El año pasado fue el que el mundo de la música consagró al compositor alemán Ludwig van Beethoven por los 250 años de su nacimiento, tristemente por este problema de la pandemia se tuvieron que cancelar todas las presentaciones que se habían preparado en todo el mundo, específicamente aquí en Aguascalientes se había organizado, al margen de lo que hubiera programado nuestra Orquesta Sinfónica, una serie de conciertos de música de cámara, –no olvidemos que en la música de cámara, específicamente en los cuartetos de cuerdas es en donde podemos encontrar lo mejor de este inmaculado genio alemán–, pero lamentablemente solo pudimos disfrutar de un sólo concierto.
El escenario destinado para este ciclo fue el Sótano Stallworth, un lugar diseñado para este tipo de repertorio en donde también cabe con toda dignidad el jazz y, además, busca satisfacer los gustos de quienes no encontramos un lugar digno para pasar un buen fin de semana.
Se había preparado para el inicio de estos conciertos el ciclo de los seis cuartetos de cuerda del Op.18 del maestro, es decir, sus primeras composiciones para esta dotación instrumental, la formación madre de la música de cámara. La interpretación estaría a cargo del Cuarteto de Cuerdas de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes pero ya conocemos la historia, sólo hubo la oportunidad de realizar uno sólo de los conciertos en donde escuchamos los primeros tres cuartetos del Op.18, a la hora en que terminó el concierto y salimos del Sótano Stallworth nunca nos imaginamos, al menos yo no, que este sería el último de los conciertos presenciales en realizarse no sé en cuánto tiempo, aunque no olvidemos que la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes organizó las lunadas en los jardines del Teatro Aguascalientes y posteriormente, el 23 de octubre del 2020 se abrió la nueva sala de conciertos para un concierto presencial pero con entrada controlada. Lo tengo perfectamente claro porque para mí fue un orgullo el haber podido presentar oficialmente mi libro Su majestad la música, la música clásica en Aguascalientes en aquella ocasión, pero quitando estas dos fechas, la sequía n términos de conciertos ha sido terrible.
Pero el día de hoy se cumplen 194 años de la muerte del genio de Bonn. En efecto, Beethoven murió el 26 de marzo de 1827 en Viena antes de cumplir 57 años de edad y este hecho no lo podría pasar por alto en el Banquete de este fin de semana.
No hace falta que los grandes musicólogos en la siempre inconclusa historia de la música nos digan que la más grande música compuesta por Beethoven fue cuando ya había perdido por completo en oído, esto lo entendemos con puntualidad si conocemos, al menos básicamente, su obra. Su gloriosa novena, la sublime y celestial Missa Solemnis, los seis últimos cuartetos de cuerda, a partir del Opus 127. El genio creativo visita lugares inhóspitos en el pensamiento musical de Beethoven y logra depositar en la partitura verdaderas obras maestras. Entendemos que para un genio como el que hoy nos ocupa el oído ya no era indispensable para el trabajo de composición, tenía en su mente todos los sonidos y todas las combinaciones posibles, ya no era necesario escuchar, llevaba la música por dentro, y de hecho, eso que para muchos, para todos quizás, sería una adversidad, una tragedia insalvable, –imagínate, para un compositor perder el oído–, Beethoven lo convierte en una sólida fortaleza. Al no poder escuchar se mantiene ajeno a cualquier influencia externa, yo no tiene la posibilidad de escuchar lo que están haciendo sus contemporáneos y todo lo que hace es dejar que la música que habita en él fluya de manera natural, que salga y se derrame sin el menor esfuerzo en su incansable trabajo creativo.
Esa es justamente la esencia real del espíritu del romanticismo, del héroe romántico que lucha contra la adversidad aun cuando sabe que no tiene posibilidades. La virtud de convertir el sufrimiento en arte, darle sentido al dolor, transmutarlo en creación. Hay que ponernos a pensar cuántas grandes obras maestras del arte en todas las formas posibles han surgido de la adversidad, de las más grandes tragedias, de un intenso dolor. Y este especialmente relevante si consideramos que es justamente Beethoven quien inicia con el romanticismo, es el último de los clásicos y el primero de los románticos cuando alrededor de 1805 publica su Sinfonía No.3 la célebre Eroica (así, sin H en italiano que es el lenguaje oficial de la música), esta obra musical, dicen los musicólogos, representa la transición del clasismo vienés al lenguaje del romanticismo. Beethoven, estandarte de este movimiento lleva al extremo la esencia viva del romanticismo.
Yo me imagino que si Beethoven hubiera decidido retirarse de la música ante los primeros síntomas de su irreversible sordera, –esto sucedió durante el proceso de composición de su Sinfonía No.2 en Heilingenstdat período del que también rescatamos su famoso testamento–, no habría nadie que se lo hubiera criticado, de hecho la historia de la música lo hubiera comprendido. No obstante lo que para muchos parecía un problema imposible de sortear, para el genio fue la oportunidad de crear la mejor música jamás imaginada. Me imagino al divino sordo diciéndole a la vida con ese gesto adusto, hostil que le es característico: “tú me dejaste sordo, yo te respondo con música”.
¿No es esto obra de un verdadero genio? La genialidad no se mide solo por el resultado final de la obra, sino por todo el contexto que la rodea, por las condiciones en las que fue creada, y por lo que, finalmente, nos dice la creación y de qué manera enriquece al género humano.