-¿Cuál es tu apellido materno? -No sé, -me contesta Oscar. Tiene 18 años. Viste pantalón de mezclilla con pechera, leontina de fierro sin reloj, cachucha con la visera hacia atrás y patillas hasta la mandíbula, que de lejos se ven pintadas y de cerca, se miran cabello largo y real untado a la piel con gel. Forma parte de una familia que encabezan José Ángel Rodríguez Rodríguez y su esposa Mela, con ocho hijos, uno casado, así que viven nueve en una modestísima casa en algo que se llama Cumbres III,
Desde hace varios años, mi familia y yo somos Misioneros. Íbamos a la hacienda de Chinampas y después a colonias en esta ciudad. Pero nos mataron a nuestro jefe. El día 2 de julio hace un año. Unos plagiarios lo persiguieron y balearon al resistirse al secuestro. Herido, condujo unos metros hasta chocar con un poste a la puerta trasera de mi casa. Desde la recámara alcancé a verlo ya muerto, junto al volante. Se llamó Gerardo Medrano Ibarra, su deceso fue de los más sentidos en la ciudad y las autoridades no han detenido a sus asesinos.
Continuamos lo que el nos enseñó y comenzamos a ir a Cumbres III. Llevamos un mensaje de aliento y el apoyo material que podemos, nada más, pero nada menos. Se llega según se toma la ancha avenida Aguascalientes Norte, hasta su crucero que indica camino a la Colonia Progreso, por Boulevard Guadalupano. Se pasa el tercer anillo y el camino, todavía pavimentado, comienza a angostarse. A lo lejos se ven “Los Pericos”, eso que Susanita Rodríguez llamó “la otra ciudad”. Un letrero indica “José Ma. Morelos 10”. Ahí se toma al noreste, comienza el camino de terracería, de polvo vil, diría yo. Se sube una cuesta, luego se da a la derecha, luego a la izquierda e inicia el emporio de la pobreza.
Son casitas de ladrillo, porque ahí cerca hay ladrilleras de las que los pobladores toman el tabique cuando les dan trabajo, días sí, días no. El pasado domingo, cuando llegábamos, un nuevo vecino se asentaba, se llama Javier Macías. – ¿En qué trabaja?-, le pregunté. – En nada;–contestó. En su casa sin techo se apilan las más diversas chucherías. – ¿Para qué son?,- inquiero. –Para vendérselos a los ladrilleros;-responde.
A nuestro visitado, José Ángel, quien tiene cinco años de ser vecino del lugar, proveniente de Ojocaliente, Zaca ¿qué?, le conseguimos trabajo en la Feria, en el aseo público. Sólo una semana trabajó, ya sabemos. Mientras, rumia su miseria con entereza. El año pasado criaba una marrana, estaba bien gorda, la iba a vender, pero una hija decidió casarse y el optó por sacrificarla por unas carnitas para la fiesta, que se hizo, pero la boda no; el dueño del Registro Civil, un señor Ornelas, panista de hueso azul, no lo permitió; al final dijo que los papeles no estaban bien, que había un homónimo con el novio y tardaba mucho aclarar eso, y que no y que no.
José Ángel nunca está triste, ni porque no tienen agua, que cada mes va una pipa a surtirles, ni servicios de ningún tipo; eso si, aquí entre nos, se roba la luz con un cable de 300 metros, pos qué le va a hacer. Tiene cuatro jaulas con unos gorriones, unas calandrias y un zenzontle y se sientan a comer en el patio, desde donde se ven los huizaches, sobre un refrigerador desvencijado acostado sobre el piso, que sirve de mesa. Ahí construyó una recámara y otra más, recientemente. Los domingos, que es cuando vamos, nos sentamos en sus cuatro camas, sobre maderas y ladrillos en lugar de patas. Vemos el fut un rato en una tv que amenaza con pasar por sus últimos días. Su perro, “el jolino”, nos ladra, unas veces si, otras no, mientras se cuecen los frijoles sobre un brasero en el patio; a veces hay tortillas. Se me antojan, pero me retorcería el estómago de probarlos, siendo tan pocos. De por sí se me retuerce al ver que tantos tienen tan poco, y nosotros tanto, y eso que no somos ricos que son tan pobres que lo único que tienen es dinero, dicen.
Es el distrito 03. Según se llega a la casa de José Ángel, solo se ve propaganda de Vallín, el del PRI. De nadie mas, nada.
*Ha sido servidor público 38 años y es Notario. [email protected]