Los informes de gobierno se han perdido en la paja conformada por el enrarecimiento político y las tácticas de tírenle al mono, los festivales de carnaval que incluyen algún brindis petit comité para festejar no sé qué y el cínico cumplimiento del artículo 69 constitucional. Es curioso como la carta que emite el Ejecutivo Federal al Congreso sólo se apoye en el mandamiento legal y no desprenda una razón de Estado o la voluntad gubernamental de expresar, difundir y someter a la consideración del Congreso y de la sociedad –porque el primero ya no representa a la segunda- las principales acciones que ha emprendido en el marco de sus funciones y atención a las necesidades sociales.
Como contenido, constitucionalmente sólo se establece la obligación del Ejecutivo para dar cuenta del estado de la administración pública, por lo que el Legislativo y el Judicial quedan fuera de la responsabilidad de darse una batida con los horrores de la opinión pública, los medios, los demás poderes y Paty Chapoy. Es curioso que este antiquísimo procedimiento ritual no haya sido modificado en su visión para dar paso a procesos de mayor transparencia y rendición de cuentas de los tres poderes de gobierno; tampoco en la concepción de que se trata de un informe sobre el estado de la administración pública, cuando los elementos de referencia para entender dónde estamos es conocer la situación general del país y sus necesidades más ingentes, con las acciones gubernamentales para atender las necesidades en un marco de planeación y el resultado de ese choque agotador entre necesidades y acciones gubernamentales. Este es el saldo que interesa conocer, junto con las explicaciones que acompañaron a la toma de decisiones y la previsión de futuros comportamientos del Ejecutivo a través de sus instituciones.
Los gobiernos federal, estatales y municipales tienen bien medido el ritual de los informes: saben que estarán un rato en la mira de los medios –particularmente de la televisión para quien será un asunto de rating y nota politiroja del espectáculo político-; saben también que serán sometidos a la revisión morbosa pública, que serán observados durante un breve periodo y posiblemente recibirán las críticas más ácidas imaginables; es también una oportunidad para el lucimiento personal o la adhesión política por el sistema automático transferidor de poder por contacto o la cercanía física, así que los candidateables procuran ser vistos por figuras que tengan fuerza de gravedad política; un informe de gobierno es también una oportunidad ineludible para cajetearla o arrancar admiración y aplausos a punta de frases ingeniosas, mismas que pudieran contabilizarse como simpatías echadas al bolsillo del capital político. Tal vez sea un momento amargo, independientemente de los resultados de la acción gubernamental porque el descrédito es un valor histórico ganado por las instituciones, pero saben que pasará, algo así como un parto, una sacada de muela, una inyección de agua puerca o una circuncisión a mordidas; será doloroso, muy doloroso, pero pasará y con el tiempo la desmemoria colectiva empezará a hacer lo suyo, se formará una costra de olvido y pronto o tarde terminará por caerse, seguirá el remanso y la calma chicha, el olvido, el silencio, la nada.
El sentido constructivo de un informe de gobierno debiera ser, no un recuento de las actividades de gobierno, sino un diagnóstico del país y los resultados de la intervención de las políticas públicas. ¿Para qué diablos queremos saber cuántos millones de pesos se gastaron en las programas de abatimiento de la pobreza? En todo caso, cuáles son los logros del quehacer gubernamental en esa materia ya que queremos evaluar la efectividad de las decisiones responsabilidad del Ejecutivo y las razones para favorecer ciertas decisiones y dejar otras.
Otro asunto será revisar la masa del texto y los laberintos entre las letras, los contenidos y los sentidos, tal vez dudar de la veracidad como método para hacer una lectura activa del texto sin espíritu fregativo casualmente siempre presente. Se antoja tomar textos como “Estas medidas han buscado promover el desarrollo económico y social en armonía con la conservación del capital natural del país,…” La neta, no interesa si las medidas buscan o no buscan –como si se trata de entes con voluntad propia- sino, simplemente qué se ha logrado. O bien, en el rubro de superación de la pobreza, dicho con eufemismo, el informe debiera hacer énfasis sobre la agudización de la problemática en vez de presentar el incremento de la participación del gasto federal para esta vertiente de política pública.
No es digno esperar que un informe sea un parteaguas para evaluar el desempeño de un gobierno, tampoco que se simule con las cifras y la teleraña discursiva. Siempre será mejor alcanzar a ver el gusano completo en la manzana y no medio gusano descubierto en la mordida.