Hace poco más de cinco meses, di lectura en un programa de radio y publiqué en una revista electrónica, un texto titulado “De sueños y pesadillas”, que entre otras cosas decía lo siguiente:
“En estos tiempos de incertidumbre y zozobra ciudadana, salir a la calle implica un enorme riesgo. A los empresarios, por el simple hecho de ser ciudadanos exitosos, y a los servidores públicos adscritos al área de seguridad pública y vialidad, por el simple hecho de portar un uniforme y subirse a una patrulla, el riesgo de perder la vida se les incrementó notablemente, pues se han convertido de la noche a la mañana en un blanco potencial del crimen organizado… Salimos a las calles invadidos por el miedo, la rabia, el coraje, la angustia y la impotencia”.
Desgraciadamente para nosotros la realidad no ha cambiado, puede decirse incluso que ha empeorado. Ya no sólo policías y empresarios temen por su vida, ahora también los ciudadanos comunes y corrientes que transitamos inocentemente por nuestras calles (¿nuestras?), sin deberla ni temerla, podemos caer víctimas de un fuego cruzado, de una tristemente célebre bala perdida. El miedo se ha apoderado de nosotros.
Desde diciembre de 2006, cuando cayó abatido (cazado) un joven comandante de la policía preventiva, hasta la balacera que se registró el jueves de la semana pasada, pasando por el famoso “jueves negro”, los secuestros, los levantones, los ajustes de cuenta, las detenciones, los asesinatos, las extorsiones y los operativos policíacos, la ciudad y los ciudadanos hemos perdido la seguridad y la tranquilidad, y si eso es vivir, entonces vivimos inmersos, hundidos, atrapados en el miedo. El miedo ha pasado a formar parte de nuestra vida cotidiana. Una realidad lacerante. Y por si fuera poco, la ofensiva frivolidad y la apabullante ineficiencia e ineficacia de los gobiernos (estatal y municipal), nos mantienen atorados en la indefensión. ¡Sálvese quien pueda!, ese es su mensaje.
Zygmunt Bauman, un extraordinario sociólogo polaco, en uno de sus libros (Tiempos líquidos. Vivir en tiempos de incertidumbre) describe a la perfección lo que está pasando con la vida de los ciudadanos de Asunción de Tierracaliente. Dice Bauman:
“En cuanto llega a nuestro mundo, el miedo se desarrolla con un ímpetu y una lógica autónomos y requiere muy poca atención o aportaciones adicionales para crecer y extenderse de forma imparable… Los miedos nos incitan a emprender acciones defensivas. Una vez iniciada, toda acción defensiva aporta inmediatez y concreción al miedo. Es nuestra respuesta la que transforma los presagios sombríos en una realidad cotidiana… En la actualidad, el miedo se ha instalado dentro y satura nuestros hábitos diarios”.
Vivimos obnubilados por el “progreso”, pero no nos damos cuenta (acaso hemos cerrado los ojos para no ver) que éste viene acompañado de lo que Marx llamó “los pequeños desastres del progreso”. Buscamos afanosamente el progreso, pero casi nunca nos preguntamos por sus costos. Así pues, el miedo, el temor, la inseguridad, la incertidumbre, ya forman parte de esta lista de pequeños (¿pequeños?) desastres.
Inmersos en un capitalismo salvaje y depredador, resulta obvio que el miedo, el temor, la inseguridad, produzcan ganancias, generen plusvalía, tanto económica como política. “El capital del miedo puede transformarse en cualquier tipo de rentabilidad”, dice el sociólogo Bauman, y agrega: “La seguridad personal se ha convertido en un argumento de venta importante (quizá el más importante) en toda suerte de estrategias de mercadotecnia. La ley y el orden, reducidos cada vez más a una mera promesa de seguridad personal (más precisamente, física), se han convertido en un argumento de venta importante (quizá el más importante) en los programas políticos y las campañas electorales”.
Para quienes tienen suficiente poder adquisitivo, para inhibir el miedo y el temor, la mercadotecnia les ofrece para su consumo zonas habitacionales cerradas y amuralladas, cámaras de vigilancia, cerraduras adicionales, guardias privados, vehículos blindados o todoterreno, chips de localización satelital, botes de aerosol defensivo, armas, chalecos antibalas, clases de defensa personal, etc., (escuchemos con atención el uso mercadológico del miedo que hace el comercial radiofónico de la inmobiliaria Rancho Santa Mónica).
