Después del fracaso electoral del pasado 5 de julio, la izquierda electoral en México parece entrar en un proceso de análisis y evaluación acerca del porqué de la pérdida de millones de votos en un periodo de apenas tres años.
Los factores que se consideran son múltiples, y varios de ellos son tan obvios que no requerirían mayor debate: existen los que aluden a causas internas, tales como los procesos de selección de dirigencias, en los que uno y otro bando se acusaron durante buena parte del 2008 de prácticas antidemocráticas, clientelares o de plano fraudulentas. Después del trance, nadie, ni siquiera quienes finalmente resultaron oficialmente vencedores pudieron sentirse satisfechos, y finalmente se llegó a la elección federal intermedia de 2009 con “afrentas” tan graves que incluso el candidato presidencial que en 2006 estuvo a punto de obtener el triunfo, llamó a votar por partidos y candidatos ajenos a la organización que él mismo encabezó como dirigente nacional. En esta disputa por pequeñas parcelas, el ciudadano que no ve como opciones de cambio hacia un buen gobierno y una efectiva representación al PAN corrupto o al PRI “revivido”, fue quien finalmente resultó perdedor, pues no se presentó una propuesta sólida que ubicara una vía clara ante los complejos fenómenos sociales que nuestro país padece. La agudización de la crisis económica, que trajo consigo un incremento severo en las tasas de desempleo, no encontró en el discurso del PRD, del PT, Convergencia o en el ya desaparecido Socialdemócrata, un espacio que lo ubicara como un hecho a enfrentar de inmediato, más allá de la denuncia que el polo Obradorista realiza tesoneramente de lo ineficaz de las políticas implementadas por el gobierno federal; tampoco lo halló en la propuesta del PRD, hoy en control de Nueva Izquierda, en el cual su dirigente nacional prefirió simplificar en extremo su plataforma, optando por una campaña en la cual tan sólo se enarbolaba el antiguo dicho de que “lo hecho en México está bien hecho”. El combate a la delincuencia que crece indiscriminadamente, es otro de los aspectos en los cuales se halla un déficit de propuesta desde la izquierda en estos tres años posteriores al 2006. Si se reconoce que López Obrador es el principal líder opositor de los años recientes, habría que señalar que poco se ha pronunciado por ubicar al combate al narcotráfico, al secuestro y a la violencia de todo tipo, como uno de los aspectos a privilegiar en el debate y construcción de un proyecto alternativo de Nación. Si desde ese frente casi nada se ha dicho, el PRD, -todavía como la mayor fuerza electoral de izquierda-, se ha visto afectado ante la vinculación que se hace de candidatos y líderes con bandas delincuenciales, situación alimentada mediáticamente desde hace meses, -perversa o de cualquier forma- por parte del propio gobierno calderonista. ¿Qué otra cosa podrían esperar ante la sumisión que en momentos sus líderes presentan? Casos de gobernadores como Amalia García en Zacatecas, Zeferino Torreblanca en Guerrero, Juan Sabines en Chiapas o el mismo Leonel Godoy en Michoacán, son muestra de que más les hubiera valido asumirse como lo que hipotéticamente serían, gobernantes postulados por un partido afrentado por un fraude electoral, y no como pequeños gobernantes de feudos en los que los negocios al amparo del servicio público están a la orden del día, cual émulos de gobernador panista, sin olvidar además la vergonzosa actitud de Ruth Zavaleta cuando desde la representación del Legislativo buscaba a toda costa el aplauso fácil de las voces de la derecha en los medios, siendo relegada la entonces “mujer de Estado” al limbo que hoy habita en su real estatura política. Olvidaron que en México, como ya en la narrativa política se ha dicho, al que se agacha el adversario lo golpea con mayor fiereza. No se perdona al opuesto, pero menos se respeta al cobarde.
No obstante, en días pasados pareció llegar la cordura, cuando después de una serie de reuniones al interior del PRD, -que abren el camino a la celebración de un Consejo Nacional dentro de algunos días-, se acordó no hacer la realidad de expulsión de una lista de más de seiscientos militantes, lista que se reducía a la intención de relegar a López Obrador de las filas del partido. Se llegó, según lo trascendido públicamente, a una suerte de amnistía, en la cual las faltas a los reglamentos internos serían pasadas por alto, en aras de comenzar a reencauzar el camino rumbo a la presidencial de 2012. El mismo López Obrador atendió el mensaje, dejando claro que no considera a los miembros de Nueva Izquierda como pare de la “mafia” que se ha apoderado de México. Sin embargo, en el aparente inicio del fin de las descalificaciones, llegó el “líder moral e histórico” Cuauhtémoc Cárdenas a señalar, después de años en que se había retirado de la discusión de la vida interna, que dicha actitud de lucidez representaba una afrenta imperdonable, exigiendo abiertamente la renuncia de su otrora aliado Jesús Ortega al cargo de dirigente nacional.
El saldo final es desalentador, pues el llamado de atención que ya una mayoría parece haber atendido acerca de que el llegar divididos con dos o más candidaturas que enfrenten en 2012 a los candidatos panista y priista, llámense como se llamen en su momento, pero en cualquier caso apoyados los dos por las corporaciones más poderosas del país, no será más que la pérdida de una oportunidad más para que los millones de desprotegidos en sus derechos civiles, sociales y culturales encuentren gobiernos sensibles que den garantía de una vida digna. Si en 2006, después del fraude electoral, se perdió la ocasión de llamar a un movimiento que diera origen a una nueva y poderosa institución de la izquierda en México, hoy nos encontramos ante la disyuntiva nuevamente: otro país es posible sólo si las fracciones políticas dejan atrás enconos miserables y todos, principalmente los ciudadanos ajenos a la burocracia, participan en la construcción del vehículo de lucha política legítima que haga de los pobres y relegados de este país los sujetos de construcción de su propio destino. Esperemos, sin falsa esperanza en ello.