Yo Leo - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Para Marcela Morán.

 

Un buen jefe militar no es belicoso,

ni toma parte en la acción (…)

Un buen vencedor no lucha

contra sus enemigos y lucha sin combatir.

(Lao Tse)

 

El Tao Te King no es un libro, es una guía. No es una guía, es un misterio. No es un misterio, es algo más. El problema como lector es saber dónde y cómo está ese más. Es un libro que no puede leerse de una sentada, que no debe leerse de un tirón. No es un libro de consejos, pero cualquiera de sus preceptos resulta ser una buena guía para la vida, para la cotidiana y también la extraordinaria. El Tao Te King es más que un libro aunque nunca sepamos qué más es.


Si en algo coinciden todos los comentaristas y exégetas del breve compendio (que en realidad son dos: el Tao King y el Te King) es dos cosas, íntimamente unidas ambas. En primer lugar, en lo difícil de la traducción, del propio texto y del título (que ha encontrado versiones tan disparejas como Libro de la Vida y su Virtud y Tratado del Principio y su Acción). Y, después, y esa es principalmente la gran fuente inagotable de esta reunión de máximas es la misma inagotabilidad del texto que a cada lectura, que debe recomendarse salteada o, como propone Marcela, como un oráculo infalible, gana una interpretación nueva.

Llama la atención, a vuelavista, la semejanza entre ciertas partes de este texto y las máximas del fundador del catolicismo. “Quién es valiente y temerario, perecerá”, “mis palabras son fáciles de entender”, “lo que está bien plantado, no podrá ser arrancado”. Esas y otras tantas frases podrían haber estado en labios de Jesucristo pues el trasfondo es el mismo. No resulta entonces nada casual que una de las primeras traducciones del texto fundacional del taoísmo estuviese hecha por jesuitas que, seguramente, hallaron partes de su doctrina escrita en esos ideogramas tan ajenos.

“El Tao permanece siempre inactivo y[,] sin embargo, nada deja son hacer” resume, como podría hacerlo casi cualquiera de los aforismos, consejos, máximas o cualquier otro sinónimo, el espíritu del libro y del taoísmo. Bajo la afirmación de una contradicción aparente se esconde algo, tan cercano a ese “no sé qué que quedan balbuciendo” de San Juan de la Cruz, a los oxímoros de Santa Teresa de Ávila, al quietismo del tan olvidado Miguel de Molinos, que está, a un tiempo en el texto y fuera de él, en la escritura pero también en el interior de uno mismo. Por eso es tan difícil vivirlo aun reconociendo su verdad. Porque el Tao “que puede ser expresado no es el Tao eterno”.

Y apenas un último consejo que desde las páginas del tomito resuena poderoso en la mente y el corazón a pesar del difícil cumplimiento: “Ama todas las cosas. El universo es uno”.

 

Un Marías reeditado

Faulkner y Nabokov: dos maestros: así de directo y claro es el título del libro más reciente de Javier Marías, libro que, en realidad, no es sino la unión en un solo volumen de dos títulos anteriores de denominaciones un poco más crípticas. Si yo amaneciera otra vez fue el publicado en 1997, centenario de nacimiento de William Faulkner, y Desde que te vi morir conmemoró los cien años del nacimiento del maestro ruso, ¿angloruso?, Vladimir Nabokov. Los subtítulos de ambas partes son también definitorios, claramente definitorios, de Marías y su relación con  ambos autores: “un entusiasmo” en el caso del Nobel sureño, “una superstición” en el del autor de Ada o el ardor. ¿Obligatorio? No, pero casi.

Un placer desconocido

Dice Simon Winchester reseñando en el NYT un libro sobre Oriente, Occidente y la sexualidad que a una amiga suya “en la Tailandia profunda se le pidió que se tumbara bastante desnuda sobre una mesa de cedro y tres jóvenes ayudantes femeninas aplicaron con gentileza un ungüento de olor dulce a sus partes más íntimas. El trío se retiró silenciosamente, pidiendo a mi amiga que se quedase quieta. Unos segundos después oyó como se abría una puerta, un sonido como apresurado y sintió el aire henchido de movimiento. Y, entonces, se vio arrebatada por una placentera sensación física de una intensidad casi insoportable. Levantó ligeramente la cabeza y pudo ver la razón: de repente partes de su cuerpo se habían cubierto de miles y miles de mariposas de brillantes colores. Todas estaban entregadas a la labor de lamer el ungüento con lo que se sentía, como recordaba, como un millón de lenguas diminutas”.

 

Banda sonora

“Yo busqué la luz metiéndome en un pozo / e intenté pintar blanca la oscuridad. / Te tuve un instante delante de mis ojos, / mis dedos tocaron la soledad. // Muchos buscan oro y sólo encuentran piedras / y he visto lunáticos siguiendo el sol. / Puñales en la espalda, tú traerás de vuelta / si lo que vas buscando es amor. // ¿Por qué nadie encuentra lo que busca?” (“Nadie encuentra lo que busca”, 091).


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