APRO/Beatriz Pereyra
Los ojos de por sí marrones de Renata Zarazúa se tornaron del color de la crema de avellanas cuando su entrenador le extendió unos panes untados con Nutella. Lo volteó a ver con incredulidad, con la sorpresa de quien encuentra un tesoro. Fue un premio por anticipado para motivar a la tenista de escasos 11 años a quien el estado de Jalisco le cargó el peso de ganar tres medallas de oro en la Olimpiada Nacional 2009.
Adhemar Rodríguez era el capitán de la selección jalisciense de tenis. Desde que el equipo se hospedó en aquel hotel de Culiacán, detectó que Renata estaba incómoda por la mala calidad de la comida que servían a los deportistas. Encontró la manera de que la niña disputara 17 partidos en una semana, sin sufrirlos. Todos los días iba a su habitación y se le aparecía con los panes que le encantaban.
“Era algo muy preciado porque no se lo esperaba. Estaba muy sorprendida, porque le cuidaba mucho la alimentación; ella pedía permiso hasta para tomarse su café favorito. Darle esos panes era una manera de decirle: ‘Has trabajado muy bien, venimos por un resultado’. Era importante que estuviera contenta. Eso generó un vínculo muy especial entre nosotros, era unirnos para lograr un objetivo difícil que le exigía un esfuerzo físico tremendo. Para ella son importantes los vínculos. Renata ganó oro en singles, dobles y mixtos”, recuerda Rodríguez.
Renata Zarazúa Ruckstuhl ya tiene 23 años. Desde los 14 quiso ser tenista profesional, fue cuando en su mente cinceló la idea de ser una de las mejores 100 del ranking de la Women’s Tennis Association (WTA). Ya es la número 142, la mejor posición que ha tenido en su carrera. En 2020 escaló 138 lugares.
El lugar 280, con el que cerró en 2019, comenzó a desvanecerse en febrero último, cuando en el Abierto Mexicano de Acapulco alcanzó las semifinales, donde cayó ante la canadiense Leylah Fernández, la 88 del mundo, pero se quedó a nada de disputar la final.
La sorpresa inicial la dio cuando dejó fuera en la primera ronda a la sembrada número uno del torneo, la estadounidense Sloane Stephens, 35 del ranking de la WTA. Primer resultado magnífico: Zarazúa se convirtió en la primera mexicana en derrotar a la favorita en la historia de ese torneo.
Septiembre de 2020. Segundo resultado histórico: Zarazúa entró al main draw (cuadro principal) del torneo Roland Garros para romper un ayuno de 20 años sin que ninguna mexicana llegara a uno de los llamados Grand Slam. La última en hacerlo fue Angélica Gavaldón en el Abierto de Australia 2000. Hace 25 años la propia Gavaldón fue la última en alcanzar el main draw en el torneo francés.
En Roland Garros cayó ante la quinta del mundo, la ucraniana Elina Svitolina, por parciales de 6-3, 0-6 y 6-2. Ese segundo set, donde le complicó el partido de segunda ronda, fue uno de los mejores de su carrera.
“Esta es la recompensa a su disciplina y al trabajo que ha hecho desde niña. Los resultados no son de casualidad ni por suerte”, dice Patricio Zarazúa, hermano mayor de Renata y su entrenador desde finales de 2019. La tenista tercia en la conversación: “Gracias a él estoy hasta donde he subido. Es una parte fundamental, ha sacado lo mejor de mí”.
Fraternidad. Antes de Patricio, Renata Zarazúa tuvo una retahíla de entrenadores, que si el francés o el español, y quién sabe cuántos más con quienes nunca se sintió del todo cómoda. Durante cinco años estuvo extraviada. No importó cuántas horas entrenara ni si tenía la mejor preparación física o su comida era la más adecuada, los triunfos nomás no llegaban, hasta que al Pato se le prendió el foco: voy a entrenar a mi hermana.
