RESPUESTA/ Otto Granados Roldán, ex gobernador del Estado - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 “Sigue siendo el liberalismo mi horizonte ideológico”

 Otto Granados Roldán, ex gobernador de Aguascalientes y destacado académico del ITESM, responde a las declaraciones vertidas por Antonio Ortega Martínez, diputado federal del PRD. Granados pide poner el acento en el modelo de desarrollo para el estado de cara al futuro

 

La semana pasada, este diario publicó dos comentarios relacionados con el examen que hice acerca de la economía de Aguascalientes y con la privatización de la plaza de toros durante mi gobierno (1992-98). Me llama la atención que se discuta lo que pienso o que la mía sea la única gestión de que se habla, a pesar de que terminó hace una década y no participo desde entonces en la política activa. Por tanto, con el fin de provocar un debate constructivo sobre la cuestión económica, abordada por el diputado Antonio Ortega Martínez (AO), es conveniente analizar, documentar, comparar y reflexionar, cosa que me propongo hacer en esta respuesta. Agrego que, como en el universo de los seres vivos todavía hay niveles, clases y razas, empiezo desde luego por el primer asunto, que es el interesante, y, en otra ocasión, abordaré el segundo.

Tengo con el diputado Ortega una vieja amistad y estima que, en el pasado (¿y quizás en el futuro?), se expresó también en una productiva alianza política. Es un legislador serio y profesional, y de los poquísimos que dedican tiempo a cosas de fondo. Fue un opositor leal en los años en que respetuosamente convivimos actuando en el gobierno y el congreso local, y supongo que en atención a esa relación me adelantó sus comentarios en un encuentro casual que tuvimos el domingo 17 de mayo y me aclaró que solo había leído una de las dos partes de la entrevista que di a La Jornada de Aguascalientes. Quizá ello explica, en parte, la ausencia de algunos aspectos y las debilidades analíticas de su enfoque, pero presenta también la ventaja de incentivar una discusión pública sobre los temas de futuro en el estado, que es en realidad lo que importa.

Para efectos de mejor comprensión, ordeno mi respuesta siguiendo el mismo hilo de sus comentarios: visión de la economía; percepción de mi gobierno frente a otros; la presunta intencionalidad política de mi entrevista; el crecimiento y el empleo; el papel de gobiernos y empresarios, y, aunque no lo tocó AO, es indispensable incluir otro, toral para entender el centro del problema: la competitividad del estado.

1.  Dice Ortega que mi neoliberalismo se ha moderado. No me haga mala fama, diputado. Ya alguna vez he dicho que a mí no me pueden etiquetar de “neo” liberal por la sencilla razón de que ya era liberal “a secas” desde antes. Lo que ahora me preocupa es que volver a tales discusiones a estas alturas del partido, revela el grave riesgo de que, por la crisis actual y el mercadeo electoral, estemos retrocediendo hacia fórmulas neo populistas en las políticas públicas que, como lo muestran diversas experiencias, han sido un verdadero fracaso. Soy de los que creen que el progreso real y sostenible sólo es posible a partir de que el Estado tenga un papel acotado como regulador y como proveedor de aquellos bienes públicos que está obligado a prestar –seguridad pública, educación y salud básicas, defensa, por ejemplo- y nada más, entre otras cosas porque, si mete la nariz más allá, el Estado resulta un administrador muy ineficiente, los políticos son un desastre cuando quieren intervenir en la economía fijando precios, controles o tasas, el gasto público excesivo y mal dirigido es una argucia para el derroche y la corrupción, y el sedicente combate contra la pobreza no es sino un pretexto para no ver que el reto es otro más difícil: crear riqueza y generar crecimiento. 

