El 29 de junio el papa Benedicto XVI publicó la encíclica La caridad en la verdad, que contiene la esperada puesta al día de la doctrina social de la Iglesia Católica. En ella hace referencia a las enseñanzas de sus predecesores, particularmente Pablo VI y Juan Pablo II, como los interlocutores en los que se apoya para desarrollar sus argumentos, sin citar explícitamente a otros pensadores o corrientes de pensamiento.
“Los historiadores atienden los eventos que pueden ser referidos a ubicaciones espacio-temporales específicas, eventos que son o fueron en principio observables a los que se refiere de manera implícita en su discurso, los que llegan a la mente de un lector atento al recorrer el entramado argumentativo del documento papal. Con estos interlocutores ocultos dialoga la encíclica aprobándolos, apoyándose en ellos o desaprobándolos. Como creo que ese ejercicio ayuda a una mejor comprensión del texto pontificio, enseguida me permito glosar el artículo de MissiOnLine, que firma Girolamo Fazino, añadiéndole algunos elementos para contextualizarlo.
En el número 14 la encíclica se refiere, desaprobándola, a una corriente actual de pensamiento que aboga por el decrecimiento como una solución a los problemas del desarrollo. Esta postura es sostenida por movimientos como la Red Internacional de Alternativas Culturales para el Desarrollo, y el Instituto de Estudios Económicos y Sociales para el Decrecimiento Sustentable, en los que militan intelectuales como Serge Latouche y Nicolas Georgescu-Roegen.
Latouche escribió el artículo “Por una sociedad en decrecimiento” que se publicó en Le Monde Diplomatique en noviembre del 2003, y que se ha convertido en un punto de referencia del movimiento. Recientemente, en una conferencia en el marco de un congreso que tuvo lugar en Barcelona este año, él mismo expuso los puntos fundamentales de la propuesta partiendo de dos preguntas que nos hacemos todos: ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, y una tercera que dijo haber tomado de Woody Allen: ¿qué hay para cenar?. A la primera pregunta responde que venimos de una sociedad en la que el crecimiento ha dejado de ser un medio, una manera de satisfacer necesidades reales para convertirse en un fin en sí mismo. Es una sociedad cuyos fundamentos son la publicidad, la obsolescencia programada y el crédito. La publicidad genera necesidades que están cada vez más alejadas de las fundamentales, y particularmente la necesidad de consumir. La obsolescencia programada hace que los productos tengan una vida de duración determinada, después de la cual deben ser sustituidos por otros productos porque no pueden ser reparados. Y el crédito nos hace pensar que el consumo interminable está a nuestro alcance. A la segunda pregunta respondió que vamos hacia la catástrofe. De aquí la necesidad de decrecer antes de que “otros lutos, otras catástrofes, otras guerras nos expongan desnudos frente a nuestra estupidez”. Porque solo los locos, o los economistas (él lo es), pueden pensar que se puede crecer indefinidamente. Y a la tercera responde que en la mayor parte de la humanidad no hay nada para la cena, mientras que en las mesas de una minoría hay demasiado. Hambre en la mayoría y exceso de alimentación y obesidad en la minoría. En esto coincide con la encíclica, que en varios puntos señala y reprueba la desigualdad creciente entre las personas y entre las sociedades. Terminó esa conferencia desautorizando también el decrecimiento por el decrecimiento, como si fuera un fin en sí mismo, como el crecimiento. Por el contrario, es necesario preguntarse: ¿decrecimiento para qué?, y atreverse a pensar en un mundo diferente.
En desacuerdo con esa corriente de pensamiento, el Papa señala que se advierte el surgir de ideologías que niegan in toto la utilidad misma del desarrollo, considerándolo radicalmente antihumano y que sólo comporta degradación. Así, se acaba a veces por condenar no sólo el modo erróneo e injusto en que los hombres orientan el progreso, sino también los descubrimientos científicos mismos que, por el contrario, son una oportunidad de crecimiento para todos, si se usan bien. La idea de un mundo sin desarrollo expresa desconfianza en el hombre y en dios. Por tanto, es un grave error despreciar las capacidades humanas de controlar las desviaciones del desarrollo o ignorar incluso que el hombre tiende constitutivamente a “ser más” (14).
En el número 22 Benedicto XVI se suma a las organizaciones, como Transparencia Internacional, en la denuncia de la corrupción. En una conferencia de prensa al dar a conocer el Índice de Percepciones de Corrupción del 2006, Huguette Labelle afirmó que ese instrumento mostró una fuerte correlación entre corrupción y pobreza, pues los países más pobres son también los que tienen mayores niveles de corrupción. Esta situación desalienta la ayuda para el desarrollo porque propicia con frecuencia que la ayuda no llegue a la población que la necesita, sino que paradójicamente sirva más bien para aumentar los niveles de corrupción creando un efecto no deseado: a mayor ayuda, mayor corrupción y mayor pobreza. La encíclica afirma que lamentablemente hay corrupción e ilegalidad tanto en el comportamiento de sujetos económicos y políticos de los países ricos, nuevos y antiguos, como en los países pobres. […] Las ayudas internacionales se han desviado con frecuencia de su finalidad por irresponsabilidades tanto en los donantes como en los beneficiarios (22).
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Desde que me invitaron a colaborar en La Jornada Aguascalientes me pidieron un nombre para lo que sería mi columna. En ese momento no se me ocurrió ninguno. Sólo tenía claro que mis escritos se moverían en el ámbito de mi especialidad profesional: los estudios culturales, en cuyo campo trabajo con un grupo de colegas en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, en el cuerpo académico de Estudios Sobre la Cultura Contemporánea.
De ese grupo de trabajo invité a la doctora en comunicación Rebeca Padilla de la Torre, para que juntos escribiéramos la columna, dándole una periodicidad semanal en lugar de la quincenal que ha mantenido hasta el momento, y juntos nos pusimos a buscar, ahora sí, un nombre que la identificara y le diera cierta unidad no obstante que tuviera dos autores.
Elegimos el nombre de POSTALES. Una postal es la imagen de objetos, de personas, o de acontecimientos. Y las postales las enviamos a familiares, amigos o conocidos, escribiendo en ellas nuestras impresiones o nuestros comentarios sobre lo que la postal representa. Nuestras POSTALES partirán de la descripción de un hecho, una imagen, un objeto, una noticia, etcétera, a lo cual añadiremos nuestros comentarios dirigidos a los lectores, desde las perspectivas de nuestras disciplinas, la sociología y la comunicación, aunadas por nuestra común visión de la relación entre la cultura y la vida cotidiana.