La idea le anidó en la cabeza y luego se animó a verbalizarla. Él estaría las 24 horas con su hermana, la acompañaría en las giras por todos los países, estaría ahí como hermano y entrenador. Consciente de que no tiene la formación suficiente, la vida les puso en su camino a Hugo Armando, un extenista de origen argentino que fue 90 del mundo y que, como ellos, vive en Palm Beach, Florida. Los Zarazúa lo definen como inteligente y experimentado, pero sobre todo buena persona y confiable.
“Soy mucho de energías, de conectar con la gente y él me transmitió algo muy bueno. Es honesto, es lo que más me gusta: me dice las cosas de frente, no dice mentiras para hacerme sentir bien. Ayuda a mi hermano para mejorar como entrenador, le da su lugar y quiere que él sea el jefe, pero nosotros queremos que mejor él lo sea”, asegura Renata.
“La conexión entre hermanos antes que entre tenista y entrenador fue clave –suelta Patricio–. El tenis es un deporte de mucha soledad, se viaja solo y estás lejos de tu casa, con quien compartes el tiempo es con tu entrenador, si es que puedes pagar sus gastos para que viaje contigo. Ella tenía la sensación de que los otros no hacían lo suficiente, por eso a pesar de su buen tenis y disciplina, no iba por el mejor camino. Lo que yo le diga siempre será primero como hermano, porque quiero que le vaya bien, porque es mi familia, es mi sangre”.
Sin confianza, se sentía Renata Zarazúa cuando el entrenador le daba días libres o acortaba un entrenamiento. No sabía si lo hacía porque era lo mejor para ella o más bien porque él estaba cansado y tenía ganas de irse con su familia. La duda de si los entrenadores de verdad trabajaban para ayudarla o sólo querían su dinero, la atormentaba.
“Por más que pensara que mi entrenador era bueno, nunca sabía qué había detrás. Eso me pasó durante años. No podía confiar. Todas esas dudas me llevaron a que estuviera muy frustrada. Sé que mi hermano nunca me va a engañar, me transmitió la tranquilidad que necesitaba y ahora sólo me preocupo por entrenar, aunque los entrenamientos sean duros y cansados los disfruto y son divertidos”, dice Renata.
Los Zarazúa lo tienen claro. Renata como tenista profesional es un proyecto familiar que comenzó a gestarse cuando Patricio cumplió 15 años y pidió como regalo viajar a San Antonio, a la academia del mexicano Leonardo Lavalle, donde tuvo contacto con tenistas de alto nivel que entrenaban duro para aspirar a ganar una beca universitaria como deportistas. Ese también era su objetivo.
El muchacho llamaba a su casa los fines de semana para contar maravillado sobre las bondades de la academia y alentaba a la familia a irse para allá.
“A los dos meses, nos dijo: ‘Tienen que venirse, aquí podemos construir la carrera profesional de Renata’. Dos meses después le dije a mis papás: ‘Me quiero ir con mi hermano’. Y ellos dijeron: ‘¿Qué hacemos sin hijos en México?’ Empacamos, metimos todo a una camioneta y nos fuimos mi papá, mi mamá, la perrita y yo para alcanzar a mi hermano. Dejamos todo en Guadalajara, llegamos a una casa que nos prestó la academia y ahí empezó la aventura en Estados Unidos. Nos venimos a ver qué pasa, no sabíamos si iba a funcionar o no, nos arriesgamos”, relata la tenista.
Los años de aprendizaje
Renata Zarazúa tenía tres años la primera vez que tuvo una raqueta en sus manos. Su devoción por el tenis nació con el nuevo siglo. Norma Arroyo fue su primera entrenadora en las canchas del club Atlas Colomos de Guadalajara. Le daba clases particulares y también en grupo a esa pequeña de ojos redondos y piernas fuertes, que después de golpear la pelota giraba sobre su propio eje a la espera de volver a pegarle, pero agarrando vuelo. A Renata todavía le da risa cuando se acuerda y por más que Arroyo le decía que así no, la chamaca andaba a la vuelta y vuelta.
