- Pese a la pandemia de Covid-19, más de 20 mil mujeres marcharon este 8 de marzo. Con el motor de la lucha puesto en romper el pacto, se volvió a repudiar el respaldo a la candidatura de Félix Salgado Macedonio.
Nota y fotografía: Alejandra Crail
Hay una valla que separa a las mujeres de un gobierno. Detrás de ella, el Palacio Nacional, la casa del presidente Andrés Manuel López Obrador; frente a ella, cientas de mujeres que piden justicia y que corean al unísono: “¡Un violador no será gobernador!”
Detrás de la valla, un silencio casi sepulcral. Apenas el eco del mensaje que AMLO dio en su conferencia mañanera: “Somos distintos a los conservadores, que ahora se disfrazan de feministas y se molestan porque se puso una valla para evitar la violencia”.
De frente, la molestia que no venía del grupo que el presidente llama “los conservadores” sino de las mujeres que –sin importar colores ni partidos– miran esa valla como lo más representativo de su gobierno: la barrera que se ha puesto entre las demandas contra la violencia de género y el actuar del gobierno federal.
“¡López Obrador, cómplice!”, le gritan cientas de mujeres del otro lado de la valla, puesta dos días antes e intervenida casi de inmediato por mujeres que pusieron en ellas los nombres de otras mujeres, muchas, tantas, más de las que quisiéramos, que ya no están, que fueron asesinadas y que, en no pocos casos, sus familias están aún en espera de justicia.
Ahí está, en la plancha del Zócalo, la joven que fue violada por su tío cuando era niña: “¡Era mi familiar y me violó!”. Grita, llora, mientras los brazos de las mujeres cercanas rodean su delgado cuerpo, la cobijan. Están también las madres y padres de mujeres desaparecidas que exigen que el gobierno actúe, que las busque. Está la joven violentada por su pareja y aquella víctima de violencia digital que rompió el miedo, que le puso nombre y apellido a su agresor.
Aspectos de la marcha del 8M. Fotos Alejandra Crail.
MARCHA EN SEMÁFORO NARANJA
Es lunes 8 de marzo de 2021, el semáforo naranja nos señala que la pandemia de Covid-19 sigue presente, pero eso no detuvo la marcha anual que exige un cese a la violencia que se ejerce contra las mujeres mexicanas. Más de 20 mil mujeres tomaron las calles, con niñas y niños acompañando, cantando y bailando por las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México.
La aglomeración fue menor que la del año pasado, el vuelo que había levantado la lucha en el espacio público, con un paro nacional el 9 de marzo y la marcha de más de 50 mil mujeres aún con la Covid acechando, cambió de rumbo con la pandemia, moviendo la lucha a los espacios digitales, al ámbito privado.
La movilización empezó desde las siete de la mañana, con la conferencia del presidente, transmisión en vivo que se llenó de mensajes exigiendo que su administración garantice la seguridad de las mujeres y repudiando la candidatura de un personaje que enfrenta acusaciones de violación, acoso y abuso sexual. Pasó también por un mensaje virtual de las mexicanas que habitan en el extranjero exigiendo seguridad para las mujeres mexicanas.
Pero después, terminó en las calles. Primero con un audio que se difundió en megáfonos y bocinas, al ritmo del audio del fierro viejo: “se abortan sistemas patriarcales, opresores, feminicidas, acosadores, impunes para que no sigan chingandoooo”. Después, con la marcha y el grito de: “la policía no me cuida, me cuidan mis amigas”.
Un adulto mayor acompaña desde un costado a las manifestantes tocando un tambor, después de unos rítmicos golpes, detiene el sonido y grita con fuerza: “¡Felicidades a todas las mujeres de México y el mundo!”. Otra pareja, parada en Balderas y Juárez, les aplauden a las manifestantes: “¡Bravo! ¡Enséñenles a esos burros a respetar a las mujeres! ¡Bravo, bravo!”.
La presencia de las mujeres en las calles provocó, además, un despliegue inmenso de policías: 2 mil 300 elementos, así como la protección por medio de vallas de unos 34 monumentos del Centro Histórico, incluyendo Palacio Nacional y la Catedral Metropolitana.
“Es una total provocación”, dice una de las manifestantes, integrante del bloque negro. “El mensaje es claro: no les importamos”, dice una madre acompañada de su pequeña hija. “¿En dónde estaban cuando mataron a mi hermana?”, grita un cartel.
Ya en el Zócalo, ante la valla que protege el Palacio de AMLO, la protesta se enciende. Las mujeres patean la valla. Lloran. Gritan. Es la rabia. El nombre y el rostro de Félix Salgado Macedonio, candidato a la gubernatura de Guerrero por Morena, aparecen varias veces en ese muro de metal y en los carteles de las mujeres. Hace apenas unos días se confirmó que pese a los señalamientos de violación en contra del exalcalde de Acapulco, Morena y el presidente respaldaban su candidatura.
