as actuales circunstancias de México son difíciles. Estamos en crisis pero no sólo afectados por una situación crítica de mero carácter financiero. No. La crisis de México es más honda, de alcances mucho más serios que una mera cuestión de liquidez. Una problemática meramente financiera, de flujos de dinero con sus circunstancias económicas accesorias como la falta de capacidad adquisitiva, es fríamente manejable. La crisis mexicana es profunda y excede con mucho a los alcances del entorno económico.
Las circunstancias que prevalecen en los tiempos actuales en nuestro país forman una combinación explosiva de grandes y graves alcances y como tal hay que considerarla, prever sus consecuencias y actuar en consecuencia. No es una crisis generada en los últimos años, no es reciente. Es añeja y podríamos decir de gestación más que centenaria.
El presidente Felipe Calderón tiene una responsabilidad histórica frente a las condiciones actuales de México y como estadista así la debe estar considerando. El manejo de la crisis mexicana debe hacerse “y así debe seguirse haciendo por el presidente- con visión de estado, con patriotismo, con honestidad política y con la firmeza necesaria para conducir al país a través de uno de los momentos más difíciles y trascendentes de su historia. De este tamaño es la crisis.
Negar la dimensión crítica de la situación mexicana sería dejar que el país abandonado a la suerte de factores explosivos que acabarían destruyendo la República, hundiendo al país en un conflicto de graves consecuencias; sería la “balcanización” de México, es decir, correr una suerte similar a la de una parte de los Balcanes, fundamentalmente de la ex-Yugoslavia, que en la última década del siglo XX sufrió un proceso de secesión tan sangriento y criminal como pocos en la historia.
No podemos sumirnos más hondo en la crisis. Debemos ir más allá de la crisis.
Todos los mexicanos como ciudadanos en lo individual y como integrantes de los grupos sociales, económicos, cívicos, culturales de que formemos parte según nuestros intereses particulares, así como el gobierno en sus diversos ámbitos “federal, estatal y municipal- estamos obligados a participar en el proceso de la evolución del país para su preservación y desarrollo. Producto de una problemática muchas décadas “y ya lo dijimos arriba, inclusive más que centenaria- la crisis que toca al gobierno del presidente Calderón requiere de una conducción sobre bases realistas y con objetivos claros, con la convicción de que sólo juntos, pueblo y gobierno podremos superar lo crítico de los momentos actuales.
Lo primero necesario es reconocer la magnitud de la crisis. Es una situación potencialmente explosiva, cuyos efectos podrían destruir a la república, dividiéndonos y haciendo de la mexicanidad una multiplicidad de pequeñas repúblicas. La unidad es necesaria como factor de fuerza, de potencia para el mejoramiento social, cultural, económico y de vida en general.
Destaca entre los focos rojos de la crisis una profunda inconformidad social derivada de la situación económica, pero esta inconformidad “insistimos- va mucho más allá de una preocupación financiera por flujos de recursos. Es la inconformidad que representa el México de los contrastes: la pobreza y la miseria ya muy extendidas por un lado y la opulencia muy restringida por el otro. El México indígena y el México criollo son dos partes de nuestra mexicanidad que en condiciones de una sociedad presionada se pueden llegar a contraponer y enfrentar. El México rural “del que cada vez queda menos- y el México urbano cuya dimensión crece pero sobre todo en un bajo nivel de vida es también un elemento importante en medio de la inconformidad. El México de las pocas buenas oportunidades educativas tanto públicas como privadas y el México de las múltiples carencias educativas también públicas y privadas. El México de la desesperación del desempleo y de los bajos salarios, que hunde a los padres de familia en la preocupación de qué llevar de comer a sus hijos y el México de los salarios exorbitantes de muchos gobernantes cuyo único interés es servirse del erario público y no servir al público es otro de los factores generadores de riesgo.
También es elemento explosivo en la situación de crisis el México de la corrupción generalizada que empieza por la falta de conciencia sobre el valor del respeto a la ley, por la falta de leyes valiosas, inconsciencia que conduce hacia el comercio del interés público en el que las decisiones de gobierno se venden a quien alcance el precio del funcionario público “por poco o mucho que sea- y el México de la política corrupta que empieza por la ignorancia, sigue en la ineptitud y se traduce en la ineficacia burocrática que sólo ve por su interés particular y poco por el público, alcanzando extremos increíbles de corrupción institucional como en el sindicalismo educativo y en el petrolero. Los funcionarios públicos que sirven con honor, honestidad y eficacia desafortunadamente no son todos. Servicios públicos muchos caros y muchos malos son un factor de desaliento hacia la contribución de los ciudadanos para el gasto público y generan la cultura de la evasión como práctica normal en las finanzas de los negocios y de las empresas.
Por otro lado, el enfrentamiento de grupos de poder no sólo políticos sino económicos y aún ideológicos en general, rebasa ya el mero ámbito de la competencia cívico-electoral y trasciende hacia una lucha del poder por el poder. En este aspecto interviene inclusive el enfrentamiento que obedece a posiciones de fanatismo religioso. Esto es en extremo peligroso para el país. Enfrentamientos en que los actores son los gobiernos, como en los casos de los conflictos del centro con Sonora y con Michoacán son indicativos de la lucha por el poder. El presidente de la República, con su visión de estadista, federalista y republicano debe ser punto y factor de unión y debe frenar los desatinos de sus subordinados que afectan gravemente la estabilidad política de la patria.
El narcotráfico que ha formado y forjado un narco-poder y una narco-economía, trasciende ya hacia las fibras íntimas de la sociedad descomponiéndola y acabando no sólo con valores sino con vidas, familias y futuros. Amparado en su poder corruptor y en su poder del miedo, avanza al grado de tener al país militarizado. Las familias viven ya en medio del terror de ser penetradas por la droga o por las balas de sicarios. La impunidad de la delincuencia violenta sume también a la sociedad en el miedo de la industria del robo, del secuestro y del asesinato.
La brevedad del espacio periodístico nos limita en ejemplificar el grado y factores de explosividad de la crisis mexicana pero no podemos dejar de prever y considerar que la situación es en extremo delicada; una chispa puede desatar las condiciones incendiarias que prevalecen en al país; sin embargo, podemos y debemos ir más allá de una crisis mayor. Nos vemos la semana que entra si dios nos da vida y otros no nos la han quitado.
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