El tenis no le era ajeno. Sus padres, José Luis y Alejandra, solían jugarlo. Patricio lo combinaba con el futbol. Y aunque ella aún no lo tenía tan claro, su tío abuelo Vicente Zarazúa era una figura del deporte mexicano. Como todo niño de esa edad, el tenis era pura diversión y gozo. Renata era una tenista especial, técnica y físicamente tenía cualidades tan marcadas que desde los cinco empezó a competir en torneos locales y nacionales.
Con Norma Arroyo estuvo hasta que cumplió los nueve, entonces la entrenadora se sinceró: ella no podía acompañarla a los torneos ni dedicarle las horas que requería. Los hermanos Zarazúa se fueron a entrenar a la Unidad Deportiva Revolución con Adhemar Rodríguez. Con él se convirtieron en deportistas de alto rendimiento. Renata debutó en torneos internacionales y Rodríguez la acompañaba en los viajes.
“Sólo tenía nueve años y ya tenía un espíritu competitivo muy grande. No sólo le pegaba bien, entendía los espacios de la cancha y dónde tenía que poner la pelota. Eso es difícil de enseñar. Rena nació con eso. Además era una niña muy popular, me di cuenta que necesitaba ser muy disciplinada para poder aguantar los embates de las tentaciones de preferir irse a las fiestas y con las amigas. Para lograr cosas grandes tenía que decir que no a mucho.
“En ese momento, lo más importante eran los hábitos que ella pudiera generar. Cosas simples, como pedirle a sus papás que no le cargaran la maleta en el entrenamiento, que no le compraran el agua o el Gatorade para los torneos, sino que ella se responsabilizara hasta por saber comer y cómo estirar. No me sorprende que esté teniendo estos resultados y que se meta al nivel de las mejores del mundo. Siempre pensé que lo haría, me sorprende más que no lo haya hecho antes”, refiere Rodríguez.
Zarazúa era una tenista tan destacada que a las niñas de su categoría les ganaba con la mano en la cintura. Tenía que enfrentar a rivales hasta cuatro años mayores que ella para sentir que estaban a su nivel. En los estados donde se presentaba a competir, los fanáticos del tenis ya sabían que la niña Zarazúa prometía.
Para el Orange Bowl de 12 años y menores, Rodríguez preparaba a Renata jugando contra él. Rena tenía 11 años y si acaso medía 1.40. Siempre ha sido chiquitita. Con todo y sus 36 años, 70 kilos de peso y 1.75 de altura, el entrenador tenía que aplicarse para derrotar a su alumna que siempre encontraba la manera de complicar el partido. No hubiera sido un buen mensaje que la niña venciera al maestro.
“A mi hermano y a mí nos enseñó a actuar como tenistas. Hay una gran diferencia entre sólo entrenar a hacerlo con disciplina y con el máximo esfuerzo. Estoy agradecida porque, si a esa edad no lo hubiera aprendido, no sé si sería lo disciplinada que soy ahora”, dice la deportista.
Adhemar Rodríguez vio partir a su alumna más especial rumbo a la academia de San Antonio, que dos años después cerró sus puertas. Los Zarazúa metieron el menaje de su casa en un camión de mudanzas y manejaron dos días hasta llegar a Tampa, Florida, donde se asentaron algunos meses, porque ahí estaba la academia del extenista mexicano Agustín Moreno.
El próximo año será clave en la carrera de Renata Zarazúa si quiere por fin entrar al top 100 del mundo. Deberá participar en más torneos de la WTA para subir en el ranking. El Abierto de Australia durante la primera semana de febrero será un gran reto y si mejora su posición, los Juegos Olímpicos de Tokio serán un sueño alcanzable.