Me niego rotundamente a creer que una imagen diga más que mil palabras, suelo pensar que eso lo dicen quienes tienen flojera de pensar en que una sola palabra guarda tantos significados como el lector quiera darles, que se va transformando junto con el lector al crecer sus referencias, que en la medida que se abre a percibir los sentidos infinitos de una sola palabra se va ampliando el universo que cabe en un puñado de letras, por eso leo.
Por eso viajo con una mirada morbosa que en cuanto ve a alguien leyendo inmediatamente busca cuál es el título del libro que lleva. Al encontrarme un desconocido absorto en su lectura suelo imaginarme el diálogo que sostendría (de atreverme, de querer) acerca de lo que va leyendo; afortunadamente hasta ahora no me he atrevido a interrumpir a alguien para preguntarle si lo está disfrutando, si es una tarea, por qué ese libro en especial y no otro… Mientras que a los conocidos, a los entrañables sobre todo, suelo abordarlos para decirles: “si ese te está gustando deberías leer este otro” o “deja eso, tú deberías leer”.
Que recuerde, sólo en una ocasión me he atrevido a abordar a un desconocido para preguntarle la razón de su lectura. Subí al transporte público y a medida que caminaba por el pasillo estrecho me llené de la sorpresa de uno, dos, tres, cuatro, cinco lectores de Carlos Cuauhtémoc Sánchez que gastaban la mirada en las páginas de Un grito desesperado. Me tocó estar un buen trecho del camino parado junto a un muchacho que, una mano en el tubo y otra en el libro, recorría avaricioso los renglones de ese libro. No lo pude evitar y le pregunté por qué.
La respuesta no pudo ser más simple: me dice cosas para ser mejor. ¿Es cierto? Por supuesto que no, en absoluto, el libro es terriblemente malo, incluso como suma de buenos consejos es terrible, pero encariñado con mis dientes no suelo discutir ese tipo de cosas con alguien que no conozco. Hoy todavía sigo pensando que no es una lectura recomendable, aunque admito que sigo firme en la esperanza de que un lector de ese tipo de libros puede dar el salto hacia otras alturas, hacia otros autores.
Coda. De La inteligencia fracasada: teoría y práctica de la estupidez de José Antonio Marina:
“Cambiar es la gran esperanza de mucha gente, que acude en tromba a los libros de autoayuda o a las consultas de psicoterapeutas de todo pelaje, en busca de un pequeño consuelo. ¿Es posible cambiar? Sí, pero se trata de reconstruir una personalidad más inteligente desde abajo, consiguiendo que los grandes esquemas de regulación negocien bien con los pequeños reinos de taifa psicológicos. La democracia vale incluso como recurso íntimo. Es tarea que exige la misma paciencia que aprender un idioma nuevo porque, en el fondo, de eso se trata, de aprender a leer el mundo de otra manera”. La solución está en leer, leer sin miedo a lo desconocido, rechazando la papilla de verdades absolutas con que los libros de autoayuda intentan simplificar el mundo, leer pues con intención de diálogo.
@aldan