l poder de los símbolos y los símbolos del poder, junto con la Economía Política, constituyen las tres grandes esferas que dan cuerpo y estructura a la sociedad como un todo. Cuando se privilegian las relaciones económicas, por encima de la cultura y de la política se dice que enfrentamos una reducción economicista, ya que siendo una parte fundamental del todo social, no abarca su totalidad y, por ello, se convierte en un absolutismo teórico y práctico, al no reconocer la influencia de las otras dos formas que de hecho construyen la unidad de la sociedad.
La cultura no es la actividad exclusiva de unos cuantos –sean hombres o mujeres- ilustrados, cultos y expertos en las Bellas Artes, cineastas o estrellas de las artes escénicas, la cultura en su sentido amplio y primigenio es la representación del poder de los símbolos. Lo que quiere decir que todo aquello que posea o conlleve la fuerza de ser un signo –comunicable e interpretable- para otro, establece por su misma naturaleza (“suapte natura”) una relación simbólica y ello es por definición la cultura. Digamos que una cosa es poseer dinero, riquezas, ser un magnate o un poderoso empresario, pero otra cosa es la manera como esa persona o grupo de personas comunican, ostentan y simbolizan su poder económico; esos gestos distintivos, los signos de clase con que se identifican sean: la forma de vestir, de hablar, de transportarse, de comer, de divertirse, de estilo de vida, etc., son eminentemente formas culturales con que se construye el tejido social, ya sea por inclusión o por exclusión.
La Política es por excelencia el ámbito de los símbolos del poder. Se distingue perfectamente de la cultura, porque no se ocupa de unir o distinguir los símbolos en cuanto que son significantes de una idea o una emoción humana; su interés radica en ejercer y manifestar el poder o imperio que se tiene sobre el resto de la sociedad. Es en definitiva un poder de autoridad, capaz de dictar normas obligatorias de convivencia social, con base en el poder jurídico que se le atribuye por la Ley, que emana del Derecho Positivo. El político, además de poder comunicarse con sus subalternos, mediante “el poder de los símbolos” (banda presidencial sobre el pecho, gorra militar con galones, placa de policía, nombramiento de magistrado o secretario de Estado; o declarar en ruedas de prensa, etc.), expresa de manera propia su papel social al ejercer su mandato, en la función específica de autoridad que se le ha encomendado, y en ello estriba su manejo personal de “los símbolos de poder”.
En México, hoy, tenemos un claro ejemplo de cómo operan estas tres esferas de la estructura social, en torno a la figura del Presidente de la República. Destacaré la esfera de la cultura en tanto que el poder político o económico no se cumplen cabalmente sin el recurso a las relaciones culturales; o mejor, resaltaré la importancia de hacer recurso a la cultura para ejercer con eficacia ambos poderes.
El Presidente Felipe Calderón Hinojosa, en la Ceremonia Luctuosa en memoria del licenciado Juan Camilo Mouriño Terrazo, Secretario de Gobernación, y colaboradores. Jueves, 6 de noviembre de 2008, pronunció: “Sabemos que son: bienaventurados los limpios de corazón; bienaventurados los pacíficos; (…); bienaventurados los que por causa de lo alto son insultados y se diga toda clase de calumnias en su contra, (mintiendo) porque su recompensa será grande”. En cuya oportunidad comenté: apunta su oración como invectiva del gran Tlacaélel (quien fue el poder tras el trono del señorío mexica durante cincuenta años, 1428-1478, y obtiene el nombre por ser el sacerdote supremo de Cihuacóatl –la mujer serpiente-); realizó con ello una auténtica liturgia que creó una onda expansiva a todo lo largo y ancho del país, pues fue emitida desde el epicentro del poder de México.
Luego, el 18 de marzo pasado, en represalia por la prohibición a transportistas mexicanos de entrar a carreteras estadunidenses, México publicó en el DOF, una lista de 90 productos agrícolas e industriales importados de Estados Unidos a los que sube los aranceles. Y de nuevo, en lo que considero una clara personificación de Tlacaélel, el Presidente desde el centro ceremonial de Tenochtitlán, en lugar de hincar su rodilla ante el sino adverso de los señores del norte, blandió su cetro y con fuerte golpe sacudió suelo mexica; por lo que mereció que le demos el crédito político, para que nuestros cargadores no se sometieran al arbitrio de bucaneros brabucones que sacaron a blandir sus sables.
Y la más reciente instancia del poder simbólico, ocurrida esta semana, consiste en la detención de 10 presidentes municipales y 17 funcionarios estatales de Michoacán, indiciados por presuntos nexos con el narco o la delincuencia organizada. La acción simbólica de nuestro Tlacaélel consiste en tomar, ejemplarmente, su estado natal como punto inequívoco de referencia que así se actuará con otras entidades; sin importar rango ni posición política. Lo que siendo debatible como vía constitucional de ejercer el poder federal, es signo inequívoco de que la guerra anti-crimen organizado, va, como una guerra florida que purifique las entrañas del poder en México. n