Me parece que, como lo han probado los estudios de Guillermo Perry, Nancy Birdsall o Santiago Levy, así como numerosos reportes de la OCDE, el BID y la CEPAL,  lo que ahora necesitamos con  verdadera urgencia, es una segunda generación de las reformas emprendidas, tras el Consenso de Washington, en los años noventa, y que se quedaron truncas, gracias, por ejemplo, al frenazo de la crisis  94-95, el resurgimiento de ciudadanías pasivas y comodinas como en Bolivia o Ecuador, el derrumbe de la arquitectura institucional como en Venezuela, la tragedia que fue el gobierno de Fox, el peligro de AMLO, y, ahora, la crisis financiera internacional. Bien analizados, cada uno de esos episodios llevaron a que la oferta partidista y la acción de los gobiernos populistas encontraran un terreno fértil para manipular a la sociedad haciéndole creer que el maná del gasto público insostenible era el camino al paraíso o que estirar la mano para el subsidio era el único esfuerzo que la gente debía realizar, y como esa combinación dio, en varios casos, dividendos electorales, entonces la conclusión era inevitable: revivamos a Echeverría o López Portillo y, encarnados en El Mesías, “salvemos a México”. Así de sencillo, pero así de equivocado. 

Demos un ejemplo. Se dice ahora que el estado debe volver a sus viejas mañas porque, con la crisis, no hay de otra. No es verdad. México cumplirá, con este, casi diez años de estancamiento: entre 2001 y 2006 el país creció a una tasa de 2.2% anual, perdió competitividad en 9 de los 15 reportes globales de mayor prestigio, y la pobreza se redujo de manera efímera porque con la devaluación, la recesión, el desempleo y la inflación, millones de mexicanos han regresado por debajo de la línea mínima de ingresos.  

La visión liberal, que es la mía, es que si no se hacen reformas radicales, si no se perfeccionan los mercados abriendo áreas estratégicas (energía, telecomunicaciones, infraestructura) a la inversión privada nacional y extranjera, si no se abre más la economía, si no se desmonta la grave corrupción sindical, en especial en el sector educativo, entre otras cosas, México jamás va a alcanzar los niveles de crecimiento que, con esas mismas políticas, permitieron duplicar el producto y el ingreso en países como Chile, España e Irlanda. En cambio, la visión conservadora en donde ahora se han juntado –en un coctel incestuoso– el PRD, el PRI y –¡qué horror!– el PAN (baste recordar a Calderón anunciando el año pasado 200 mil millones de pesos para subsidiar la gasolina, lo que en parte explica el tremendo hoyo en que están las finanzas públicas), quiere seguir aumentando el déficit y la deuda, imponiendo restricciones a las reglas del mercado, oponiéndose a una reforma fiscal de fondo que generalice el IVA e incluya otros cambios, porque no tienen la claridad, ni el interés, ni la fuerza para abordar las cosas como son. En suma, quienes tienen la capacidad de decisión, entre ellos la legislatura federal de la que forma parte Ortega, viven en una economía irreal y en un mundo que ya pasó y sin embargo siguen, como la orquesta del Titanic, tocando sin despeinarse mientras el barco se hunde. 

Por mi parte, la evidencia me convence de que hace falta no menos, sino más liberalismo y apertura en todos los campos (la economía, los servicios públicos, los derechos de tercera generación, la inversión extranjera), y pienso que ese sigue siendo el horizonte ideológico correcto para gobernar con eficacia, oportunidad y visión. 


2.  Jamás he afirmado, como aseguró Ortega, que, después de mí, “la catástrofe”. Creo que exageró. En una parte de la entrevista dije que nos encontramos “en una especie de zona de confort en donde no estamos  bien pero tampoco tan mal, ni muy exitosos ni muy fallidos, ni muy grandes ni muy chicos”. Los indicadores lo demuestran. Si el diputado hubiera dicho que, después de mí, “la mediocridad y el estancamiento”, habría sido más exacto. En todo caso, la pregunta central en política es: ¿estamos mejor ahora que hace diez años? Los datos duros dicen que no.