Que el olvido no opaque nuestra memoria. Recordemos, no las promesas de campaña y las ocurrencias propias del Sargento Matute, ésas ya están en el fondo del baúl o en anecdotario de la aldea, recordemos sólo los golpes mediáticos más recientes.
En vísperas del aniversario de la fundación de la ciudad, en la primera plana de los diarios locales, pudimos ver la fotografía (obviamente respaldada) del virrey con una veintena de policías encapuchados y armados. En la escalinata de una mansión, el relamido virrey al centro, rodeado por el Grupo Especial Antisecuestros (en ese entonces dicho grupo todavía no existía, apenas los iban a capacitar y adiestrar). No entendía si era la primera plana de los periódicos o la página de sociales lo que miraba. Era algo así como la presentación en sociedad de una quinceañera y sus chambelanes.
El jueves pasado, el mismo día de la balacera, antes de saber lo que iba a ocurrir horas más tarde, un columnista local cuestionaba la impostura mediática del virrey, al afirmar: “No fue desde luego una buena idea haber presentado con impactante estruendo mediático al cuerpo policiaco de élite asignado a combatir el secuestro de personas en Aguascalientes…”. Obvio, sólo faramalla, sólo parafernalia, mercadotecnia pura. El crimen organizado no tardó en responder al desplante con más violencia, con más secuestros. Posteriormente vendrían más “estruendos mediáticos”, la mercadotecnia del miedo atrás de los anuncios hechos con pompa y platillos y fotografías respaldadas en la prensa, de la muy rezagada y “jineteada” entrega de patrullas, así como de la integración e instalación de la comparsa de cúpulas empresariales llamada Consejo Ciudadano de Seguridad Pública (también ellos quieren salir en la foto con el virrey). El imperio de la mercadotecnia de gobierno usufructuando el miedo, el temor, la inseguridad, el sentimiento de orfandad. ¿Y los resultados?
La línea que separa a la mercadotecnia política de la estética política es muy tenue, pero visible. Apenas en agosto pasado, el politólogo Jesús Silva-Herzog, crudamente la hacía visible a nuestros ojos: “Mientras el Estado se desmorona, los gobernantes se polvean la frente, se peinan y se miran al espejo. ¿Combina bien la corbata con la camisa? ¿Proyecta el mensaje correcto el traje oscuro? Al tiempo que la delincuencia esparce sangre y espanto, los políticos se encierran en un búnker equipado de cremas, peines y pomadas. La información afuera es gravísima… Todos los días nos cala la información de la muerte y todos los días nos salpican las revelaciones de complicidad entre la delincuencia y nuestros guardias. Pero los gobernantes están en el camerino. Se ven al espejo y retocan su peinado. La cosmetología acude al rescate del Estado. Dentro de unos minutos saldrán a dar una conferencia de prensa y revisan las frases del discurso y la carita con la que pronunciarán las frases de la indignación. ¡Cuánta indignación cabe en el poder público en estos días! Los gobernantes aparecen como almacenes de la rabia popular: recogen la indignación de la gente, la comparten, la respaldan, se solidarizan con ella y la apoyan. Secundan la indignación aplicándose una maravillosa crema para reducir las ojeras”.
La conducta de nuestros gobernantes es lo suficientemente clara y transparente. Ni las cuentas públicas pueden ser más claras y transparentes que su comportamiento.
Concluyo mi escrito, casi textualmente, como hace cinco meses. Ya va siendo hora de que ciudadanos (incluidos los señores del capital), desdeñosos de la frivolidad del mandatario y haciendo a un lado la cortesía políticamente correcta, hablemos en serio, verdaderamente en serio con el señor de la mansión Rincón Gallardo y le digamos con inclemente cortesía: “¡Ya basta! ¡Si no pueden, renuncien! No se vale, no se puede, no es éticamente honesto ni permisible jugar con la vida, la tranquilidad y el patrimonio de todo un pueblo.
Pilón: cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto.