En la situación actual, “la lucha de clases sociales” según dictaría el análisis ortodoxo, se manifiesta mediante una equívoca danza de comparsas digna de escenificar el camuflaje animado más efectivo y sorprendente de la naturaleza. Con la mayor ligereza de un baile oriental cubierto con gazas multicolores y transparentes, los portadores de estas supuestas ideologías, se desplazan impúdicamente ostentando una alineación tan llena de mentira como veleidosa; ahí donde las derechas son izquierdas y las izquierdas son derechas, y los de centro no son ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario (¡?!).
En verdad, hemos estado presenciando el escenario político de un sistema dialéctico fincado en apariencias; donde imperan las mutaciones instantáneas, los ajustes por conveniencia, los acarreadores de votos, los corifeos que dramatizan el nuevo milenarismo populista, de la figura mesiánica única y despótica de la supuesta Cuarta Transformación. En los Estados Unidos de Norteamérica llegó a la excelsitud de una coreografía dramática, en la toma del Capitolio por una turba enloquecida de rompeventanas e invasores de un recinto público consagrado al parlamento democrático, instigados por un trumpismo de alienante ultraderecha contra un supuesto “establishment” del Partido Demócrata, señalado como de “izquierdistas radicales/ socialistas”, el epítome de ellos adjudicándose al catedrático Berni Sanders, siendo que ese bloque desbocado contenía nuclearmente a señalados “supremacistas blancos” y una gama variopinta de exaltados “patriotas”. Así se ostentan hoy las derechas, las izquierdas y los sedicentes concurrentes del centro democrático.
En México, peor aún, regresamos con regresión contracultural y anti-histórica al porfiriano maniqueísmo entre conservadores y liberales, en que se aniquilaban unos a otros bajo el odio nihilista de militar en lo uno o en lo otro. Lo que nos lleva a afirmar que, la supuesta transición política en marcha, con todo y contrarreforma energética patriotera anti-mundialista, se plantea como una competencia por verse bien, aparecer mejor y así ganar el beneplácito de enloquecidas redes abdicantes y subsirvientes del egolatrismo ministerial de la peor ralea incompetente; que pretende pasar por un diligente agente de cambio histórico de México.
Una tal comparsa de la escena política, así dicotomizada –de izquierdas y derechas– me hace remontar y traer el vivo recuerdo de la que fuera coyuntura política de transición de Québec, en el seno del anglo-Canadá. Suceso que ocurre en el invierno de 1978, en que aparte de la huelga del transporte interurbano de la región, entró en disputa pública la estructura gremial de Radio Canadá, a nivel nacional. Entonces, en sus amenos y geniales desplantes mediáticos dominicales, ocurrió que el gran coro de sus esculturales bailarinas estrella, realizó un performance al mejor estilo de las “rockets neoyorquinas”, que coreaban on-line: “Ne touchez pas! Le Budget de Radio Canadá! – ¡No toque usted!, (con un pícaro guiño de cadera), El presupuesto de Radio Canadá!
Reflexiones que nos ocupaban en octubre 27 de 2012, a propósito de la transición democrática aún pendiente y, adivine qué: una ausente rendición de cuentas gubernamental. En ese punto, los agentes y representantes de Tercer Nivel (agregación superior de sindicatos) se negaban a ser mínimamente tocados en su intimidad organizacional: “Ne me touchez pas! (¡No me toques!), aunque exhibían ya la mayor procacidad posible a la hora buena de reivindicar su primigenio interés inalienable de clase. Esto por aquello del corporativismo de Estado, muy emparentado con el clientelismo esencial que está a la base del pretendido bienestar social.
De manera que salta a la vista esa muy equívoca y ambivalente división entre “las derechas” y “las izquierdas”. En donde, lo Neo-liberal (hoy paradójicamente conservador) se opone a lo Oficialista del Ejecutivo Federal, (asumido ficticiamente como de izquierda/ extremadamente alejado de lo “marxista” o cuantimás, socialista, históricamente verificado.
Situación que nos llama a un enfoque principalmente metodológico. Según el cual, mi opinión consiste en que insistir tercamente en una ruptura entre “las derechas” y “las izquierdas”, induce a una distinción francamente inútil; que deriva hacia una diferenciación torpe, supina, miope, individualista, cuya visión es alentada desde los propios partidos políticos militantes; y mediante la cual se pretende concretar, el establecimiento de grados en más o en menos –de conservadores o de vanguardistas–. Como si todo cupiera dentro de un solo y único continuum de las relaciones políticas, sociales y económicas, sin solución crítica de continuidad alguna. (Cfr. LJA. El cambio y el bloque en el poder. Sábado 13/10, 2018).
Este enfoque resulta en un autoengaño que pretende generar lo diferente de lo que en la realidad histórica y social es lo mismo, o al menos ambivalente. Se trata de una construcción voluntarista que, al final, sólo produce rezagos sociales y retrasos inadmisibles a un futuro de desarrollo esperanzador y deseable para todos. Posición que nos lleva a una especie de glorieta, del eterno retorno (reflexiones que nos ocupaban ya el sábado 31 de Octubre 2009): – Es tan falaz como los cantos de sirena (te atraigo para aniquilarte), que niegan los avances pequeños o grandes que logran unos, pero que luego son pisoteados por los otros. Lo que traído a nuestros días, nos hace prorrumpir: – Érase que se era una reforma Energética, ahora vuelta una contrarreforma Eléctrica –velis nolis–. Una falsa dialéctica histórica; con un pecado mortal adicional, ser tan regresiva como anti-mundial.
