Hoy se cumplen 15 años, tres lustros, del artero asesinato perpetrado en la persona del candidato a la Presidencia de la República por el PRI, Luis Donaldo Colosio Murrieta. Me precio de haberlo conocido y de haberme sentido su amigo y por ello, y las cualidades de Colosio, que iban a beneficiar a México, me dolió su muerte.
Lo conocí a través del hoy ginecólogo Alberto Donadieu, mi compañero de estudios de preparatoria en Guadalajara y quien también era oriundo de Magdalena, Sonora, como Donaldo. Este, allá, y yo aquí, en la X.E.R.O., nos iniciamos en los medios como locutores aficionados de radio. Llegué a estar varias veces con él, siempre amable, invariablemente me preguntaba por su amigo “el Alberto” Otto, mi hermano, llegó a presentarme hasta en tres ocasiones a Luis Donaldo, olvidando que éramos viejos conocidos.
El propio Otto, siendo gobernador del estado, me llamó a mi notaría aquella tarde del miércoles 23 de marzo de 1994, como a las 7 y cuarto de la tarde, cuando en Tijuana eran dos horas menos. Luego de saludarnos me dijo: -¿Ya te enteraste? -Sí, le contesté. –Vente; me pidió-ordenó. Volando llegué a Palacio y entré en su despacho.
Las caras eran muy largas y el doctor Francisco Esparza Parada, director del ISEA, con los datos disponibles proporcionados por los medios, comenzaba a hacer una reconstrucción imaginaria de las heridas propinadas con arma de fuego a Colosio en la cabeza y el abdomen. Otto le pidió un diagnóstico ante la azorada cara de Fernando Palomino, y del ecuánime Jesús Orozco, secretario de Gobierno, también presentes. El Dr. Esparza pronosticó que la herida en el cerebro era mortal, pero que si salvaba la vida, el candidato del PRI permanecería en un estado vegetativo con secuelas graves, Otto le pidió la opinión de otro galeno, por lo que el Dr. Esparza llamó al Dr. Luis Manuel Franco Gutiérrez, neurocirujano del Hospital Hidalgo quien llegó a la brevedad, y enterado del tema, expuso un diagnóstico similar al del Director del ISEA.
La tristeza nos invadía y Talina Fernández, a troche moche continuaba por el canal 2 con su crónica de los acontecimientos desde el hospital general de Tijuana, donde había sido llevado el herido, y con su celular pretendía, imprudente, aunque alentada por Zavludovsky, entrevistar a Diana Laura Riojas, la esposa de Donaldo, quien por supuesto no tenía más ánimo que su serenidad. Poco más tarde la comentarista relató, asimismo, el ingreso al nosocomio de nuestro paisano, Emilio Berlié, obispo de Tijuana, quien, luego se supo, administró los santos óleos al político.
Más tarde, como a las 10 de la noche, el momento llegó, y en la escena televisiva, montado arriba de una mesa, el jefe de prensa de la campaña, Liébano Sáenz, con voz ronca y con temple, anunció a una turba de periodistas ahí reunida que “el candidato del Partido Revolucionario a la Presidencia de la República, señor licenciado Luis Donaldo Colosio Murrieta, acaba de fallecer”. Lo recuerdo textualmente.
Cada uno de los que lo oímos, recibimos nuestro balazo mental, guardamos unos momentos de reflexión y comenzamos a hacer el análisis de la situación, provocados por la invitación que al efecto nos hacía mi hermano.
Yo opiné que su deber, era llamar al señor presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari, y ponerse a sus órdenes ante una eventual crisis que sufriera el país por un acontecimiento que podía cimbrarnos política, social y económicamente. Y ponerse a las órdenes era eso, dejar en manos del Ejecutivo Federal su destino personal para mejor servicio de México. A los cinco minutos, Otto dejó su sillón y, sólo, pasó a su despacho secundario, atrás del principal, donde estaba la red presidencial, regresando como a los diez minutos y comentándonos que había hablado con el presidente a quien notó consternado pero entero y que, como despedida le había dicho: -Yo te aviso-, relató Otto.
Como colofón, Otto me platicó días después que se había entrevistado en México con el lic. Salinas y que éste le pidió su opinión acerca de la persona que debía sustituir a Colosio, pronunciándose, como otros lo hicieron, a favor del Dr. Ernesto Zedillo quien, también a los días, llamó a Otto, al que le decía “jefe” para hacerse sabedor de su pronunciamiento y darle las gracias por él. Esta actitud de mi consanguíneo, con Salinas y Zedillo, me parece, ayudó a que Aguascalientes siguiera contando con el apoyo presidencial más allá de los parámetros decretados por ley.
Desde entonces, mucha tinta, papel y ondas hertzianas se han gastado y propalado para dilucidar si el asesino de Colosio actuó solo o en complot.
Personalmente creo en la teoría del asesino solitario, luego de la intervención como de siete fiscales especiales, algunos de prestigio, que coincidieron, todos, en la teoría, aún el malhadado Chapa Bezanilla quien habló, sin pruebas, de un segundo tirador, y creo en la teoría del solitario porque no se ha conocido desde entonces, nada que relacione al asesino Mario Aburto, michoacano con 23 años, con una red de cómplices, ni tampoco se ha descubierto que él o sus familiares se hubiesen beneficiado económicamente con el hecho. Es de reconocerse que la investigación criminalística del asesinato estuvo plagada de irregularidades, devenidas de falta de profesionalismo de los intervinientes y de la envergadura del caso.
Antes de ser asesinado, el candidato había pronunciado el 6 de marzo un discurso muy importante, en el que hacía reivindicaciones que varios interpretaron como una oposición al régimen en turno, y por ende, proveniente del mismo la “mano negra” que había cegado la vida de Colosio, lo que me parece una elucubración o divagación poco realista.
Dijo Colosio: “veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales.”
Y muy a pesar nuestro, ese México, no ha desaparecido.