El Estado Mexicano es cada vez más democrático y cada vez menos Estado. Hoy padecemos un serio deficiente de estatalidad. La violencia borbotea sin reservas y el Estado confiesa abiertamente su impotencia. Resulta cada vez más evidente que el Estado Mexicano no ejerce efectivamente el monopolio de la fuerza legítima, para decirlo con la clásica expresión weberiana. Los abusos policiacos, el poder destructivo del narcotráfico, el desamparo jurídico, la desconfianza en los aparatos de justicia, los casos de linchamientos colectivos que se han sucedido en los últimos tiempos, pintan a un Estado incapaz de sostener sus propias reglas. La precariedad del Estado se convierte en sensación: la inseguridad y el desasosiego gobiernan cuando el Estado deja de contar. Si el sentido último del Estado es liberar al hombre del miedo, es evidente la quiebra del Estado mexicano”.
El extracto anterior, correspondiente a un libro de Jesús
Silva-Herzog, parece que fue escrito en las últimas dos semanas.
Violencia desbordada al grado de implorar intervención de las fuerzas
de la paz de las Naciones Unidas (empresariado de Ciudad Juárez,
Chihuahua). El Estado confesando su impotencia legal: “obligaré al
crimen organizado a largarse del municipio por las buenas o por las
malas” (alcalde de San Pedro Garza García, Nuevo León). Abusos
policíacos, narcotráfico…El miércoles en la mañana una noticia me dejó
pasmada; rectifico, fue la reacción a la noticia la que me dejó
pasmada. Los noticiarios dieron a conocer del intento de linchamiento
en Juchitepec, Estado de México; que se suma al promedio aproximado de
un linchamiento cada 60 días del 2001 al 2008 en tan sólo el Distrito
Federal y el Estado de México. Los medios televisivos y radiofónicos de
Aguascalientes fueron invadidos por cientos de mensajes que apoyaban a
la turba enfurecida y que se mostraban indignados porque los
sospechosos de secuestro habían sido salvados por las fuerzas
policíacas de una muy probable muerte a manos de los habitantes de
Juchitepec. Los mensajes exigían la pena capital, la tortura, el
arbitraje subjetivo en manos de los que habían sufrido secuestros y
asaltos, ¡la anulación de leyes y juicios que, a su opinión, defendían
más a los delincuentes que a las víctimas! Lo más sorprendente es que
los “líderes de opinión” no rechazaron tal posición, al contrario sus
comentarios parecían sustentar la manifestación de hacerse justicia por
mano propia.
El texto de Silva-Herzog fue publicado en 1999. Hace diez años.
Entonces el autor retomaba la propuesta de Francisco Tomás y Valiente
de ubicar la situación política y social de México más a la orilla que
dentro de una estatalidad que brindara protección y seguridad a sus
habitantes. Cuando Silva Herzog escribía esto, México no había
experimentado aún la alternancia política a nivel nacional, sin
embargo, había confianza en la existencia de instituciones
democráticas, o como un buen amigo señalaba, por lo menos de estar en
un estado prodemocrático. A diez años y después de la alternancia y de
las elecciones más competidas de la historia entre dos propuestas
políticas de distinta orientación (nótese que no dije ideología),
parece que la problemática ha permanecido estática, o será que Silva
Herzog exageró en su planteamiento de hace una década… ¿Qué diría de la
situación actual?
Recordé el tratado político de Thomas Hobbes en el que desarrolla el
abandono de los hombres al estado de naturaleza de “todos contra todos”
para constituirse en una sociedad en el que la totalidad se compromete
a abandonar su libertad absoluta (incluyendo su derecho a hacerse
justicia por mano propia) para convenir que un hombre o asamblea los
represente, creando el gran Leviatán, “que no es sino un hombre
artificial, aunque de mayor estatura y robustez que el natural para
cuya protección y defensa fue instituido”. Este Leviatán parece estar
ahora en agonía, pues el contrato que antes lo sostenía comienza a
perder su legitimidad. La instauración de instituciones democráticas no
ha cumplido sus promesas y, con palabras de Silva Herzog, “cuando se
desprecian los votos, cuando se sigue creyendo en la fertilidad de la
violencia, la democracia se vacía de sentido.”
Es triste y decepcionante saber que la sociedad y los que se dicen
líderes de opinión estén de acuerdo en que volver al estado de guerra
natural sea lo más conveniente, en que el Estado de Derecho se dé por
inservible o, peor aún, por muerto. Sin embargo, lo más lamentable es
que esta es la manifestación más clara de la debacle de un régimen
político que no ha respondido a sus obligaciones más elementales:
brindar protección a los ciudadanos y mantener y aplicar la legalidad.
Debido a esto, ya no es tan desorbitada la idea de celebrar el
Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución con
un nuevo movimiento social. La esperanza es que dicho movimiento no
siga la tendencia descrita aquí, sino una verdadera concepción
democrática en la que la ciudadanía restablezca el control y asuma su
responsabilidad y derecho en la toma de decisiones políticas. n