El día anterior al fallecimiento del escritor Carlos Fuentes, en esos ir y venir en los andadores de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, encontré y platiqué, brevemente ya que iban a sus clases, con dos estudiantes de la licenciatura en Ciencias políticas y administración pública –ambos trabajadores de medios radiofónicos de comunicación-; sus comentarios naturales fueron, por supuesto, sobre los candidatos presidenciales, particularmente, Enrique Peña Nieto, hasta hoy puntero en las preferencias de los electores.
Los estudiantes mostraron su inquietud sobre el candidato Peña recordando el incidente de la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara; les respondí, tratando de entender y comprender la circunstancia del candidato, explicando que, efectivamente, lo habían sorprendido con algo que no preparó, y, que, por lo tanto, podría ser tratado con menos dureza. Su reacción –fuerte- fue señalar que sí, en una circunstancia como esa, de imprevista, no supo manejarla, evidenciaba una notable carencia de habilidades intelectuales para enfrentar las constantes novedades que la vida de un país presenta cada día.
Al día siguiente, 15 de mayo, por la noche, después de que ya conocíamos la noticia de la muerte de Fuentes, y cuando los medios de comunicación hacían los recuerdos obligados, escuché la declaración que hizo sobre EPN, relativa al mismo incidente de Guadalajara, y recordé a los estudiantes; su expresión resumen -de que un político con esas características, refiriéndose a su ignorancia, no debe gobernar el país-, me llevó a la pregunta de si ¿EPN es, ya, inmune a cualquier cosa, y es inevitable su triunfo en la próxima elección presidencial?
Considero difícil responder la pregunta; primero, porque las evidencias de las encuestas, efectivamente, han mostrado permanentemente un Peña distante e inalcanzable de los otros candidatos.
Y, segundo, porque observo también, que los multiplicados bombardeos que le han hecho de todos lados, exceptuando al candidato Gabril Quadri, parecen ya no tocarlo ni influir en sus electores simpatizantes; este cuadro de Peña nos lleva a estudiar dos aspectos: uno es ¿cómo se construyó tal imagen de EPN, que resiste todo?, y, el otro ¿qué está sucediendo con esos electores, que hoy están siendo mayoría, para que las acusaciones, denuncias y señalamientos que se hacen a Peña –que tienen base de verdad-, tampoco tengan efecto en ellos, y no les hagan cambiar su preferencia?
¿Cómo abordar las respuestas? Recurro, como primer acercamiento, a la afirmación expresada por Peña en el debate pasado, dirigida al candidato Andrés Manuel López Obrador, de que “si la televisión hiciera presidentes, usted, Andrés Manuel, sería presidente”.
Tal afirmación, considero, se ha convertido, ahora, en una hipótesis que podrá ser confirmada por su mismo autor, EPN, en caso de que gane la elección presidencial; las múltiples explicaciones dadas por Peña –por ejemplo, en entrevista con la conductora de noticias de MVS, Carmen Aristegui, del pasado viernes 11 de mayo- y su equipo, me parece que confunden dos cosas, que, desde luego, tratan de aprovechar para justificarse: una es, que todo gobernante, en sí mismo, es noticia en los medios; y, la otra, que no todos los gobernantes utilizan la compra masiva de espacios en los medios para darse a conocer.
La imagen y la voz de Enrique Peña Nieto la hemos estado escuchando y viendo –de manera intensiva y excepcional- desde hace siete años; independientemente del correspondiente pago de facturas a los medios de comunicación, un efecto es, que la frecuencia con que vemos y escuchamos a EPN, fuera del territorio del Estado de México y del área conurbada de la Ciudad de México –elemento base para la justificación de Peña para usar estos medios que tienen alcance nacional-, fue suficiente para que todo el país conociera la persona del gobernador del Estado de México, y sus compromisos de gobierno.
Un segundo acercamiento a las respuestas, es la consideración de que la sobreexposición de Peña en los medios de comunicación llevó, claramente, el objetivo de presentar una figura carismática, atractiva y habilidosa en el arte de la política; de esta manera, el proceso comunicativo fue construyendo el mito EPN. El eje de su gobierno fueron los compromisos, estrategia que inició con su campaña de gobernador.
¿Por qué el mito? Porque fue una estrategia adecuada para un gobernante atractivo que tuvo una visión de largo alcance, que fue el insumo para la creación –mítica- de su figura, en donde ya no importan los contenidos sino sólo su figura; con todo el poder de un gobernador, con un plan transexenal, tuvo todo en sus manos para preparar el camino, y es aquí donde entra la compra masiva de espacios en los medios, de manera excesiva. En este punto es oportuno señalar que este plan y estrategia, no va contra la política ni contra sus reglas de operación, y que, al contrario, denotan una alta sagacidad, censurada, no obstante, por lo abusivo.
El tercer acercamiento es observar contenidos: el recurso de la mercadotecnia, en este caso política, nos lleva a considerar que un producto no garantiza su calidad por el hecho de ser intensivamente presentado en los medios de comunicación. La raíz de este punto es la lluvia de datos de las contradicciones mostradas por la persona y el mito Peña –que superan, con mucho, el señalamiento a Josefina Vázquez Mota de sus inasistencias (negadas) en la Cámara de Diputados-.
Finalmente, los electores simpatizantes de Peña, bajo las condiciones actuales, parecen ya no tomar en cuenta nada de lo que los contrincantes le cuestionen; el mito ya se construyó, con el apoyo de la televisión, y su efecto es la inmunidad del candidato. Sin embargo, la corriente iniciada por los jóvenes universitarios, como los de la Ibero, pueden impactar fuertemente al resto de los electores, causando un efecto de desmitificación –al tener a la vista lo que realmente implica Peña para el país, con las muchas falsedades exhibidas-, lo que traería, en caso de darse, una interesante novedad electoral.