Las paradojas estimulan al pensamiento, entretienen la mente, y nos exigen una respuesta o una actitud frente a ellas. También ponen en jaque al sentido común y nos muestran la fragilidad de la razón. Para Roy Sorensen, las hay introvertidas y extrovertidas, buenas o malas para presentarse a ellas mismas. También, en ocasiones, señalan un problema que debe enfrentarse, o apuntan a la debilidad de ciertas creencias o posiciones. Así, las paradojas involucran conflictos entre elementos que parecen poco problemáticos. En un sentido más técnico, una paradoja, pensaba Nicholas Rescher, es un conjunto de enunciados inconsistentes, cada uno de los cuales parece verdadero. Pero ¿a quién o a quiénes les parecen verdaderos dichos enunciados? Muchas paradojas se les presentan a personas cuya posición involucra creencias inconsistentes, lo que debería forzarlas a repensar y reevaluar su posición. Es el caso, pienso, de las y los relativistas actuales. Una manera –no la única, pero quizá de las más interesantes– de presentar al relativismo es mediante la tesis de la validez igual, que Paul Boghossian enuncia de la siguiente manera: hay muchas y radicalmente distintas formas, aunque igualmente válidas, de conocer el mundo, y la ciencia sólo es una de ellas. Así, no debería sorprendernos que el relativismo, cuando adopta esta forma, nos lleve al nihilismo científico: una posición que niega el valor que atribuimos a la ciencia al considerarla una forma paradigmática de obtener conocimiento. No obstante, el relativismo actual de dientes para afuera (y sus apelaciones a la tolerancia sin matices), como espero mostrar, es una posición dogmática, poco tolerante, y que presenta paradojas que deberían cuando menos inquietar a las mentes relativistas.
Una primera paradoja del relativismo fue detectada hace aproximadamente dos mil quinientos años en la Grecia antigua. Platón se enfrentó al relativismo de Protágoras, el sofista que creía que los seres humanos eran la medida de todas las cosas. En su diálogo Teeteto, Platón extrajo algunas consecuencias de la posición relativista que podían sonar absurdas para la mentalidad helena de su época: que somos igual que sabios que los dioses, que no lo somos más que los cerdos y los babuinos, que nadie es ignorante ni comete errores, y que no hay expertos en ninguna materia. Su conclusión es que el relativista cae en una paradoja que autorrefuta su posición: si Protágoras afirma que cualquier opinión es verdadera, de esto se sigue que considera que la opinión de que los seres humanos no son la medida de todas las cosas es verdadera, lo que haría que su posición fuese falsa. Así, el relativista se enfrenta al siguiente dilema: o el relativismo es verdadero y falso a la vez, o sostener una posición relativista está igualmente justificado que no sostenerla. La posición relativista, dada esta primera paradoja, se encuentra en una situación mucho peor, según Steven Hales: cuando Protágoras reconoce que la opinión de sus adversarios es verdadera, admite que la verdad no es relativa a los individuos, sino que es objetiva. Este razonamiento termina por refutar al propio relativismo.
La suerte del razonamiento platónico hizo un profundo eco en la historia del pensamiento: el relativismo les pareció a muchas personas una posición indefendible. No obstante, mentalidades relativistas resurgieron, tratando de enfrentar la paradoja con nuevos argumentos y nuevas distinciones. A pesar de ello, el relativismo fue una posición marginal durante muchos siglos. Ahora hay posiciones relativistas académicas mucho más sofisticadas, como la de John MacFarlane. Pero no sucede lo mismo con el relativismo facilón de dientes para afuera: este clima relativista se parece haber asentado en nuestra sociedad y, paradójicamente, es el fundamento del nuevo puritanismo.
En lo que sigue quiero concentrarme en otra paradoja del relativismo, una que hace eco de un elemento que se presentaba en la paradoja original: a las y los relativistas le parece incuestionable su posición, y consideran que es el único antídoto contra el dogmatismo que ha hecho tanto mal a nuestras sociedades. Es el caso, por ejemplo, de Richard Rorty, para quien haríamos bien en deshacernos de la verdad y adoptar una posición relativista que él piensa estimularía nuestra imaginación moral y nuestra solidaridad. Pero las cosas no son tan sencillas. Para nuestras y nuestros relativistas, el relativismo opera en su sistema de creencias como un dogma. Todo vale lo mismo, siempre y cuando adoptes su posición, la cual no está abierta a la crítica. Para este relativismo contemporáneo importa más la autenticidad que la verdad, por lo que aplauden a quienes expresan lo que piensan sin un filtro crítico que considere la evidencia disponible. La era de la posverdad, en ese sentido, es una de relativismo dogmático (un oxímoron que muestra lo paradójico de su posición). Para este relativismo tampoco existe una diferencia entre creer algo y que algo sea verdad. En este sentido promueve, más que la solidaridad, el egocentrismo narcisista. No importa si lo que dices está justificado, pues lo que interesa es que eres tú quién lo piensa. Así, este relativismo no lleva a la tolerancia pronosticada, sino al dogmatismo puritano que reniega de la verdad y la objetividad. En este sentido resulta arrogante y no humilde. Por el contrario, las y los objetivistas, que tienen un respeto especial por la verdad, resultan más tolerantes: saben que el valor de sus creencias no depende de su autenticidad, sino de cómo es en verdad el mundo. Para Michael Lynch, a diferencia de los relativistas, los objetivistas son humildes. La humildad estaría caracterizada por nuestra deferencia ante la verdad: que algo sea verdadero es independiente de nuestros estados psicológicos. También lo estaría por el reconocimiento de nuestra falibilidad: podemos estar equivocados y no lo sabemos todo. Por último, lo estaría por nuestra disposición, dada nuestra falibilidad, a cambiar nuestro punto de vista ante mejores razones y nueva evidencia.
Pienso que esta es la paradoja más representativa de nuestro tiempo: las y los relativistas deberían ser las personas más tolerantes de la sociedad; no obstante, son las más dogmáticas con respecto a su propio relativismo. Por el contrario, las y los objetivistas deberían ser mucho menos tolerantes; no obstante, son más tolerantes, pues le tienen deferencia a la verdad.