3.  Habla AO de que en mis análisis hay una intencionalidad electoral para favorecer al PRI. Se equivoca. Por un lado, yo no pedí la entrevista que nos ocupa: la reportera de La Jornada Aguascalientes me insistió en ella, y, por tanto, no podría haber tenido esa motivación para algo que no estaba en mi radar. Y por otro, hace años que no estoy en política. Lo he repetido hasta la saciedad: no tengo cargo público alguno ni lo busco; no dispongo de poder ni me interesa; no dirijo grupo político, musical, artístico, religioso, cultural, folclórico o económico alguno; carezco de intereses empresariales, y ya muy rara vez voto. Me dedico íntegramente a lo que ya se sabe –la academia, el análisis, la consultoría-; tengo muchos amigos que andan en la política y que sí aspiran a lo que viene. Les veo posibilidades a varios del PRI, a uno del PAN y, además de Ortega o de Nora Ruvalcaba, o de Fernando Alférez o del gran Chamuco Varela, temporalmente en ese establo, ¿hay alguno del PRD con el cuál simpatizar? Y, a la inversa, no simpatizo con uno del PRI –básicamente porque la reelección está prohibida y el continuismo no le gusta al votante- ni con muchos del PAN, porque son tan vulgares, corruptos, incompetentes y zafios que terminarían por hundir, aún más, al estado. En pocas palabras: mis opiniones son las de una persona completamente independiente que como tal, se dedica a lo que le viene en gana.  

4.  Cuando entra al terreno de las cifras sobre crecimiento, el diputado calculó mal las series estadísticas, compara pedazos de peras con cáscaras de manzanas y, por ende, llega a conclusiones equivocadas. La Jornada Aguascalientes me preguntó por las cifras de crecimiento y afirmé lo cierto: en 2008, según Banamex, creció 0.1 por ciento, lo que representó 15 veces menos que la nacional.  El diputado quiere descalificar a Banamex y dice que es “más oficial” la información del INEGI. Pues sí, nada más que Banamex y todos los servicios de estudios económicos, calificadoras, organismos internacionales y analistas trabajan con los números del INEGI. Más aún: la propia página del gobierno de Aguascalientes usa las cifras de Banamex, las mismas que no le gustan a mi amigo Ortega. (Ver: www.aguascalientes.gob.mx/economia/info_estadistica/economico/eco02.aspx). 

Pero vayamos al fondo. En mi sexenio, con cifras del INEGI, en efecto la economía creció, a pesar de la crisis de 1995 (que representó -7% del PIB nacional), a una tasa media anual de 6.6 % y aumentó su valor nominal, a precios corrientes, 3.1 veces; en el siguiente gobierno, el ritmo fue de 4.4% y su valor creció solo 1.7 veces. Es decir: comparados períodos similares, como debe ser, entre un sexenio y otro, la economía creció 33% menos, y ¡válgame Dios! dice AO que fue una “ligera caída”. ¿Qué será entonces una caída brusca? Y entre 2005 y 2008, el crecimiento promedio ha sido de 5.2 (y no 6% como dice Ortega). De confirmarse las tendencias previstas por Hacienda (caída de al menos 4% este año) y suponiendo para Aguascalientes un crecimiento negativo en 2009 y uno positivo de 2% en 2010, el promedio sexenal cerrará alrededor del 3.2%, es decir, la mitad de la tasa promedio del período 1992-98.  5.  Lo mismo pasa en el caso del empleo. Ortega defiende lo indefendible afirmando que, este año, las pérdidas mensuales de puestos laborales se han venido reduciendo. Ese argumento es exactamente el mismo de quienes van en caída libre desde el piso 50 de un edificio y, a la altura del piso tres dicen: ¡genial, ya estamos más cerca de la meta! Explicar el problema del desempleo de esa forma es incorrecto porque no toma en cuenta variables clave, como el crecimiento demográfico ni el aumento de la Población Económicamente Activa. Veamos.  

