Los imperdonables del western - LJA Aguascalientes
17/11/2024

Nos esforzamos en vano en reducir el western a uno cualquiera de sus componentes manifiestos. Los mismos elementos pueden encontrarse en otra parte, pero nunca los privilegios a los que parece que estén ligados. Es necesario que el western sea otra cosa que su forma. Los atributos formales que se reconocen ordinariamente en un western no son otra cosa que los signos o los símbolos de una realidad profunda que es el mito.

André Bazin

 

Western no es sólo el nombre de un género cinematográfico, sino también la expresión de un modelo vital. Y aunque explicar el término es una tarea casi imposible, todo el mundo sabe a qué se refiere.

Hilario J. Rodríguez

 

El reto ha sido lanzado, me invitan a elegir los cinco westerns que un cinéfilo no se debe perder. Me niego por lo arbitrario y caprichoso de dichas clasificaciones. Vuelven a la carga, una y otra vez. Como la caballería no llega a mi rescate y, ante la perentoria amenaza de retirarme hasta el saludo, desenfundo mi laptop y comienzo los disparos (léase aporrear el teclado), con una variante, en lugar de películas, trataré sobre cinco directores fundamentales en el desarrollo del western, que iniciaron su carrera en la etapa muda o al principio del sonoro, y que son claves para entender la renovación del género en su periodo de mayor fecundidad –los años cincuenta del siglo pasado–, cuando una nueva generación de cineastas, aborda con gran ímpetu el western para reflexionar sobre el mismo, sobre las bases del llamado clásico y, en particular, sobre el uso de la violencia en él.

 

John Ford


Hablar del western sin conocer uno sólo de los realizados por John Ford es ignorar el principio de la epopeya y la leyenda de los espacios abiertos y la cotidianidad de los hombres de la frontera. En su obra está toda la génesis de La Ilíada y La Odisea westerniana: es el Homero del género y uno de los cinco imprescindibles, grandes directores del cine norteamericano en aparecer en cualquier lista que se elabore al respecto, sino es que el primer lugar.

Inició su carrera en 1917 con el western The tornado, de dos bobinas, y su penúltima película fue El ocaso de los cheyenes (1964). En su filmografía de poco más de 140 filmes, cerca de la mitad son westerns, quince en la etapa sonora, los cuales, por obvias razones son los más conocidos, y Más corazón que odio (The searchers, 1956) tiene la reputación de ser el mejor en la historia del género, cuya visión corrobora por qué Ford es un poeta de la imagen, preocupado por captar la esencia y transmitirla con gran economía en los emplazamientos, pero haciendo decir mucho a sus personajes, sin necesidad de interminables diálogos, simplemente captando rostros, gestos que transmiten emociones. La revisión, ahora posible en dvd, de El caballo de hierro, realizada en 1925, en su etapa muda, nos confirma que su maestría ya estaba allí.

 

Howard Hawks

El lugar común es señalar que, o gusta uno de Ford o de Hawks, pero nunca de los dos; sin embargo, para mí siempre han coexistido como mis dos grandes favoritos. Aunque Hawks inició su carrera en 1926 y es posible encontrar obras maestras suyas en casi todos los géneros del cine norteamericano, sería hasta 1948 con Río Rojo que pondría su nombre en letras de oro, en ese canto a la crónica del rutinario trabajo del traslado de ganado, que vendría a ratificar o poner en mayor altura con su Río Bravo (1959), esa especie de western urbano, realizado como una respuesta a A la hora señalada (High Noon, 1952) a partir de que el sheriff se sabe un profesional y como tal no debe de buscar a otros para cumplir su deber. El clasicismo de Hawks nos dice mucho en cuanto a que considera al western como algo propio del cine y por ello no le interesa la realidad histórica de la conquista del oeste para elaborar sus historias; parte de la leyenda para enriquecer el mito.

 

Raoul Walsh

Más que los temas de los westerns de Raoul Walsh que abarcan la venganza, el individualismo, la gesta de los primeros colonos, en fin, la aventura misma, lo que sigue impresionando es su gran capacidad para manejar el espacio cinematográfico en que se desarrolla la historia. Quién vea Garras de ambición (The tall men, 1955) puede asombrarse con el manejo virtuoso del cinemascope y el uso del color; pero si se toma uno la molestia de visionar La gran jornada (The big trail, 1930) o Murieron con las botas puestas (They died with their boots on, 1942) puede comprobar que el uso brillante de la panorámica para las escenas de conjunto que dan gran sentido épico a sus tomas ya estaba allí a la espera del cinemascope.

 

Henry Hathaway

Asistente de dirección de Von Sternberg, Fred Niblo y Victor Fleming entre otros, en la etapa del cine mudo, debuta en 1932 con Heritage of the desert y se sigue con otros ocho basados en obras de Zane Grey, producidos por la Paramount, que le sirven de aprendizaje, al tratarse de westerns “B”. Después de pasear por todos los géneros y destacar en el de aventuras y el film noir, en los cincuenta regresa con gran fortuna al “género por excelencia” y aunque en lo formal respeta el clasicismo, en su temática aflora la atipicidad, siendo su mayor aportación en la mezcla del film noir con el western: Dos contra el destino (Rawhide, 1951) y Póker de la muerte (5 card stud, 1968); aunque en su aportación al tema de la venganza, también quedan como modélicos Vendetta bárbara (From hell to Texas, 1958), Los hijos de Katie Elder(1965) y Nevada Smith (1966). Y para aquellos que se impresionan con Leone y su Érase una vez en el Oeste, revisen Dos contra el destino y encontrarán una de las fuentes básicas del director italiano en lo que a establecer atmósferas se refiere con todo y el “bizco” de Jack Elam incluido.

Por razones de espacio, el quinteto de “veteranos” se queda en un póker. Ya habrá ocasión de retomar el tema y seguir con nuestras elecciones, que es una forma de descartar y hacer omisiones, sobre un género que nació en 1903 con el filme Asalto y robo de un tren de Edwin S. Porter y al cual aún se acercan –en forma esporádica– cineastas como Ed Harris con su Entre la vida y la muerte (Appaloosa, 2008).


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