El movimiento por anular el voto en las próximas elecciones ha despertado suspicacias y resistencias, sobre todo de los partidos políticos e instituciones electorales. El voto nulo no está dirigido a dinamitar el sistema de partidos ni la democracia que los tiene como sus pilares institucionales; lo que cuestiona es legitimidad de algunas de sus acciones en varios sentidos: 1) La falta de representatividad de los partidos políticos con relación a la población que dicen corresponder, pues han abierto un abismo entre sus intereses y las necesidades sociales, de forma tal que ahora las organizaciones partidarias se representan incestuosamente a sí mismas y fingen abanderar otras voluntades; 2) La falta de eficiencia partidista al mostrarse incapaces de establecer acuerdos entre sí para llevar a cabo proyectos y programas de interés nacional. Asimismo, su evidente incapacidad para mejorar la calidad del gasto electoral, tanto del que ejercen directamente como del que deciden en el congreso, 3) El desaseo con que realizan sus procesos de selección interna para erigir a candidatos más vinculados con los intereses grupales, las clientelas, los grupos familiares, que con posturas ideológicas o programáticas y 4) La falta de eficacia al desatinar en la formulación de planes y programas, en su torpeza para acordar las políticas públicas
Aunque algunas posturas han planteado la destrucción del sistema de partidos, pero en lo general se acepta que se trata de instituciones de interés público necesarias para organizar la accesión al poder y el andamiaje operativo para la conducción gubernamental, pero no nos chupamos el dedo hasta el codo creyendo que son instituciones intocables, únicas y que no cabe el rechazo. El voto nulo no es fruto de una conspiración fraguada en los rincones ocultos del averno ni derivada de propósitos indecibles –aunque segundas intenciones no faltan- tampoco pretende ser un ejercicio permanente, único ni universal, sino una opción más entre las posibles respuestas ciudadanas.
El voto nulo tiene entre sus objetivos demostrar la incredulidad, la desilusión, el rechazo y la indignación sobre el comportamiento partidario, esperando que las organizaciones partidistas reaccionen e incorporen las preocupaciones civiles como suyas, que alimenten su quehacer democrático, que incentiven las conductas éticas, que revisen sus campañas, que moderen sus gastos, que acoten su corrupción, que serenen sus insultos, que reduzcan su cinismo, que dignifiquen sus propósitos. El voto nulo pretende terminar con la orgía perpetua en que viven los partidos con los recursos públicos y los bienes sociales, malgastando la savia de la democracia.
Mientras tanto, el voto nulo no es un movimiento integrado ni completamente organizado, sino un esfuerzo civil por gritarle en la cara a los partidos el hartazgo de su inoperancia y la necesidad de que reaccionen a favor de la democracia y el bienestar. Seguramente al movimiento del voto nulo se faltan banderas que dirijan la participación, tales como la revisión de la legislación electoral, la revisión de los cargos plurinominales que no representan a ciudadanos sino a los propios partidos, la participación de las candidaturas ciudadanas, la revocación de mandato, la auditoría social, entre otras, pero la falta de convergencia y conformación de planteamientos únicos no reduce la necesidad de jalarle la silla a los partidos.
La perversidad de la votación domesticada y entubada hacia uno u otro partido reduce la capacidad democrática civil para manifestar la voluntad libre ante las opciones electorales. El voto es un acto inmerso en un ejercicio de la libertad individual, la dignidad y expresión legal del ciudadano. Todas las decisiones conllevan riesgos, un voto nulo es cancelar la opción de que sea contabilizado para las decidir por algún partido, pero el IFE debe ser lo suficientemente inteligente para informar sobre el comportamiento total de la voluntad ciudadana y debe ser respetada por autoridades y partidos como una expresión legal, legítima y dolorosa que busca desesperadamente a manotazos el desarrollo democrático.
Corresponde a los partidos proponer, decidir, decir, actuar, promover, informar, convencer, para ganar lo que no han podido lograr con estridencias y bravuconadas, con corruptelas e ineficiencia; a los ciudadanos nos toca dialogar, proponer, apoyar, participar, pero los partidos necesitan llevar una piel permeable y sensible que pueda incorporar las expresiones de los movimientos ciudadanos. Los partidos son los principales provocadores del voto nulo pero pueden hacer de ello un voto útil.
El movimiento del voto nulo no busca establecer un nuevo parámetro para manifestarse en las urnas, sino invitar a informarse, a la comparación, al apoyo crítico, a la discusión y a diferenciar de manera consciente y exigente, a percibir cuando los partidos hayan cambiado y favorecerlos. No se trata de un voto acrítico y perverso, de un voto inútil, sino de un gesto de náuseas cuando el menú no corresponda al apetito democrático.
El voto nulo no termina en el voto nulo, pues tiene como principio dejar constancia de una decisión que no alimenta a ningún partido, sino a un compromiso activo para realizar un esfuerzo conjunto y establecer una red de participación, credibilidad, confianza y optimismo por un presente y un futuro basados en el diálogo, en la sinergia de las fuerzas plurales y en un férreo control social de sus instituciones. Es una oportunidad para los propios partidos: los golpes hacen añicos al barro, pero templan al acero.