En 1568 el capitán Pedro de Alvarado y Gonzalves condenó a todo un pueblo de indios que vivió en lo que ahora es Morelos a arder en una pira comunitaria. Los indios no hicieron nada para defenderse de tal agresión. Habían visto el poderío español, sus armas, su crueldad, pero sobre todo su avaricia siempre insatisfecha. Más de un indígena hubo de haber pensado que lo que buscaban esos españoles eran sus tierras, grandes pedazos de tierra labrables donde se daban maíz y todo tipo de frutas. Dice una crónica escrita por Fray Juan de Montalvo que los indios se resignaron a su destino y no se resistieron mientras los amarraban entre ellos, espalda con espalda en grupos de cinco personas. En medio de cada grupo había un poste de madera, al que finalmente acaban amarrados como centro de gravedad. A su alrededor había madera de los árboles frutales que otrora habían cosechado y que ahora servirían para quemarlos. Nadie decía nada y él, Fray Juan, sólo miraba la resignación de los indios al ser conducidos a la casa del Padre. Miraban la tierra, sus pies, el surco que trazaba el que iba adelante, el polvo que levantaban. En sus ojos había un brillo opaco como de hombre santo que enfrentaba su martirio con dignidad, sabiendo que no había cometido ningún delito. Y cuando les prendieron fuego y este comenzó a acariciar los pies de los indios y luego los abrazaba, los españoles escucharon gritos en un idioma que nadie pudo asegurar que fuera náhuatl. Todos murieron quemados mirando los campos que habían cosechado, todos probablemente murieron pensando en que los españoles sólo querían sus tierras. Pero no había sido así.
Entre las personas que acompañaban al capitán Pedro de Alvarado y Gonzalves, se encontrada un escribano llamado Felipe de Cornevalles, quien le leía al capitán y a sus hombres todas las misivas y epístolas que les enviaban, así como también se encargaba de escribir los reportes del capitán y todo lo que este le pidiera. El capitán, como hombre de guerra, había dejado a un lado las letras y para él la pluma estaba tan lejos como la Nueva España de la Madre España. Así que todo lo referente a pergaminos y papeles se lo confió a este escribano, quien, huelga decir, era un católico recalcitrante, partidario del pensamiento de que los indios no tenían alma y no eran sino animales con forma humana. De esta manera es que gracias a ese escribano se perpetró aquella masacre que una vez llevada a cabo descubrió como injusta el cronista Fray Juan de Montalvo, quien la dejó para la posterioridad en su Coronica de la destrucion de un pueblo bueno por la vileza de un escribano. El fraile, encargado de llevar la palabra de Dios a los indios había convivido con ellos y le había pedido al señor Obispo recursos y permiso para construir una escuela para instruir a los indios en oficios pertinentes para su clase social, así como para enseñarles el español y pudieran comprender la palabra de Dios. El Obispo vio con buenos ojos la propuesta de fray Juan de Montalvo y le permitió aquello. Le envió una carta al capitán Pedro de Alvarado, encargado de aquella parte del reino, comunicándole una orden: ayudar en la construcción de aquella escuela. El escribano al recibir y leer la carta montó en cólera y tergiversó la verdad. Con el diablo en la boca le dijo al capitán que el Obispo le ordenaba limpiar aquella zona de herejes y enemigos de la corona. El capitán, creyéndole, mandó quemar a los indios, a pesar de las protestas de fray Juan. Por esa mentira murió una comunidad de indios.
Ese infame episodio de la historia de la conquista repta desde ese olvido llamado Historia hasta nosotros para mostrarnos algo importante: La mentira puede ser un mecanismo de control, como algo que utilizamos para que la gente nos crea y así reivindicar nuestra visión del mundo.
Sin embargo, la mentira como tal no es mala. Todos mentimos, así, categóricamente puedo decirlo: todos mentimos. Sin matices ni enfrentamientos. Es imposible negarlo, ya que el mundo está creado a través de mentiras de cosas que no han sido probadas, de probabilidades, de historias, de chismes…en pocas palabras de ficciones. Todas las ficciones son mentiras. Y consumimos esas ficciones que disfrutamos ya sea en forma de libro, película, serie, telenovela, música, etc. Lo verdaderamente importante es cómo nos enfrentamos a ella y a su vez a la realidad filtrada por las mentiras.
El problema con la mentira no es que exista, es que comenzamos a tener problemas para discernirla. Ya no sabemos qué es real o qué puede ser real o qué no es real. Muchos dirán que es fácil este discernimiento, sin embargo, la forma en que leemos el mundo nos indica que no lo es.
Cuando estaba en secundaria salió el libro El Código Da Vinci, de Dan Brown. Recuerdo que fue un escándalo en la escuela católica a la que asistía. Hicieron junta de padres de familia, satanizaron el libro, dijeron que decía mentiras y a mí por el puro morbo de ver de qué trataba busqué leerlo, pero mi madre no me lo permitió. Era un libro malo que decía mentiras de la iglesia católica. Y claro que decía mentiras. Era un libro de ficción que aprovechaba tanto el secretismo de muchos rituales de la misma iglesia como las teorías conspirativas que había a causa de esos mismos secretos. En esa escuela no sabían leer las mentiras, mientras que el autor sí vio y explotó las grietas en la realidad.
Da miedo que sea tan fácil mentir y que la gente te crea. Da más miedo lo fácil que es que las mentiras suenen plausibles. Deben parecer verdad para ser convincentes y para hacerlo pegan medias verdades con mentiras. Digo pegan como si de un jarrón se tratara, como si las piezas cupieran en un espacio que no es el de ellas y por lo mismo pareciera que pertenecen al mismo jarrón, a la misma verdad. A veces ni siquiera se necesitan medias verdades para mentir, si no, como Dan Brown en su libro, explotar la conspiranoia de la gente, lo posible, lo secreto que sale a la luz. Y así lo creemos.
¿Cómo creemos que existe una sociedad de reptilianos bajo nuestros pies?, ¿de que hay un grupo de personas que pareciera que mueven los hilos de todas las personas del mundo, como si de muñecos de tela se tratarán?, ¿de que con la vacuna contra covid-19 nos implantarán un chip para controlarnos con las torres 5G? Creemos (y digo creemos como sociedad en general, aunque en lo individual no lo hagamos) porque en estas narrativas hay algo oculto que deja espacio para que exista algo más, aunque no lo alcancemos a ver. En su centro hay un discurso que se aprovecha de las grietas de la realidad. No es tanto la mentira, sino cómo se la presenta. Nosotros ya estamos predispuestos a ciertos textos y discursos cuyo orden nos indica su posible realidad. Por ejemplo, uno puede inventar un infame episodio de la conquista, retomar lo que sucedió en realidad, en las masacres y las causas de la conquista y crear la historia de una masacre en “nombre de Dios”, aunque en realidad haya sido por puro y vil desprecio, que ni siquiera avaricia. Y la creeríamos porque así nos han dicho que fue la conquista.