/2024

El gobierno es aburrido, la revuelta es entretenida. En el gobierno se administra, se debe consensar, el gobierno no es el ejercicio del poder, tiene que ver con la gestión, la organización de miles de servidores públicos para el logro de un propósito, un ejército de Gutierritos que tienen un fin. La revuelta es alegre, una fiesta concurrida a la que se acude para intercambiar ocurrencias, una conversación que bien puede terminar en la playa con la idea de abordar un barco para liberar a los oprimidos, un ejército con playeras impresas con el rostro del Che Guevara.

“Las diferencias entre el revoltoso, el rebelde y el revolucionario son muy marcadas. El primero es un espíritu insatisfecho e intrigante, que siembra la confusión; el segundo es aquel que se levanta contra la autoridad, el desobediente o indócil; el revolucionario es el que procura el cambio violento de las instituciones (…), revuelta no implica ninguna visión cosmogónica o histórica: es el presente caótico o tumultuoso. Para que la revuelta cese de ser alboroto y ascienda a la historia propiamente dicha debe transformarse en revolución. Lo mismo sucede con rebelión: los actos del rebelde, por más osados que sean, son gestos estériles si no se apoyan en una doctrina revolucionaria”. Octavio Paz, “Revuelta, revolución, rebelión” en Corriente alterna.

La idea de la revolución es mágica, hipnotiza, en algún momento todos hemos sentido la necesidad de rebelarnos y transformar aquello que nos parece injusto, hacer que el alboroto se eleve hacia algo más útil para todos; al triunfo de las revoluciones le sigue la parte burocrática de conformar un gobierno, de administrar. Ninguna revolución es permanente, el movimiento necesariamente debe convertirse en la gestión, en la memoria se debe guardar los actos de heroicidad de la gesta.

El presidente Andrés Manuel López Obrador no es un revolucionario, él prefiere considerarse a sí mismo como un transformador, quizá para que nadie le achaque una intención violenta de cambiar a las instituciones, cada vez que puede, sin importar lo duro y vehemente de sus palabras, el discurso contra sus adversarios, se caracteriza como un pacifista; por supuesto, también para que no se confunda a su movimiento, mejor dicho, su intención personalísima con el movimiento armado de la Revolución.

Si algo sabe hacer el presidente de manera excepcional es vender su movimiento, insisto en que es un charlatán experimentado capaz de vender esperanza, en una de sus conferencias matutinas volvió a dar muestra de sus dotes para polarizar la opinión pública a su favor; aprovechando una de esas preguntas plantadas, López Obrador se dejó la investidura presidencial en un “perchero imaginario” para, otra vez, arremeter contra sus adversarios; descalificó a la intelectualidad mexicana que no está a su favor y nombró un ejército de transformadores, poco más de una decena que lo acompaña en su deseo transformador.

La diatriba contra sus adversarios no tiene ninguna novedad, está armada a partir de victimismo y chistes fáciles, frases matonas que calan hondo en el imaginario tetratransformista, esta idea clasista de los privilegiados contra el pueblo bueno, los inteligentes contra los de a pie, donde la riqueza de la diversidad de pensamiento se reduce a la mentira de que nadie más que él y su ejército dijo nada en contra de la corrupción, porque se beneficiaban de ella, para López Obrador, lo más cuestionable de la intelectualidad mexicana es que no “defienden a la gente humilde, a la gente pobre. Es una élite completamente separada del pueblo, una élite intelectual, individualista, acomodaticia, al servicio del régimen y lo más distante que pueda uno imaginar del pueblo, de la gente humilde, de la gente pobre”.

Probar lo contrario es fácil, pero inútil, el presidente no argumenta en la arena de las ideas, habla a los millones de revoltosos que se creen revolucionarios, los tetratransformistas que prefieren escucharlo describir la epopeya en su diario cantar de gesta.

Se entiende el embrujo, nada como el canto de las sirenas que te incluye en la gesta, porque el presidente no sabe hablar de gestión, tras su diatriba contra los intelectuales, le preguntaron si podía proporcionar información sobre el programa Internet para todos, y no, no pudo, quizá ya había descolgado la investidura del perchero imaginario, porque adujo que la veda electoral le impedía dar detalles.

El presidente sabe que la gestión es aburrida, la gesta, en cambio, es su canto de sirena para embrujar a quienes se sueñan revolucionarios.


Coda. Cuando emprendas el viaje a Ítaca, advierte Cavafis, “Nunca verás a los lestrigones, los cíclopes o Poseidón, /si de ti no provienen,/ si tu alma no los imagina”, López Obrador lo sabe, hace perfecto el cantar de gesta.

 

@aldan


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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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