Economía y economistas: más allá de la expiación - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Hasta hace algunos años la economía parecía una disciplina oscura pero seria, ardua pero que compensaba la atención que exigía ingresar a un territorio lleno de tanto de enigmas como de promesas.

Los economistas gozaban de prestigio e influencia tanto en los
círculos de toma de decisiones como en la opinión pública. Ser
economista presuponía, de manera simultánea, dominar las tecnologías
del saber científico, habilidad en la retorica del ideólogo y la
presunción del oráculo. Y la modernidad tardía, en tanto ascenso de la
tecnocracia, encontró irresistible esta trinidad sobre todo porque le
proveyó de la racionalidad que requería para cumplir las promesas de
progreso y libertad que le eran consustanciales,

La crisis de las ideologías, ya presente desde la década de los
cincuenta del siglo pasado pero sin duda acelerada a partir del c0lapso
del comunismo, enfatizó el imperio de la economía y de los economistas.
La economía era depositaria monopólica del saber que garantiza la
prosperidad para todos. Además, a cambio de su sabiduría la economía no
exigía sino que no se le contaminasen con consideraciones sociales,
políticas, éticas o de cualquier otra índole.

Hoy, las cosas han cambiado de manera sustantiva. Y no tanto porque
se hayan desvanecido las promesas e ilusiones de la modernidad, sino
más bien porque ésta le ha perdido la confianza a la economía. Por un
lado, la naturaleza científica del saber económico se ha puesto en duda
reiteradamente y, habrá que decirlo en su honor, han sido los propios
economistas quienes han levantado las mayores y más penetrantes dudas
al respecto. Por otro lado, el encanto ideológico de la economía es una
reliquia difícil de entender hoy en tanto su capacidad de predicción
del futuro no goza hoy de mayor credibilidad que la que reciben los
astrólogos y sus horóscopos.

Así, la crisis derrumbó algo más que a la economía mundial. No ha
dejado bien parada ni a la economía como disciplina analítica ni a los
economistas como científicos, ideólogos u oráculos. Contra sus propias
predicciones y presunciones la economía y los economistas se están
volviendo irrelevantes… cuando parecería que son más necesarios que
nunca.

Y no es que los economistas hayan dejado de proclamar la solidez de
sus análisis ni la pertinencia de la profesión. Aquí y allá los
economistas se han estado preguntando no sólo el porqué de la crisis
económica sino también del porque de la decepcionante respuesta que los
economistas mostraron para proveer su aparición, para explicar su
advenimiento y desarrollo y para anticipar sus consecuencias.

Y parte de la desolación que predomina hoy es que los propios
economistas no encuentran las respuestas en mucho porque las mismas
preguntas no son aún claras sino jactanciosamente evasivas.

¿De qué exactamente estamos hablamos cuando hablamos de una crisis
del la economía en cuanto disciplina, o de la crisis de los economistas
en cuanto profesionales? ¿Hablamos de un cambio en los paradigmas
teóricos? o, ¿hablamos más bien de una transformación en las
modalidades y peso que la economía y los economistas tienen en la
definición y ejecución de las políticas públicas a nivel nacional e
internacional? o, ¿estamos hablando es de un cambio en los formas en
que la opinión pública escucha a sus previamente confiables profetas?
O, ¿no se trata de nada de eso y debemos seguir en busca de las
preguntas adecuadas?

En todo caso, lo cierto es que la economía ha dejado de ser lo que
pensábamos que era y los economistas han tenido que dejar su arrogancia
tecnocrática en el baúl de los recuerdos. Más que por un deseo de
expiación ha sido un imperativo reconocer que los economistas han
estado en esta crisis muy por debajo de que se esperaba de ellos y de
lo que ellos mismos supusieron podían estar. Bien por ello. Pero dejar
las cosas en una mera expiación es prácticamente apostar para que las
cosas continúen más o menos como están. Es necesario ir más allá.


Se ha dicho hasta la saciedad de que las crisis son otra forma de
llamar a las oportunidades. Los economistas tienen hoy su gran
oportunidad.

Las tareas son muchas —renovar sus ideas, innovar las formas y
métodos que tienen para indagar la realidad, reformar la manera en que
se vinculan a la sociedad, etc.— pero, en nuestro ámbito local, hay dos
en particular que se veo como urgentes. Por un lado, redescubrir sus
orígenes, es decir la de volver los ojos a los textos que dieron origen
y vitalidad al pensamiento económico moderno por varios años. Por otro
lado, la segunda tarea es fomentar una sólida cultura economía en la
opinión pública que se apegue al rigor y creatividad que exige el saber
entender nuestra vida económica.

Con respecto a la primera tarea son los centros de educación
superior quienes tienen la mayor responsabilidad. Resulta poco más que
decepcionante encontrar que en los planes de estudio de la carrera de
economía de nuestras universidades públicas y privadas simplemente
ignoran la mera revisión de los clásicos de la materia que pretenden
enseñar. No es infrecuente ver que los estudiantes de economía –quizá
como ocurrió con sus maestros– terminen sus estudios sin haber abierto
nunca un libro de Smith, Ricardo, Malthus, Marx o Keynes por mencionar
sólo algunos autores imprescindibles. Aquí hay un área de oportunidad
para el cambio.

Con respecto a la segunda tarea la responsabilidad recae, ante todo,
en los medios de comunicación masiva: la prensa escrita, la televisión
y la radio. La forma con que en la entidad se informa y analiza la
realidad económica del estado, del país y del mundo es poco menos que
lamentable. Basta leer las de por si pocas páginas que los diarios
dedican a la vida económica para darse cuenta de la pobreza conceptual
y la indigencia analítica e instrumental de quienes, por razones que
desconozco, se les ha encomendado la tarea de informar sobre temas que
desconocen. Esto también abre un área de oportunidad.

J. A. Schumpeter nos enseñó que la vida económica se desarrolla bajo
el imperativo de lo que llamó la “destrucción creativa”. La ciencia
económica se encuentra hoy en un momento privilegiado para emprender
esa empresa que renovaría su disciplina y que, acaso, le devolvería la
confianza y prestigio de la que gozó durante varias décadas.


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