En mi artículo anterior sobre este tema, se colaron en el segundo párrafo algunas líneas que, seguramente, pertenecían a otro artículo que se publicó ese día en La Jornada Aguascalientes, y que lo volvieron incomprensible. Repito ahora ese párrafo, con unas líneas del primero, para recuperar el sentido original de mi contribución.
El 29 de junio el papa Benedicto XVI publicó la encíclica La caridad en la verdad […] La revista italiana MissiOnLine se ha dado a la tarea, casi un divertimento, pero divertimento serio, de buscar en la encíclica sus interlocutores ocultos, los pensadores, corrientes de pensamiento o movimientos sociales a los que se refiere de manera implícita en su discurso, los que llegan a la mente de un lector atento al recorrer el entramado argumentativo del documento papal. Con estos interlocutores ocultos dialoga la encíclica aprobándolos, apoyándose en ellos o desaprobándolos. Como creo que ese ejercicio ayuda a una mejor comprensión del texto pontificio, enseguida me permito glosar el artículo de MissiOnLine, que firma Girolamo Fazino, añadiéndole algunos elementos para contextualizarlo.
En un párrafo del número 22 de la encíclica, el papa se pone del lado de quienes abogan por liberar las patentes de los medicamentos para producir genéricos que ayuden a combatir las enfermedades, como el sida por ejemplo, en los países pobres: Hay formas excesivas de protección de los conocimientos por parte de los países ricos, a través del empleo demasiado rígido del derecho a la propiedad intelectual, especialmente en el campo sanitario.
Los números 24 y 25, que se refieren al sistema financiero actual y sus efectos, no siempre benéficos, parecen fundarse, por lo menos parcialmente, en las críticas que hace Joseph Stiglitz, premio nobel de economía en el año 2001 y miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, al sistema financiero internacional, sobre todo en lo que se refiere a los recortes al gasto social.
Algunos párrafos del número 26, que señalan los riesgos actuales de la interacción entre las culturas recuerdan el trabajo de Aminata Traoré, política y activista social africana, originaria de Malí donde fue ministra de cultura. Actualmente es coordinadora asociada de la Red Internacional para la Diversidad Cultural. Ella escribió un libro, El imaginario violado, en el que rechaza la colonización cultural que se manifiesta, entre otras cosas, en la definición del ser africano que se hace desde el mundo occidental, y también las acciones de ayuda que conllevan la imposición de formas de vida y valores extraños a la cultura africana. La encíclica dice: Se nota, en primer lugar, un eclecticismo cultural asumido con frecuencia de manera acrítica: se piensa en las culturas como superpuestas unas a otras, sustancialmente equivalentes e intercambiables […] Existe, en segundo lugar, el peligro opuesto de rebajar la cultura y homologar los comportamientos y estilos de vida. De este modo se pierde el sentido profundo de la cultura de las diferentes naciones, de las tradiciones de los diversos pueblos, en cuyo marco la persona se enfrenta a las cuestiones fundamentales de la existencia. Aminata Traoré critica también duramente la globalización en el marco del Foro Social Mundial del que es una de las principales animadoras, por lo que también viene a la mente, junto con Noam Chomsky, cuando la encíclica se refiere, con desaprobación (número 42) a los críticos “fatalistas” de la globalización.
En línea con su doctrina de “defensa de la vida”, en el número 28 el papa critica a las organizaciones no gubernamentales y a los gobiernos que impulsan políticas abortistas. Amnistía Internacional, por ejemplo, aboga por considerar el derecho al aborto como uno de los nuevos derechos humanos, mientras que el gobierno de Suecia decidió no proporcionar ayuda a los países pobres que no aceptan políticas abortistas. Cuando el papa dice que Algunas organizaciones no gubernamentales, además, difunden el aborto, promoviendo a veces en los países pobres la adopción de la práctica de la esterilización, o que existe la sospecha fundada de que, en ocasiones, las ayudas al desarrollo se condicionan a determinadas políticas sanitarias que implican de hecho un fuerte control de la natalidad, uno podría decirles a Amnistía Internacional, o al gobierno de Suecia: “allí les hablan”, aunque no se les menciona por su nombre.
En cambio, la economía de comunión fomentada por el movimiento Focolares, recibe un vigoroso respaldo por parte de la encíclica. El movimiento fue fundado por Clara Lubich en la ciudad italiana de Trento al final de la Segunda Guerra Mundial, teniendo como misión hacer realidad el amor de Dios en la tierra. El proyecto de economía de comunión fue lanzado en Sao Paolo en 1991, con el objetivo de construir sociedades en las que, como en la primitiva comunidad cristiana, no hubiera indigentes gracias al amor y el apoyo de todos. Es un proyecto empresarial en el que las compañías se comprometen a poner en común las ganancias de acuerdo a tres principios: 1) ayudar a las personas necesitadas creando puestos de trabajo y poniendo en marcha proyectos de desarrollo; 2) difundir la cultura del dar y de la reciprocidad para construir una economía de comunión; 3) desarrollar las empresas, que deben ser eficientes y competitivas. Con este proyecto se buscó también dar vida a polos productivos en pequeñas ciudadelas fundadas por el movimiento de los focolares, de las cuales existe una en la ciudad de México. El papa dedica el capítulo tercero de la encíclica a exponer el tema de la FRATERNIDAD, DESARROLLO ECONÓMICO Y SOCIEDAD CIVIL, el cual inicia con estas palabras: La caridad en la verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don. Según Stefano Zamagni, esta es la más fuerte novedad en la encíclica, porque abre una nueva visión del capitalismo, que elimina la separación entre lo económico y lo social que estaba presente aun en las políticas de los estados de bienestar. Añado yo que tal vez represente la ética cristiana para el capitalismo que algunos intelectuales, como Peter Berger y Michel Novack estaban esperando, y que les reclamaban a las iglesias