Entre la memoria y el olvido - LJA Aguascalientes
15/11/2024

A 102 años del movimiento universitario de Córdova, en el que un grupo de estudiantes hicieron suyas varias demandas que tenían que ver con el papel que las universidades estatales deberían adoptar, como la representatividad estudiantil dentro de la institución, el reconocimiento de títulos y grados, la libertad de cátedra, los concursos de oposición, la autonomía, pero sobre todo el compromiso social que le correspondía a la universidad ante la realidad que le circundaba, y a 52 años de la movilización estudiantil del 1968, es necesario que reflexionemos sobre los corrientes que buscan relacionarse y cambiar a la sociedad. 

Si los sesenta fueron un momento de gran transformación desde la perspectiva juvenil, los ochenta también lo fueron sin menoscabo, al constituirse un periodo en el que se juega un gran viraje histórico, en el que se vive la globalización notoriamente, al ser momento que da sustento a un nuevo ciclo de movimientos sociales, y no pararán ahí, pues de ahí se siguen las movilizaciones de la UNAM, el denominado “Yo soy 132” hasta los diversos movimientos de mujeres con nuevas demandas.

Si desde antes podíamos reconocer los movimientos sociales diversos como los de los obreros, o los de los campesinos, que fueron los que dominaban ese amplio espectro de manifestaciones que reclamaban algún aspecto en la acción política de masas, analizados bajo la lupa marxista, que focalizaba su atención en la transformación radical de la sociedad, a partir de los sesenta, que dieron espacios a otros estudios sobre el papel de los sindicatos, la politización de las luchas de los trabajadores, sobre las reformas en diversos planos, en los sesenta aparecieron nuevos actores en los escenarios de acción políticas y de movilización de masas: clases medias, estudiantes universitarios, entre ellos las mujeres estudiantes visibilizadas por vez primera que reclamaban demandas, ya no de incrementos salariales, de mejora de las condiciones de vida, sino que planteaban demandas de transformación cultural de la sociedad, denunciando las dinámicas conservadoras, del consumismo adoptado por la sociedad capitalista, del autoritarismo político, en algunos casos extremos como aconteció en España, Chile, Argentina o Uruguay y en otros más discretos, pero muy efectivos que nos recuerdan la dictablanda de la que hablaba Vargas Llosa.

Movimientos como el de Francia estaban orientados a la crítica de la Guerra de Argelia; en Estados Unidos, las universidades norteamericanas reaccionaban frente al Macartismo. Aquellos profesores universitarios generaron el movimiento del free speech para combatir los juramentos que atentaban contra la libertad de expresión que obligaban a declarar que ni siquiera habían tenido un pensamiento comunista, provocaron la crítica al gobierno norteamericano en el marco de la guerra de Vietnam.

Considero que los grandes parteaguas de la historia de la humanidad de nuestra era han sido los movimientos sociales, que han constituido a las nuevas sociedades; son ellas las que provocaron un escenario de discusión; un debate político, y una acción que equivale a una revolución que provoca un cataclismo social que permite establecer un antes y un después en términos de lo que es aceptable y lo que no es aceptable, aquello que está en disputa y aquello que no merece estarlo. Sin embargo, no se acepta esto, intentado ver el movimiento del 68 y otros más en efervescencia actual como importantes, como críticos, e históricos, sin darles su verdadera dimensión.

En las ciencias sociales, esta aparición de actores que no eran obreros ni campesinos, llegó a abrir toda una corriente de reflexión sobre los movimientos sociales que se movilizan colectivamente y que rebasan su explicación sociológica marxista.

Robin Blackburn en la New Left Review plantea constantemente cómo la socialdemocracia, los obreros y los sindicatos habían llegado a un status quo tan bien establecida en las políticas del bienestar, que habían dejado un hueco en el escenario de las disputas contemporáneas, y es por ello que los estudiantes llenaron el espacio de la lucha revolucionaria.

Reflexionar sobre los movimientos sociales si bien tiene un sentido conmemorativo y reivindicativo, debería servir también para renovar la reflexión sobre lo que actualmente vivimos: considerar que los estudiantes, los jóvenes, las mujeres y todo grupo vulnerable son fundamentales para dialogar, generar foros, invitar a participar en debates, no solo porque estos son fundamentales, no sólo porque expresan momentos críticos de las sociedades, sino porque constituyen los agentes del cambio más importante que existen en el ámbito educativo. Desprovistos de ataduras, compromisos y beneficios de las instituciones, tienen mucha más capacidad de acción para interpretar los momentos políticos y avanzar con una enorme creatividad y capacidad de lucha.

Nuestra reflexión, estas opiniones, estas participaciones tienen esa libertad, esa autonomía, gracias al movimiento del 68 y otros más que surgieron y siguen apareciendo. Hay que dejar de ver estos movimientos como patologías, problemas que hay que erradicar y desaparecer para abrir el diálogo con nuestra historia.


 


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