El arte del despido a la luz de la política conservadora/ La chispa ignorante  - LJA Aguascalientes
24/11/2024

Nunca he estado en una posición de poder como para controlar el destino laboral de nadie. No sé lo que es poder decirle a alguien como en una caricatura o programa de televisión “estás despedido”, enfadado a la J.J. Jameson, el iracundo editor que aparece en Spiderman. No sé qué haría con ese poder, ni las razones por las que despediría a alguien. Me pregunto si sería capaz de hacerlo. Sin embargo, es común observar, escuchar o conocer a alguien que fue despedido. La forma más común, en especial por esta pandemia: cerró la tienda.

Pero hay un despido, más extraño, inexplicable, que no sabemos por qué razón se da y aún cuando realizamos conjeturas acercadas a la realidad, no podemos asegurarlo a menos que lo escuchemos del despedido o del que despide. Me refiero a esos despidos que se dan en la función pública.

El Estado es el más grande patrón en México. No hay ninguna empresa que siquiera le llegue en cuestión de número de empleos. Hay sindicatos que representan a esos trabajadores y los protegen de posibles despidos. Pero eso no aplica en mandos medios y altos. Son especiales. Pueden ser despedidos en cualquier momento. Que si no le dio la mano al gobernador, que si no le besó el anillo al obispo, que si vio feo al alcalde, que si defendió a las mujeres cuando se manifestaron, que si el gobernador debe un favor, que si la presión de un grupo o de otro. El pretexto puede ser cualquiera. La justicia no existe en estos casos, tampoco los sindicatos. Sólo el dedazo.

De ahí que, mirando lo que sucede, como agudo observador de obviedades comenzaré con una breve, brevísima, exposición del arte del despido a la luz de la política conservadora que parece ser la favorita actualmente.

El arte de despedir a la luz de la política conservadora es antiguo. Dicen que nació en cuanto el hombre tuvo costumbres y no las quiso cambiar para mejor adaptarse a algún cambio o situación. Mario Sanderz escribió en su libro Política del despido: “Despedir a alguien por motivos conservadores es, algo que nació con la sociedad. Algunos antropólogos han hecho estudios sobre los rituales de la muerte y descubrieron que, en tumbas de hace 35,000 años, nuestros antepasados siempre enterraban a sus muertos con la cabeza apuntando al este. Según estudios, esto no mostró cambio alguno, sino 5,000 años después”. Esos antepasados se negaban a cambiar el ritual. Es muy posible que los primeros reformadores del descanso eterno hayan sido asesinados para evitar cambios por el simple hecho de que no se podían despedir.

Conforme avanzó la historia y la sociedad con ella, el asesinato ya no era una opción, o al menos, no la primera. De ahí que se creara la figura del despido. Despedir es una forma de matar que no deja cadáver: matar el poder, matar las aspiraciones, matar la existencia de alguien, matar las huellas. Despedir es un arte porque hay que ser creativos, inteligentes, y vender el despido, esa muerte, como una ventaja. Despedir es un discurso antes que una acción. El cliché más grande es gritarle a alguien “estás despedido” y listo. Pero ¿dónde se lo dices?, ¿en qué tono?, ¿enfrente de quién?, ¿en qué momento?

El arte busca tomar una gran cantidad de variables para convertirlas en una práctica efectiva y segura. Que no deje huella o si la deje sea barrida rápidamente de la memoria. Los despidos no dejan mártires, sólo vacíos.

Eso si se considera sólo la cuestión del despido. Cuando se mezcla la rancia cuestión conservadora es que cambian las reglas del juego y se crean ciertos mandamientos que los políticos siguen para no ser despedidos, para poder separar el trigo de la cizaña. Son 10:

  1. Amarás a Dios sobre todas las políticas públicas
  2. No tomarás el nombre del gobernador en vano
  3. Santificarás las fiestas en nombre del gobernador
  4. Honrarás a tu padre sin tu madre
  5. No despedirás sin consentimiento 
  6. No cometerás actos puros que parezcan impuros
  7. No robarás si te van a descubrir
  8. No darás falsos testimonios ni mentiras ante la versión oficial
  9. No consentirás políticas públicas funcionales y necesarias
  10. No codiciarás el puesto ajeno

Despedir con esos preceptos es un arte tan simple, que parece garabato de niño: Estás conmigo o contra Dios. No hay punto medio ni matices. Y entonces se despide. No hay otra razón. El arte radica no en esto sino en el andamiaje narrativo que se construye para sustentar la despedida y velar la versión oficial, la que se intenta imponer a golpe de boletín y sonrisas y promesas de tiempos mejores. Todas las autoridades olvidan uno de los tropos narrativos más antiguos: todo tiempo pasado fue mejor y aunque se mezcla con uno de los anhelos conservadores, rompe la narrativa que marcan. Lo importante es que nadie olvida que todo no todo tiempo pasado fue mejor ni mucho menos todo tiempo futuro será mejor.


La despedida la narran como un logro. Presumen el cadáver del funcionario que acaban de sacrificar por no cumplir sus preceptos. O como los antiguos egipcios: lo entierran y olvidan el nombre, prohíben decirlo como si nunca hubiera existido. Y aun cuando no lo nombren, lo narran para que el fantasma, que todos saben que permanece como un tufo hediondo para el gobierno, se estremezca y se reconozca en su despedida.

La forma del anuncio es varia: el boletín es el predilecta, el que está por escrito y deja una huella de la muerte como un acta de defunción pública, y sin embargo, utilizan una miríada de formas: la radio, la televisión, las redes sociales, Youtube. Los anuncios nunca son suficientes porque a punta de palabras quieren convencer que fue lo mejor: “A partir de hoy se inaugura una nueva etapa”, “Todos los cambios son buscando el beneficio de las familias (inserte su estado aquí).

Claro, como en todo, están los despidos de compas, aquellos donde le dicen a uno de los suyos: La cagaste aquí, cálale acá; Hiciste un desmadre, te mando a otro lado más tranquilo. Esos no son despidos, son respiros. Son pequeños sobresaltos del ritmo cardiaco, no un infarto. No se despide a esos porque siguen sus preceptos, sino porque no saben y, porque se les debe algo, los instalan casi de inmediato en otro puesto.

Luego están los otros, los despedidos injustamente, los que hicieron su trabajo, lo que debían hacer, pero violaron los preceptos, no honraron a Dios sobre todas las cosas o tomaron el nombre del gobernador en vano. A esos, en un momento los despiden. Y cuando lo hacen, no les dicen “Gracias por su trabajo, por su tiempo, por participar”, simplemente los condenan al ostracismo del silencio. A ese silencio del que a veces, los sacan los gritos de las personas que valoraron su trabajo y preguntan ¿por qué? y dicen gracias y piensan en esos tiempos pasados que fueron sí fueron mejores. A esos, a los que hicieron su trabajo, se les despide con el conservadurismo en la mano, pero sin silencio ni desmemoria. Se les recuerda y agradece.

No hay reglas escritas sobre el momento para despedir a alguien. Puede ser un lunes o un martes o el sábado. Depende de lo mediático. Pero, como dice la Biblia, hay días de guardar y en esos días que habríamos de mantenernos guardados y en recatado silencio, no se debería de despedir a nadie. Por ejemplo, a Claudia Santa Ana en el 8M.

Así es el arte del despido a la luz de la política conservadora: tan ridículo e innecesario como común y corriente; con mucha fe, pero pocos resultados; mirando al futuro, pero olvidando el pasado.


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