Vacaciones pandémicas/ El peso de las razones  - LJA Aguascalientes
17/11/2024

¿Para qué trabajar? Una respuesta sencilla: para poder tener el tiempo y el dinero para poder descansar. Y así es. Esperamos esos días anhelados: aquellos en los que podremos olvidarnos de todo por un momento, sólo uno pequeño, unos cuantos días que se resbalan, acuáticos y jabonosos, cada año cuando marzo agoniza y abril comienza, y al final del año, cuando las calles son pobladas por viejos panzones de barba blanca y árboles gigantes con pequeñas pelotas multicolores y estolas que los adornan. 

La Navidad, casi secularizada de las implicaciones religiosas, se abre para los mexicanos como un espacio de juego y recreo. Pocos conmemoran con celo y seriedad el nacimiento de Cristo. Como manada histérica, huimos en estampida a las playas de Guerrero o Jalisco, algunos menos a Veracruz, los afortunados al Caribe o al extranjero. Al final, lo mismo: una terapia indispensable contra el estrés y la fatiga que nos llevará a la cuesta de enero.

Se habla tanto de crisis financiera en días recientes que uno habría de suponer que todos permaneceríamos en casa durante este ciclo vacacional. Falso. Nada nos alejará de la meta: unos pocos días de playa, o de reuniones familiares, aunque nuestra habitación no tenga vista al mar, y ahora nuestras reuniones se van cuantitativamente reducidas. Algún coco con valentina, aunque no tengamos el privilegio del todo incluido; pierna, pavo, romeritos, bacalao, en casa con nuestra familia cercana, aunque no podamos salir a la calle sin arriesgar el pellejo.

Una pandemia virulenta ataca nuestro país y al mundo de cabo a rabo. Algunos lo toman con gracia. Ríen, como ríen siempre de cualquier cosa y bajo cualquier pretexto. Otros, hijos de las teorías del Complot, sospechan. Piensan en cortinas de humo, en cómo el gobierno a nuestras espaldas decide el destino del mundo sin que podamos algún día averiguarlo.

Sea lo que sea, esto no va a terminar pronto. Cancelan los vuelos, se juegan partidos deportivos sin público, cierran fronteras, las aerolíneas quiebran, sube el precio de las acciones de empresas de software para convivir a través de pantallas y de empresas de entrega a domicilio y compras por internet. Es un nuevo mundo este que llega a final del año.

Yo he pasado por todos los grados de la escala patética durante esta pandemia. Primero, he evadido campante el tema. Luego, vía mediática, la necesidad de información. Ya me la sé de memoria. Sé qué sirve y qué no sirve, qué es un mito y qué realidad. Mi trabajo no ayuda para que pueda pensar en otras cosas: antes de la pandemia me comprometí a escribir algunos artículos sobre filosofía de la medicina, en particular sobre los fundamentos epistemológicos de los ensayos clínicos aleatorizados. Cada que escucho “vacunas” y “fase 3” en los noticieros me inquieto por un momento.

Las llamadas de algunos amigos me ponen los nervios de punta. Descubro que también tienen miedo. Piensan que no nos han dicho todo, que la cosa es más grave de lo que parece. Cuelgo. Empieza la paranoia. Creo que tengo fiebre, que me duele la garganta. La noche es larga. En algún momento me quedo dormido. Al despertar, el miedo desaparece. Me parecen atisbos de los achaques de la mediana edad. Luego, como debe suceder, trato de racionalizarlo todo. Es probable que lo que está pasando no sea más ni menos que lo que dicen. 

Finalmente, mi condena: si de hecho es como dicen, las medidas tomadas por el gobierno federal están fuera de toda racionalidad. Sólo queda esperar, ser pacientes, y tratar de disfrutar, aunque sea algunos días con los que queremos. ¡Felices fiestas a todas y todos!

 


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