Decisiones - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Sin duda el 2009 ha sido un año de fuertes decisiones del presidente Calderón. Muchas de ellas orilladas por la delicada situación económica global, pero otras derivadas de problemas que eran pospuestos año tras año dado que su solución implicaba necesariamente un costo político. La situación de la empresa pública paraestatal Luz y Fuerza del Centro seguramente tenía a Felipe Calderón entre la espada y la pared. La guerra sin cuartel y sin resultados satisfactorios contra el crimen organizado, su recién e impopular propuesta fiscal (2% a todo), las notas periodísticas que día a día exponen los abusos y despilfarro del presupuesto por parte de los funcionarios públicos, acercaban cada vez más al presidente al patíbulo de la opinión pública. Cualquiera hubiera pensado que en este contexto, Calderón no se hubiera arriesgado ni a una brisita matutina (nótese también por lo de la influenza). Sin embargo,  el domingo nos dio esa sorpresa. 

 

Don Felipe tomó su decisión, pero ahora somos las mexicanas y mexicanos quienes debemos tomar la nuestra. Y la verdad es que no podría ser más complicada (¿o sí?). La ciudadanía ha llegado a una encrucijada que, más allá de la defensa del sindicato electricista o del apoyo al decreto presidencial, se enfrasca en una decisión de orientación política nacional. Dos escenas reflejan la ambivalencia del asunto: el cuadro de millonarios concesionarios de la radio y televisión otorgando un largo aplauso de pie al presidente cuando con firmeza expresó haber tomado la decisión correcta respecto a la liquidación de Luz y Fuerza; y por otra parte, la apabullante marcha de miles de trabajadores que paralizan y sofocan a la ciudad más importante del país. Como expresaba hace días un monero de importante periódico nacional, “llegó el momento de las grandes definiciones: respaldar a un sindicalismo ineficiente y con líderes que se enriquecen a costa nuestra, o a un gobierno ineficiente y con funcionarios que se enriquecen a costa nuestra”. La realidad de la derecha e izquierda mexicanas. 

La controversia que se ha suscitado recuerda los mejores momentos del Big Brother. Una no sabe ni a quién irle. Las dos opciones son tan deplorables que entre familias de misma condición económica existen desencuentros al respecto. Todos sabemos (aunque se niegue y reniegue) que el rumbo que tome el asunto de Luz y Fuerza tendrá efectos en la manera de tratar a los demás sindicatos, por lo que el apoyo o rechazo a la medida tiene alcances trascendentales. Los que apoyan la decisión presidencial lo hacen mirando a la maestra Elba Esther, a Carlos Romero Deschamps y otros líderes sindicales perpetuos. Los que la desechan, dudan que ese gran ahorro proyectado por el gobierno federal –y el sacrificio de más de treinta mil trabajadores- vaya directo a las arcas de los programas sociales, sino a los desayunos, viajes y toallas de los altos funcionarios. 

Para quienes tenemos aún algún vestigio socialista en nuestros rojos corazones, la decisión debería respaldar ipso facto al sindicato de Luz y Fuerza. Pero si la resistencia la encabeza quien propuso a Juanito como candidato a delegado de Iztapalapa, es comprensible que vacilemos. Así también, las que nos ofendíamos día a día con las muestras del despilfarro sindical que los medios de comunicación publicaban, comenzamos a dudar cuando vemos al “hijo del tigre” y otros concesionarios aplaudir con vehemencia la declaración de conciencia limpia del presidente. 

Es tiempo de decisiones, de decisiones difíciles. Respaldar o rechazar. Impuestos o resistencia. Sindicalismo perpetuo o autoritarismo. Derroche sindical o derroche gubernamental. Izquierda, derecha o PRI. ¿Cuál será la mejor decisión? Lo que es cierto es que nadie querría estar en los zapatos de los trabajadores sindicalizados en estos momentos. 

Cuando el árbitro dio el silbatazo final en el partido México-El Salvador, las cámaras enfocaron al director técnico Javier Aguirre dirigirse con rapidez a la salida del campo. No se detuvo a felicitar a los jugadores, ni a congratularse con los medios de comunicación. Por su expresión parecía que iría a restregarle a alguien un “te lo dije” o tal vez, un “ya hice mi parte, ahora es tu turno.” Casualidad o no, la selección había cumplido el paso uno de la estrategia presidencial contra Luz y Fuerza. De haber perdido el juego aquel sábado, el gobierno hubiera recurrido al “Plan B”, esperar a que los trabajadores se fueran a la playa en el puente del dos de noviembre. Qué bien conocen parecen conocer la idiosincrasia mexicana.



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