Para empezar, con cifras del IMSS y de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, el desempleo abierto en Aguascalientes alcanzó en el primer trimestre de este año, una tasa de 7.5 por ciento, probablemente la más alta en las últimas dos décadas; segundo: durante 2008, Aguascalientes perdió cuatro mil 501 empleos, mientras que Guanajuato, Jalisco y hasta Zacatecas (supongo que por los nuevos empleos generados en las bodegas aseguradas por la PGR) crecieron, y el otro estado de la región que cayó, San Luis Potosí, sólo lo hizo en unas tres mil 600 plazas; tercero: esa pérdida de empleo durante el año pasado fue especialmente grave en el renglón de trabajadores eventuales, ya que Aguascalientes fue el que registró la mayor caída a nivel nacional: -13 por ciento. Para alivio del diputado, ya “sólo” se perdieron 63 puestos el mes pasado –o sea, vamos llegando a la meta del edificio-, pero lo que no dijo es que esa menor caída fue por el aumento en 3.23 por ciento del número de trabajadores que son eventuales, inscritos en abril, muy probablemente para cubrir necesidades de la feria, ahora cancelada, ni agregó que de abril/08 a abril/09, en Aguascalientes hubo 11 mil 290 trabajadores menos en el IMSS, lo que significó que su número se contrajo en 5.43 por ciento, mientras que en todo el país, en el mismo periodo interanual, bajaron en 3.38 por ciento. Y estas son las buenas noticias. 

Las malas, son que todas esas cifras no consideran un fenómeno mucho peor: Aguascalientes tiene ya años sin generar, prácticamente, empleo nuevo. Por ejemplo, por tomar un mes y año cualquiera, en septiembre de 2002 había 208 mil 316 trabajadores registrados en el IMSS; hoy, con cifras de abril de 2009, son 196 mil 534. Si bien la comparación de estos datos es nominal, lo que ya es malo de por sí pues son casi 12 mil registros menos, el tema se pone más grave si tomamos en cuenta lo realmente delicado: el aumento de la población económicamente activa que ya asciende a 447 mil 252 personas. La conclusión es obvia: lo alarmante ya no es tanto lo que se ha perdido sino lo que se ha dejado de crear. Allí está un problema explosivo. 

6.  Dice Ortega que le doy demasiada importancia al papel de los gobiernos de Aguascalientes como artífices del crecimiento registrado en otras épocas. Digo: no soy yo, mi estimado diputado, es la historia. Afirmé en mi entrevista que la primera oleada, en los sesenta y setenta, del crecimiento local fue gracias a un conjunto de empresas y empresarios colocados en industrias tradicionales y amparado en un entorno económico nacional cerrado, protegido y subsidiado, lo cual es literalmente cierto. Pero esos tiempos ya pasaron y esos grupos, salvo uno, desaparecieron. Hay ahora algunas excepciones muy notables de empresas modernas, audaces, arriesgadas, pero no tenemos, por ejemplo, una sola empresa local que cotice en la bolsa o que aparezca en las 500 de Expansión.  Como  el mundo cambió, ahora necesitamos una  nueva generación, una nueva clase empresarial que, como dije en aquella charla, esté verdaderamente ocupada y preocupada por cómo competir en una economía del siglo ventiuno. Como ello no se percibe del todo, el que tiene que ser el motor, el factor de presión más importante, por default, es el gobierno, como en buena medida fue en el pasado. Los ejemplos sobran.

  7.  Finalmente, el diputado Ortega omitió el tema fundamental: somos o no competitivos. Menciono solo dos ejemplos: según el reporte del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, Aguascalientes descendió en la clasificación general del lugar número dos que teníamos entonces, al nueve en la actualidad, mientras que muchos otros estados, como las dos Baja Californias, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y hasta Nayarit y Chiapas, mejoraron su posición competitiva. Y, según el IMCO, el estado cayó del lugar tres al cinco, en tanto que otros 14 estados subieron en el ranking. 

Lamento que el diputado Ortega no haya comentado las otras partes de mi reflexión, en especial las tendencias y condiciones para promover la transición hacia una nueva economía en Aguascalientes –algo mucho más estratégico que los sexenios, las cifras o la cuestión electoral–, pero me parece que hay una ancha avenida de discusión, de análisis y de construcción de visiones sobre lo que debiera ser el futuro del estado en el corto plazo. Ese es el desafío político e intelectual que debemos abordar en serio.


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