La muerte es cuando empezamos a morir, la muerte es el proceso de sentir que inevitablemente nos lleva una ola hacia la otra orilla, incluso podemos tener varias muertes. Después ya no es la muerte, es la nada, es la ausencia, el olvido, el tránsito, la política de las ánimas, la transmutación o la otra vida. Hay muertos que fingen vivir y vivos que están más muertos que la Ley Federal del Trabajo. Morir es la forma más decorosa de vivir con el salario mínimo, tan vivo y tan minúsculo que no puede crecer, reproducirse o alimentar a otro ser vivo.
En Aguascalientes pronto confundimos el sentido de la muerte entre
las celebraciones rituales que ya han sido una costumbre donde se
revuelve el dolor de la pérdida de los cuerpos, la espera de la
resurrección (no mucho, porque eso implicará someternos a un juicio
final y estricto control de calidad moral y aquí la moral es como decía
el latifundista, rico, cabrón, cacique y muerto don Gonzalo N. Santos:
“La moral es un árbol de moras o es pura chingada”). Para nosotros,
contrariamente a la celebración del día de muertos, la misma muerte no
es una pérdida espiritual sino carnal, corpórea, es la suspensión
biológica y el inicio de la putrefacción agusanada. El desprendimiento
corpóreo es doloroso y subyugante, definitivo pero recuperable, es
pérdida de un cuerpo, su separación física. Nadie celebra, nadie ríe,
nadie ayuda a las almas a iluminar el túnel hacia ultratumba, ni apoya
con un sabroso itacate para el camino al más allá, sólo es llanto y
sentido de una nueva ausencia y vacío en el corazón y la panza, un
hecho irreparable, catastrófico, imborrable, único. El dolor es
personal, pero se gusta compartirlo, tal vez para aligerarlo un poco o
para llorar socialmente y recibir los afectos de parientes y amigos,
quien sabe si también para recibir un rico apretón de vez en vez.
La seguridad social es ahora una máquina que mide y sopesa la
muerte, la disecciona y la traduce a un cálculo de costo-beneficio. Si
una persona ya no está en edad del jugo laboral, tiene muchos años, no
genera riqueza material a la sociedad, tiene un mal terminal, pocas
expectativas de vida y nula cotización al erario público, entonces
según el tabulador ya no habrá que invertirle mucho en su tratamiento
médico. En todo caso, habrá que formar el cuerpo en la banda sin fin
que lleva a la muerte por cansancio, inanición social, olvido y
desprecio de las políticas públicas que nadie eligió.
Podemos decir que la seguridad social es un trámite para morir,
engorroso como cualquier asunto burocrático, fastidioso como la agonía
del servicio público, tan mortal como ir al ISSSTE o al IMSS. Le
prestarán a usted y a mí un cuarto del hospital y un retrete de
plástico con olor a camión nuevo, tendrá que poner a un familiar de
enfermero que nos limpie las babas y la mierda, es obvio que le
encargarán que compre medicina cara que ahí no disponen, cada día
pasará la muerte disfrazada de médico que observará el goteo del suero
y anotará en su bitácora “A este cabrón de la cama 8 poco le falta para
morir. Seguiremos dándole suero de sal y glucosa a la putrefacción que
trae por dentro”. Si algún pariente habla con el subdirector médico,
tal vez conseguirá que se lleven al anciano pedorro y moribundo de la
cama 9 a otra habitación.
Para el imperante catolicismo local, la muerte es una masa ambigua y
confusa, inasible, temida, no deseada pero requerida. El discurso
preferido será la resurrección de Lázaro, sólo hay que anteponer
siempre la fe, la creencia, la confianza salvadora, revivir para volver
a morir, ahora sí para esperar la ominosa balanza que mide el bien y el
mal, las virtudes y los defectos, las obras y las sobras, incluso los
intangibles malos pensamientos serán pesados por la justicia divina,
seguro porque son más evidentes y tienden a abultarse en la mirada, en
los genitales o en las manos. La religión católica cada vez atina menos
cómo aderezar esa mezcla de dioses romanos convertidos en santos, el
paganismo resultado de tantos años de sincretismo, el comercio de la
muerte y el puro hedonismo de los días de guardar/fiesta que nos traen
las olas agringadas del plástico y del Halloween.
En Aguascalientes nadie se ríe de la muerte. Ni siquiera los
bufones de la política se ríen de ella, como los leoninos contratos de
trabajo, ni los diputados que votaron a favor de su propia voluntad y
beneficio aun en contra del mandato de los electores, tampoco esta
iglesia más apegada a los rituales y celebraciones que a la
interiorización de la fe. Ninguno de la jerarquía burocrática del
Estado o de los siempre vivillos poderes fácticos quiere convivir un
rato con la muerte, prefieren el arrullo del presupuesto y las melodías
de la ganancia; los habitantes de Aguascalientes preferimos el
hedonismo a la gringa, el ruido, la pachanga, el ocio sabroso, un trago
de tequila que atraviese como sable al cuerpo moribundo y cada uno de
los sentidos, una calabaza que se emborracha con un hidrocálido pintado
de calavera, lo que sea para olvidarnos de que cada día morimos un
poco, como la democracia aquí.