Esta no es una sola postal, sino varias, todas referidas al reciente decreto de extinción de la compañía Luz y Fuerza del Centro, LFC, la toma de sus instalaciones y las reacciones del Sindicato Mexicano de Electricistas, el SME, así como las de otras personas no relacionadas directamente con el conflicto.
Primeras imágenes, las primeras reacciones. La toma de las instalaciones de LFC se llevó a cabo la noche del diez de octubre. El día siguiente, el domingo, viajé al Distrito Federal donde estuve toda la semana consultando los archivos de la Dirección General de Asociaciones Religiosas cuyas instalaciones se encuentran en el Paseo de la Reforma, a unos pocos metros de la sede del SME. El hotel donde me hospedé se encuentra cerca, a media cuadra del monumento a la Revolución y a cuadra y media del sindicato. No sabía si iba a poder llegar en taxi hasta el hotel, o si tendría que caminar algunas cuadras porque las calles en torno iban a estar bloqueadas por los electricistas. Tal vez en previsión de lo mismo, el taxi que me llevó desde la Central del Norte dio un rodeo no usual para acercarse al hotel, pero para su sorpresa y la mía las calles aledañas a la del sindicato estaban prácticamente vacías a esa hora, las diez de la noche.
El lunes en la mañana se veían pequeños grupos en el monumento a la Revolución, el cual está cerca del sindicato. Me acerqué y vi gente con cara de desconcierto que se agrupaba en torno a quienes parecían estar dando información de lo ocurrido. Si se pueden interpretar los semblantes, diría que daban la impresión de no comprender lo que había sucedido, como si los hubiera golpeado una fuerza inesperada, ante la cual la primera reacción era la incredulidad y la impotencia. Como cuando un golpe lo deja a uno atarantado. Otros pequeños grupos, haciendo válido aquello de que primero es comer, compraban atole y guajolotas – tortas de tamal – y se sentaban por allí a consumirlas sin dejar de echar un ojo, y un oído, a lo que sucedía y se comentaba.
Las imágenes recurrentes. Al medio día de ese mismo lunes, Pedro, mi asistente de investigación, y yo, interrumpimos nuestro trabajo para ir a comer al restaurante del hotel, para lo cual tuvimos que cruzar la calle Antonio Caso. A esa hora ya había mucha gente, estaba cerrada la calle y había policías desviando el tránsito con el consiguiente enojo de los automovilistas. Por la calle escuché los primeros comentarios de quienes supongo que eran habitantes del Distrito Federal y usuarios de los servicios de la empresa extinta. Los comentarios expresaban acuerdo con lo sucedido. Fueron comentarios fragmentarios que se escucharon de pasada. Ya en el restaurante, en las mesas vecinas se hablaba del suceso afirmando, entre otras cosas, que la medida no tendría reversa, que por fin el gobierno se había fajado los pantalones, que ya era hora, que los electricistas no podrían hacer nada, que a ver si ahora sí ya se mejoraba el servicio. La cantidad de electricistas congregados en torno a su sede sindical y en el monumento a la Revolución variaba cada día, y era más escasa en las mañanas y más nutrida por las tardes sin que fuera, en ningún momento, multitudinaria.
La marcha del jueves. Las escenas del jueves en la mañana fueron como las de los días anteriores. Al medio día vimos a varios contingentes del SME que con pancartas y vistiendo playeras rojas se encaminaban al Ángel, de donde partiría la marcha hacia el zócalo. Un banco cercano ya estaba custodiado por unos seis guardianes de alguna corporación de seguridad privada.
La marcha fue multitudinaria. A las seis y media de la tarde, cuando salimos de trabajar, se veía que muchos contingentes apenas empezaban a marchar desde el Ángel, cuando otros ya habían llegado al zócalo. Vimos grupos de sindicalistas del Seguro Social, de los mineros, de los tianguistas, de los microbuseros y muchos otros. En las pancartas se apoyaba al SME, se repudiaba la medida, se exigía la renuncia de Calderón, se le insultaba, se le pedía que respetara a los sindicatos y, aprovechando, se exigía la derogación de la tenencia vehicular. Por lo visto, la inconformidad y la rabia de muchos ciudadanos y de muchos años se concentró en la marcha, de una forma que el gobierno no debería ver con desdén.
Los vendedores de jugos, tortas, elotes, agua, refrescos, churros, tacos, y los de banderitas que se habían quedado con ellas debido a la frustrada celebración en el Ángel por el empate de la selección con Trinidad y Tobago, no desaprovecharon la oportunidad de hacer negocio.
El viernes en la mañana no se veía a nadie frente a la sede sindical por donde pasamos en el taxi que nos llevaba a la Central. Esa fue la última imagen que vimos.