No es el título de una película de las llamadas “de serie B”, como las que el héroe mexicano por excelencia -Santo, el enmascarado de plata- protagonizó. Aunque la trama es igual de mala que las de aquellas, lo cierto es que esa es la forma en que observamos nuestra realidad social y política. Por un lado tenemos a las fuerzas del mal, representadas por el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), mientras que el lado opuesto, el que encabeza quien formalmente ocupa el cargo de titular del poder ejecutivo federal sería la encarnación de la bondad que lucha en aras del bien común.
Pero por lo menos para una buena parte de la población, los villanos de la historia están en el lado opuesto, en aquellos que machaconamente repiten que la medida era difícil pero necesaria. Los mismos que dieron a conocer la existencia del SME desde hace algunas semanas, cuando a través de la radio y la televisión nos dieron cuenta de la existencia de Luz y Fuerza del Centro, la cual operaba el servicio eléctrico en varios estados del centro del país, -el Distrito Federal y Estado de México incluidos- y que en realidad dicha empresa paraestatal era una sucursal del infierno, pues los demonios que la formaban eran unos seres perversos que se atrevieron a tener un sindicato no tan cercano al Estado mexicano -se cuenta en el anecdotario que algunos de estos seres infernales se atrevieron a conectar “diablitos” en la década pasada para dar luz a las convenciones zapatistas en Chiapas, entre otras vilezas- razón de sobra para no esperar más y, en nombre de la diosa “modernidad” la empresa debería desaparecer. Ahí fue cuando se determinó llamar a las “hadas de la eficacia” para que estas fueran a llevar la buena nueva a los mexicanos limpios de corazón, lo mismos que entenderían que el dinero que se destinaba a los demonios electricistas, sería en lo sucesivo destinado a los más pobres de México.
Ahora sí, nos cuentan las hadas y sus duendecillos ayudantes, con la economía de recursos producto del decreto presidencial de liquidación, millones de desprotegidos saldrían de la inopia, y nadie con sangre en sus venas podría estar en contra de tal medida.
Una de las “hadas”, el secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, ha anunciado que para los buenos electricistas, -aquellos que no andan molestando a la gente en la calle con sus exóticas protestas y reciben dócilmente su extraordinaria liquidación- habrá 21 opciones de franquicias, no precisamente de las empresas energéticas españolas de la familia Mouriño, ni tampoco del negocito familiar de los secretarios de Energía del pasado sexenio que se adueñaron de la red de fibra óptica, sino de ¡restaurantes y misceláneas!, franquicias que podrán operar con el dinero producto de su liquidación, ya que las inversiones iniciales van de los cien mil pesos al millón.
Otra de las traviesas hadas, el “historiador” Enrique Krauze (Reforma, 17-10-2009) señala el rumbo posterior y anuncia que el decreto de liquidación es sólo el principio, pues “México necesita un nuevo tiempo axial que beneficie a la sociedad separando al Estado de las estructuras clientelares e improductivas, los intereses creados, las inercias mentales y las actitudes intolerantes que heredamos de nuestro siglo XX. La liquidación de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro hace esperar esa nueva Reforma”.
Tramposo como acostumbra ser el “historiador” favorito de la derecha mexicana, señala que “hay que reconocer que la acumulación impresionante de poder no fue responsabilidad de los obreros y ni siquiera, centralmente, de los líderes. Esa acumulación era el diseño estructural del Estado nacional-revolucionario cuyos funcionarios (sobre todo desde 1970 en adelante) concedían aumentos de sueldo y prestaciones a cargo del petróleo y las generaciones futuras. Ahora las generaciones futuras son las presentes y el petróleo se está acabando (a menos de que se reforme Pemex con todo y su sindicato, y se permita la inversión externa y privada en el sector)”.
Sólo que el argumento de Krauze está puesto de cabeza. La decisión de liquidar Luz y Fuerza del Centro y echar a la calle a decenas de miles de trabajadores deriva precisamente de que el Estado mexicano del siglo XXI no quiere organizaciones sindicales o de ningún tipo (el caso de los partidos políticos es un buen ejemplo) que se alejen del manto protector estatal.
El sindicato petrolero, el SNTE o los agrupados en la CTM no serán tocados nunca mientras se mantengan cercanos al poder el Estado y sirvan a los intereses de las clases económicas y políticas poderosas. Sólo aquellos que se alejen de la visión marcada desde lo alto serán escarmentados por atreverse a acercarse a la sociedad civil de la cual surgieron originariamente. La privatización resulta presentarse como el nuevo jardín del Edén que nunca llega, para ahora sí entrar en plena crisis mundial al mundo de las naciones “competitivas”.
El México gobernado por Calderón (es un decir, no se ría), ha descubierto la fórmula añorada por los alquimistas para convertir las piedras en oro.
Ésta consiste en que los obreros sean “patriotas” y no se atrevan a tener en sus contratos colectivos salarios y prestaciones dignos de seres humanos, sino sólo unos cuantos pesos como lo hacen los obreros de las maquiladoras, Oxxos y McDonald’s, esos buenos mexicanos que saben lo que es una industria construida con el sudor de su frente y la renuncia a sus derechos en beneficio de los generosos patrones.
| Si no fuera porque está en juego el sustento de miles de familias, la modernísima película sería finalmente cómica, tal como hoy nos resultan cándidas las escenas de murciélagos colgando de hilos en las películas del Santo. Los mismos falsos murciélagos son ahora los anuncios de “modernidad e innovación” que las hadas nos anuncian. Los mismos que sueñan que desaparecen “villanos” tales como el SME o la Sección 22 del SNTE, organizaciones como la APPO o individuos extraños como López Obrador y su movimiento de resistencia permanente. No señores, no se equivoquen. En este país todavía existe dignidad y espíritu de lucha y protesta. No se trata de “nacionalismo trasnochado” ni resistencias al progreso. Tan sólo es que sus sueños de multiplicar los bastiones de la voracidad y la riqueza en forma de “Capital City” por todo el país, resulta absurda en medio de la miseria a la que se enfrenta la mayoría. De eso se trata. Aunque las hadas anuncien lo contrario.