En la escena final de The Terminator, la sobreviviente Sarah Connor se detiene en una gasolinería en la frontera, un niño pasa corriendo y grita algo en español, exaltado apunta hacia el frente; ella le pregunta al anciano que la atiende qué fue lo que dijo, el viejo le responde: “Viene una tormenta”, con el gesto desolado de quien conoce el futuro ella responde: “Lo sé”. El jeep de Sarah se pierde en la carretera rumbo a la tormenta anunciada. La futura madre de John Connor se desplaza con velocidad hacia un tiempo en el que ya sabe qué va a ocurrir.
En tiempos electorales suelo recurrir a esa escena porque me parece que refleja lo que ocurre con los partidos y candidatos en tiempos de elecciones, con la mirada en un futuro que ya conocen porque lo han diagnosticado, se arrojan hacia la tormenta sin temor. A diferencia de Sarah Connor, nuestra clase política no tiene ningún plan, sólo cuenta con diagnósticos, saben de la tormenta y tienen toda la buena voluntad para enfrentarla, las mejores intenciones para no dejarse vencer, las promesas a cumplir en la punta de la lengua que sólo sirven para endulzar el oído de los electores, pero de plan de gobierno, nada.
Es un mal de las campañas políticas, partidos y candidatos sufren el síndrome del diagnóstico, sólo conforman su discurso con comparaciones, apuntes estadísticos y gráficas de los asesores que les regalan un “Usted está aquí”. Por supuesto, los diagnósticos son indispensables, sin embargo, cuando el discurso político se queda en el análisis sin propuestas, nada de lo que se pueda prometer llegará a buen puerto.
Estamos tan acostumbrados a sufrir el mal del diagnóstico que incluso la ley prevé un tiempo para que quienes asuman un cargo elaboren un plan de gobierno, lo que se traduce en una ronda de mesas y encuentro con cargo al erario donde se elabora un nuevo diagnóstico y unas cuantas líneas de acción que supuestamente están avaladas por la opinión de la ciudadanía; así ha sido desde los tiempos de Ernesto Zedillo. En el caso de los legisladores, a ellos no se les demanda un plan de acción, ni siquiera una lista mínima de sus propuestas, por eso en campaña, reducen su campaña a recorrer el distrito que quieren representar en el congreso y declarar, estupefactos pero entusiastas, que conocen las necesidades de la gente, su gente… sólo porque repartieron apretones de manos, sombrillas y papelería inútil entre vecinos a los que nunca volverán a visitar.
En Aguascalientes y todo el país, lo que estamos viendo es que este recurso de hacer la calle está agotado, simplemente no se puede y no se debe por la pandemia, ir de puerta en puerta, de concentración en concentración, aumentando la posibilidad de contagio, arriesgando a la población invitándolos a fiestas, mítines, reuniones, para repartir folletería o echar un discurso, mucho menos para ufanarse de que el barrio los respalda porque en un sólo día conocieron a los abarroteros, carniceros, amas de casas y las profesionistas de un bloque de cuadras.
El virus sigue mutando, la emergencia sanitaria no ha terminado, junto con los miles de muertos en el país, otra de sus víctimas es la creatividad.
Coda. El párrafo final de “La máscara de la muerte roja”, el cuento de Edgar Allan Poe en la traducción de Julio Cortázar:
“Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno murió en la desesperada actitud de su caída. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo”.
@aldan