Aprender de las contingencias - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Para Maria Luisa Herrera de Nájera

Gracias por darme la vida … 

El 19 de septiembre de 1985, aproxi-madamente a la 7:30 am salí del departamento donde estaba viviendo en la ciudad de México, precisamente en Tlatelolco, frente a la Torre de Banobras.

Para esa hora, ya habían pasado 10 minutos de la hora en que ocurrió el temblor y yo seguía sintiendo el piso como una cuneta en movimiento, era tal el temor y el miedo que caminé y caminé hasta llegar a la calle Guerrero, en donde comencé a darme cuenta de la magnitud del evento que acabamos de vivir.

La psicosis se apoderó de todos nosotros, porque el olor a gas era cada vez más intenso, no había luz y las calles estaban llenas de personas que no sabíamos qué era realmente lo que estaba pasando.

Momentos después, y gracias  a la radio, nos dimos cuenta que Tlatelolco era una de las áreas más dañadas por el temblor, que el edificio Monterrey se había derrumbado y que habían fallecido muchas personas.

Por inercia, me dirigí al edificio Monterrey donde se requería más ayuda, y era la parte que me quedaba más cerca. De inmediato, la gran cantidad de personas que nos aglutinamos  en ese lugar, sentimos la necesidad de ayudar ante la falta de maquinaria o personal de rescate, nos volvimos los voluntarios que, sin que hubiera quién nos organizara o nos dijera qué o cómo hacerle, nos organizamos de tal manera que sólo bastó un grito de ¡cuerpo! ¡cuerpo! para que hiciéramos una fila humana que quitara del camino cuanta piedra pudiéramos, y así poder tener la oportunidad de salvar una vida. La situación era difícil y contrastante, el dolor humano, el olor a muerte y la impotencia humana de poder salvar una vida.

Es incuestionable que podemos hablar de un México antes y después del Temblor del 85,  porque los mexicanos cambiamos actitudes y formas de ver las cosas; surgieron las ONGS como grupos de defensa de los derechos ciudadanos, cambió la visión de comunidad y solidaridad, la sociedad se organizó por sí misma sin necesidad de que actuara la autoridad, un semáforo o un tránsito que nos recordara qué hacer; en pocas palabras la sociedad se organizó y resurgió la idea viva y actuante del ciudadano como gran protagonista de la historia.

Ahora que sufrimos la epidemia de la influenza A H1N1, como uno de los fenómenos sociales  que ha puesto a prueba nuestra capacidad como gobierno y como sociedad para garantizar la salud pública, no nada más a los ciudadanos del DF, sino de todo el país, vemos cómo el pueblo responde ante la tragedia, ante el temor de perder la vida y se convierte en un grupo de personas que está dispuesto a colaborar en un mismo sentido para lograr objetivos concretos; gracias a ello, podemos hablar de avances, pero también de una falta de cultura de la prevención que debemos de reforzar.


Independientemente de las especulaciones en cuanto a la buena o mala atención del gobierno,  o que fue toda una acción orquestada, debemos ser realistas y aprender que debemos generar nuevas conductas como sociedad en su conjunto, la responsabilidad y la razón pública que todo ciudadano debe aprender y comprender para,  coordinadamente, participar en el logro de fines comunes que benefician a la colectividad, como en este caso, el contrarrestar la epidemia de la influenza mediante pequeñas acciones que por obvias, a veces no las hacemos.

Lo importante es generar la cultura de la participación, de la responsabilidad, de la solidaridad y de la razón pública como forma de vida, ya que, según los expertos, necesitaremos esta cultura para enfrentar, de aquí en adelante, nuevos retos ocasionados por las grandes transformaciones que está sufriendo el planeta, como el cambio climático y los avances de la ciencia que tantas y nuevas reacciones está generando en todas partes. 

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