Se atribuye a nuestro poeta Amado Nervo esta afirmación “…Un proverbio persa dice : No hieras a la mujer ni con el pétalo de una rosa..Y yo te digo que no la hieras ni con el pensamiento….” Sin duda un hermoso pensamiento que hemos escuchado miles de veces. La realidad es otra. En el año de 1974, hace casi medio siglo, una joven pasante de Medicina hacía su servicio social en un centro de salud en un pequeño poblado de nuestro estado. Como se hacía en aquel entonces ella vivía en la pequeña unidad clínica, su única compañía era una enfermera que también hacía sus prácticas y vivía en el mismo lugar. Un lugareño comenzó a acosarla, exigiendo que se hiciera su novia. Ella se negó reiteradamente y en cierta ocasión, a altas horas de la noche, el perturbado galán entró a la Unidad y la amenazó con una pistola. Afortunadamente en ese momento llegó una familia buscando consulta y el sujeto huyó. La joven médica hizo la denuncia ante el Jefe de Salud quien hizo algo insólito. En vez de acusarlo ante la policía conversó con la familia del amenazador y ellos tomaron una decisión satisfactoria para acabar con el asunto. Enviaron al abusador a vivir en una ciudad lejana en casa de unos parientes. Y asunto arreglado. Nunca se tomó en cuenta el daño emocional que sufrieron la médica y la enfermera, sus respectivas familias e incluso sus otros compañeros médicos que a partir de ese momento vieron alterada su tranquilidad. Medio siglo después la situación es exactamente la misma. Apenas la semana pasada una joven médica fue asesinada en un centro de salud de Chiapas y aún cuando la madre hizo la denuncia ante las autoridades, el homicida no ha sido identificado. Lo cual es inaceptable porque se trata de una pequeña población y la muchacha ya había denunciado el acoso en tres ocasiones. El feminicidio continúa sin que se vea hasta el momento ninguna acción efectiva destinada a detenerlo. La sociedad ha hecho lo que puede, marchas, plantones, declaraciones en los medios, foros, seminarios, conferencias, entrevistas con expertos. Y sin embargo sabemos que esta auténtica manifestación de indignación tiene muy poco efecto, si no hay una acción de Gobierno verdaderamente enfocada a la solución del problema. Identificar, detener y enviar lejos al agresor es la costumbre. Se sigue haciendo hasta ahora, en plena segunda década del siglo XXI. Con lo cual no solamente no se soluciona el caso, sino que se expande, porque el acosador se dedicará a hacer lo mismo, pero ahora en un sitio donde nadie lo conoce y por lo tanto no se cuidan de él. Me apena decir que en mi experiencia he visto hacer esto en innumerables ocasiones incluso en los casos de ministros religiosos. Las autoridades jerárquicas de los pastores o sacerdotes los cambian de parroquia y con ello consideran que el asunto queda terminado. ¿Cuál es la solución? El acosador sexual es un potencial dañador e incluso probable asesino. Se requiere una acción judicial para encarcelarlo porque en libertad es un riesgo. Pero no solamente eso. Es imprescindible tratarlo como el enfermo mental que es. No basta con encerrarlo, es necesario que sea tendido psiquiátricamente. Eso es la tercera parte de la solución, las otras dos terceras están en atender psicológicamente a las víctimas. Ya sean las personas que fueron acosadas, sus familias y seres cercanos. Establecer las medidas de protección para que los jóvenes practicantes de Medicina, Enfermería, Odontología y otras profesiones de la salud, realicen su servicio en condiciones de seguridad, confianza y bienestar. Se me ocurren algunas preguntas : ¿Saben las autoridades sanitarias cuántos jóvenes están en estos momentos haciendo su Servicio Social?, ¿conocen las condiciones de seguridad, equipamiento y seguridad en las que hacen su trabajo?, ¿saben si alguno de ellos ha sido acosado? Y en caso de que conozcan algún caso de amenaza ¿Cómo lo resuelven? Ante los hechos recientemente conocidos de feminicidios y ataques en el país y en nuestro estado, merecemos respuestas.