En tal estado de cosas, sí sería preocupante no atisbar en el horizonte un punto de fuga a esta enrevesada perspectiva autoritaria envolvente e involutiva, en su peor sentido semiótico: ser tanatológica, de muerte. Por ello, resulta saludable recurrir a algún instrumento que nos permita accionar un movimiento de péndulo. Que ahora describo.
Se lo debemos al incomparable luchador social Alexandre Soljénitsyne (1918-2008), quien en su obra El Roble y el Becerro, Seuil, 1975, afirmaba: – “En términos de táctica, se entiende por ‘combate a lo imprevisto’ aquel en el cual, a diferencia del que se pasa de un combate ofensivo al defensivo, las dos partes deciden atacar o realizan movimientos sin conocer las intenciones del otro, y entran inopinadamente en contacto. Esta forma de combate sin un plan preconcebido está considerada como la más compleja: y más que ninguna otra forma exige de los estrategas rapidez, imaginación, espíritu de decisión y recursos de sobra”.
Descripción que pinta de cuerpo entero la situación por la que atravesamos en nuestro país, intentando sortear la crisis mundializada por la que ya transitamos dos años –el de transición política y el de pandemia–, y sobre todo el post-debate parlamentario y público –en que se juega el interés nacional–, y resulta que se zanja mediante el mayoriteo más vil, de albazo y miope, hasta imponer una Ley lesiva del país y regresiva en la Historia.
Junto al saber de praxis política como el de A. Soljénitsyne, ‘combate a lo imprevisto’, se puede sumar la importancia de pensarse y saberse en tanto que ciudadano del mundo, cuya hambre de saber y de transformar comienza por provocar la inquietud de no estar a gusto en ninguna parte, y mediante este recurso llegar a la perfección. En México tenemos un testimonio invaluable en este sentido, y creo que al final dicho personaje intentó avanzar por allí. Me refiero al periodista Jacobo Zabludovsky, quien refiriéndose a su muerte, y captado por El Excelsior, publicó una serie de frases suyas más memorables, de las que yo entresaco: – “Yo no soy de izquierda ni de derecha, no tengo amigos por partidos políticos o por ideologías. Me llevo bien con Dios y con el diablo. Si hay cariño y confianza recíprocos, la gente lo percibe”. – Una expresión proverbial del ideólogo que se desideologiza a sí mismo, invocando el amor, en grado de amistad. Y, usted, ¿qué opina?
Otro flanco, no advertido generalmente, consiste en hacer evidente que no por muy intensa que sea la voluntad de cambio, habrá de producirse exactamente el efecto buscado, porque la estructuración y la dinámica de un todo social obedecen a una mayor complejidad de fuerzas y de direcciones, de las estrictamente esperadas por una mente enfocada y concentrada en un objetivo preciso. Como ahora lo está el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, volcado obcecadamente sobre su idea de cambio y uno entre “conservadores” y visionarios de supuesta izquierda en una Cuarta Transformación de la Nación. ¿Eres zurdo o derecho?
Baste por ahora referir este análisis al autor Malcolm Gladwell, en su bestseller El punto de inclinación (The Tipping Point, 2002). Esta obra obedece a una especie de nuevo espíritu de activismo social, y que postula en el fondo un principio del cambio, que puede frasearse en los siguientes términos: una intervención correctamente apuntada, enfocada con gran precisión, puede funcionar después de todo. La idea fundamental del Sr. Gladwell se puede cifrar en una analogía entre los movimientos sociales y una epidemia; la cual se sostiene en el principio de que los patrones de comportamiento pueden extenderse como los virus, a partir de unos cuantos individuos pueden pasar a una enorme población. O sea, inducir en la praxis social un “tipping point”.
La voz de Norberto Bobbio, (La imagen de los intelectuales. Bobbio: Los intelectuales y el poder. Laura Baca Olamendi. Océano. 1998. P. 162), refiriéndose al indispensable desarrollo de la política de los derechos: “que no son únicamente los derechos del hombre abstracto, sino son también el derecho de las mujeres y de los jóvenes, de los enfermos y de los menores de edad, de los marginados en la miseria y en el sufrimiento, de los olvidados del tercero y cuarto mundos, que son siempre de este y no de otro mundo”. En efecto, véase por donde se vea, todos como país vamos en un solo barco, y si la estructura del barco nacional se mueve, a fortiori también se mueve su tripulación. No puede haber aguas encrespadas para el uno, al mismo tiempo que hubiera aguas quietas y serenas para el otro. La suerte de uno es la suerte del otro y viceversa. Lo que hoy falta, no es dividir entre “izquierdas y derechas”, sino de distinguir para unir, en palabras del filósofo Étienne Gilson.