uando el pasado miércoles vi publicada en La Jornada Aguascalientes dos desplegados, uno de condolencia por la muerte de don Jesús Gómez Medina, hombre respetado en nuestra sociedad y además gran cronista taurino, a cuyo hijo Jesús presento mi pésame; y por otra parte la convocatoria del Foro Cultural La Musa, a ¡Ver la Ópera!, mediante un taller para la apreciación de la puesta operística en escena, recordé por ello a su máximo intérprete en mi tiempo; el gran Luciano Pavarotti. Igual memoria hice de los cinco conciertos, con partes operísticas, que está ofreciendo en estos días, los viernes, nuestra orquesta sinfónica, bajo nueva concha acústica en el teatro de la ciudad, muy recomendable.
Conocí al “rey del do agudo”, el 22 de abril de 1997, martes, en la penúltima vez que vino a México. No fue fácil hacerlo. Recurrí a mi amigo Rogelio Ramírez Soto, hoy día segundo de a bordo de la diputada Lorena Martínez Rodríguez y por ende con un futuro promisorio, quien laboraba en la representación del gobierno estatal en el D.F., remitiéndole el importe de dos boletos para su compra, de mil que se pondrían a la venta en las taquillas del Palacio de Bellas Artes, para el concierto que ofrecería el singular tenor.
El gestor enviado se quedó a la mitad de la cola cuando colocaron el cartel de localidades agotadas. Ya existía en ese entonces lo que algún crítico denominó Pavarotti Pandemonium, creado por la naturaleza directa y cautivante, sorprendente voz y extraordinaria presencia de Luciano Pavarotti.
Aficionado a la ópera, entre los más ignorantes, no cejé en mi empeño y, con autorización de mi hermano menor, su amigo, ese mismo día llamé a la secretaria del señor Slim, patrono del evento, quien previamente llevaría a Pavarotti a cantar en Chichén Itzá. Le platiqué mis vicisitudes y le pedí intercediera para que pudiese adquirir con mi peculio dos localidades, habida cuenta que Telmex se había reservado otros mil boletos para obsequiar entre sus amistades.
Lo mismo hice con el doctor Gerardo Estrada, director del INBA.
En ambas instancias quedaron en resolverme. Resolución que llegó más de dos meses después y unos tres días antes del concierto, remitiéndome de las dos oficinas –¡Oh fortuna¡- dos boletos cada una.
Con mi señora recién parida de dos simpáticas gemelas, partimos a la ciudad de los palazos –otrora de los palacios- donde nos encontramos con mis hijos mayores y en familia accedimos al máximo templo del arte, donde Luciano introduciría un ingrediente excepcional a su recital: cantar sin micrófono.
El hombre que hace poco, el seis de septiembre antepasado, acaba de sucumbir al cáncer de páncreas, que preparaba su pasta, aficionado al arroz arbóreo y al ajo, y con fobia por los aviones (como Juan Gabriel, toda proporción guardada), nos deleitó aquella noche con fragmentos de grandes obras como, entre otras, el Va pensiero de “Nabucco” de Verdi, ¡Ah! la paterna mano… , de “Macbeth” de Verdi, la Recondita armonía de “Tosca” de Puccini, el Addio alla Madre de “Cavallería Rusticana” de Mascagni, el Viene o guerriero vindice de “Aida” de Verdi, “Mattinata” de Leoncavallo y mis favoritas Vesti la giuba de “I Pagliacci” también de Leoncavallo y “Non ti scordar di me” de Curtis, más un Bis que me parece fue “Torna a Sorrento”.
Excitados por aquel gozo de los sentidos, concluida la audición, pasamos al foyer del teatro donde se sirvió un ambigú con foie gras, langosta, camarón y champagne Moet & Chandon en abundancia, mismo que me motivó a darle las gracias al hoy hombre más rico del mundo, sencillo él, como son los ricos de a de veras, Carlos Slim, cuando, solo, quedó en el descanso de unas de las escalinatas del vestíbulo. Le abordé (era la segunda vez que lo saludaba, la primera fue aquí) dándole oficiosamente los saludos de mi hermano, con mi agradecimiento, y entrados en el tema del tenor me dijo que había sido un privilegio haber traído a México al hijo de Modena, Italia.
Lástima que, en la cual habría sido su última visita programada a nuestro país, en junio de 2005 a Monterrey, nos quedamos con el gusto de oír a Pavarotti de nuevo, porque su salud comenzaba a declinar, y no asistió como parte del concierto “Los Tres Tenores”, agrupación nacida en 1990 en las Termas de Caracalla, en Roma, (donde escuché Madame Butterfly en 1971) con la intervención de Pavarotti, José Carreras y Plácido Domingo, a propósito de la realización ahí del mundial de fútbol, y, a cambio, desde mi butaca (vil silla metálica de Corona) fila D 39, oímos, que no escuchamos (por el desorden), solo a dos tenores -Plácido y Carreras- y un potrillo (Alejandro Fernández), en un malhadado espectáculo que hizo, cuando menos a uno de los regios decir que Monterrey es un pueblote. n