Un grupo de mujeres policías se para frente a la valla; la protegen. “¡Es el colmo! Mejor protegen a una valla que a nosotras”, dice Marifer. Las policías dejan la escena y las manifestantes arremeten contra la valla a patadas, logran tirar un cacho pequeño del enorme metal y un grupo de policías lo cubren con sus escudos.
LOS GASES, LOS INHIBIDORES DE DRONES
De unos pequeños hoyuelos, desde Palacio Nacional los policías arrojan gases que provocan picor en nariz, garganta y ojos, algunas jóvenes no pueden respirar, moquean, sienten asfixiarse, otras más arquean el cuerpo, vomitan. Esta acción se repetirá por horas y el gas que sale del otro lado de la valla se extenderá por toda la plancha del Zócalo, causando malestar a mujeres con niños en brazos y otros pequeños que acompañaban a sus madres a la manifestación.
La tensión crece al notar que en el techo del edificio hay varios hombres con instrumentos que se confunden con armas largas. El pánico se corre por las redes sociales y hace que presidencia se pronuncie, diciendo que en el techo había “personal de resguardo” que portaba inhibidores de drones para evitar vuelos sobre Palacio Nacional, rechazando que hubiera personal armado.
Otro contingente ingresa por 5 de mayo a la plancha, al ritmo de la tambora. Mientras un grupo de mujeres escucha a un padre que pide justicia por su hija asesinada. De un megáfono, se escucha a una mujer decir: “Los violadores tendrán la carne, pero nunca el espíritu de una mujer: tarde o temprano van a pagar”.
Ahí, en el asta sin bandera que acumula hojas con los rostros impresos de agresores denunciados en redes, un grupo de mujeres rodean una fogata improvisada con carteles, danzan y entonan la Canción sin miedo de Vivir Quintana. Una enfermera de nombre Miroslava, de uniforme blanco y cofia impoluta se coloca al centro y alza la mano con el puño cerrado, recibe un aplauso y gritos de reconocimiento. Es enfermera Covid en el área de urgencias del Hospital Carlos Mac Gregor del IMSS y de la marcha irá directo a su turno.
El “muro de la paz” como le llamó Jesús Ramírez Cuevas, el vocero de AMLO, se transforma en un simbolismo, una exigencia: romper el pacto. Una petición que ya se le había hecho al presidente, ante la cual sólo atinó a decir: “Son expresiones importadas, copias, qué tenemos nosotros que ver con eso, si somos respetuosos de las mujeres y todos los seres humanos, pero también en eso se monta el conservadurismo”.
Romper ese muro, dice Lucía, una joven de 19 años que apenas deja ver sus ojos miel, es una forma de mostrar el cansancio, el hartazgo por un gobierno que –sin importar el partido que esté al frente– es indiferente a lo que le ocurre al 51% de su población. “Son cómplices, todos. Mientras tanto todas las paredes, todas las vallas, antes que el cuerpo de una de nosotras”.
El “muro de la paz” se transformó en una exigencia del romper el pacto. Fotos: Alejandra Crail.
ANDRÉS ROEMER EN LA MARCHA
La marcha de este lunes estuvo, además, impulsada por el caso del comentarista de TV Azteca y exembajador de Buena Voluntad de la UNESCO, Andrés Roemer, quien acumula 62 denuncias en redes –y algunas ante la Fiscalía de Justicia de la CDMX– de hostigamiento, violación y acoso y abuso sexual en contra de mujeres. Una fracción de la marcha llegó hasta su casa, la “Guarida del Abuso”, en Plaza Río de Janeiro, colonia Roma, donde pintaron la valla que colocó para proteger el inmueble y, en pro de proteger la propiedad de Roemer, la policía también acudió a resguardarla.
Esta marcha, dice Mónica, una joven universitaria que lleva un cartel que la presenta como “la prima de la niña a la que nunca vas a tocar”, fue diferente a la del año pasado, porque aumentó la rabia, “el coraje contra el gobierno”, pero también porque “tenemos menos miedo, somos más fuertes y ahora podemos nombrar a nuestros agresores”.
Y sí, hasta el punto final de la marcha el pacto se rompió, ese silencio que guardaba violencias entre sus entrañas se convirtió en fuerza y ahí, en la plancha del Zócalo, frente a la valla de AMLO, se nombraron uno tras otro agresores: amigos, familiares, candidatos a elecciones populares. “Nunca más tendrán la complicidad de nuestro silencio”.
@alecrail